– Buena suerte -dijeron ambos, exactamente al mismo tiempo, al unísono, y se rieron. Jude le apretó la mano y movió la cabeza, pero no tenía otra cosa que decirle, más que adiós.
Ya había oscurecido del todo cuando regresó a casa. Marybeth sacó dos botellas de cerveza de la nevera y buscó un abridor en los cajones.
– Ojalá hubiera podido hacer algo por ella -dijo Jude.
– Es un poco joven -comentó Marybeth-. Incluso para ti. ¿Por qué no piensas en otra cosa? Sería lo mejor.
– Santo cielo. No quería decir eso.
Marybeth se rió, encontró un paño de cocina y se lo puso en la cara.
– Sécate. Cuando estás mojado pareces todavía más un miserable vagabundo.
Se pasó el trapo por el pelo. Marybeth le abrió una cerveza y la puso delante de él. Y entonces vio que él estaba haciendo muecas, y se rió otra vez.
– Vamos, Jude. Si no me tuvieras a mí para avivarte las brasas de vez en cuando, no quedaría nada de fuego en tu vida -dijo. Estaba al otro lado de la encimera de la cocina, observándolo con una mirada irónica y tierna-. De todos modos, le has dado un billete de autobús para Búfalo y… ¿qué más? ¿Cuánto dinero?
– Doscientos dólares.
– Pues ya ves, claro que has hecho algo por ella. Has hecho mucho. ¿Qué se supone que podrías hacer?
Jude estaba sentado en mitad de la cocina, sosteniendo la cerveza que Marybeth le había puesto delante, pero no hizo amago de beber. Se sentía cansado, todavía húmedo y con frío en todo el cuerpo. Un camión grande, o un autobús tal vez, rugió por la autopista, rumbo al frío túnel de la noche, y se perdió en él. Pudo escuchar a los cachorros en su caseta lanzando agudos ladridos, excitados por aquel ruido.
– Espero que lo consiga -dijo Jude.
– ¿Llegar a Búfalo? No veo por qué no iba a conseguirlo -replicó Marybeth.
– Sí -confirmó Jude, aunque no estaba seguro de que fuera eso lo que realmente había querido decir.
Agradecimientos
A Izad vuestros mecheros para una última balada sentimental de rock duro, y permitidme cantar las alabanzas de aquellos que han hecho tanto para ayudarme a dar vida a El traje del muerto. Mi agradecimiento para mi agente, Michael Choa-te, que conduce mi embarcación profesional con cuidado, discreción y un poco habitual sentido común. Debo mucho a Jennifer Brehl, por todo el esfuerzo que ha dedicado a la edición de mi novela, por guiarme a través de la versión final, y especialmente por apostar la primera por El traje del muerto. Maureen Sugden ha hecho un trabajo extraordinario de corrección de mi novela. También debo dar las gracias a Lisa Gallagher, Juliette Shapland, Ka-te Nintzel, Anna Maria Allessi, Lynn Grady, Rich Aquan, Lorie Young, Kim Lewis, Seale Ballenger, y a todos los demás que se han ocupado del libro en William Morrow.
Mi gratitud más profunda para Andy y Kerri, por su entusiasmo y amistad, y a Shane, que no sólo es mi compadre, sino también la persona que se ocupa de mi web, joehillfiction.com, navegando con ingenio e imaginación.
Y no soy capaz de expresar lo agradecido que estoy a mis padres y mis hermanos por su tiempo, ideas, apoyo y amor.
Sobre todo, mi amor y agradecimiento para Leanora y los niños. Leanora ha pasado no sé cuántas horas leyendo y releyendo los originales, en todas sus diversas formas, y hablándome de Jude, Marybeth y los fantasmas. Por decirlo de otro modo: ella ha leído un millón de páginas y las ha evaluado todas. Gracias, Leanora. Estoy muy feliz y me siento muy afortunado por tenerte como mi mejor amiga.
Eso es todo. Y gracias a todos por venir a mi espectáculo. ¡Buenas noches, pueblo de Shreveport, en Luisiana!
Joe Hill