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– Va a morir, téngalo por seguro -vaticinó ella con seguridad.

La interrumpió:

– Cambie de discurso. Y mientras lo hace, le propongo otra cosa para pensar. Conozco personalmente a unos cuantos espíritus furiosos. Montan en Harleys, viven en remolques, consumen anfetaminas, golpean a sus hijos y les disparan a sus esposas. Usted los llama gusanos. Para mí son admiradores. Veré si encuentro algunos que vivan cerca de usted para que le hagan una visita.

– Nadie le ayudará -replicó ella, con voz ahogada y temblorosa de ira-. Su marca negra infectará a cualquiera que se una a su causa. No sobrevivirá, ni lo hará cualquiera que le ayude o le consuele. -Hablaba con furia contenida, como si estuviera recitando, como si fuera un discurso ensayado, lo cual quizá fuese cierto-. Todos huirán de su lado o serán destruidos, exactamente igual que usted será aniquilado. Se va a morir solo, ¿me comprende? Solo.

– No esté tan segura. Si he de caer, tal vez quiera hacerlo en compañía -replicó Jude-. Y si no puedo conseguir ayuda, quizá vaya yo mismo a verla. -Y colgó el teléfono con un golpe.

Capítulo 8

E1 rockero miró furioso el teléfono negro que todavía agarraba fuertemente, como si quisiera pulverizarlo con la mano. Tenía los nudillos blancos y escuchaba el redoble lento y marcial de su corazón.

– Jefe -susurró Danny-. Hola. General. Mierda. Jefe -dejó escapar una risita susurrante, sin la menor gracia-. ¿Qué diablos ha sido todo eso?

Jude ordenó mentalmente que su mano se abriera y soltara el teléfono. No quiso hacerlo. Sabía que Danny le había hecho una pregunta, pero fue como una voz oída por casualidad detrás de una puerta cerrada, parte de una conversación que estuviera ocurriendo en otra habitación, de ninguna manera relacionada con él.

Empezaba a darse cuenta de que Florida estaba muerta. Al enterarse hacía unos instantes de que se había suicidado -cuando Jessica Price se lo dijo directamente- no había significado nada, porque él no podía permitir que significara algo. En ese momento, sin embargo, no había manera de escapar de ello. Sintió en la sangre la certeza de la muerte de la mujer. La triste idea se volvió pesada, espesa y extraña para él.

A Jude le parecía imposible que pudiera estar muerta, que alguien con quien había compartido su cama pudiera hallarse ahora en un lecho bajo tierra. Ella tenía veintiséis…; no, veintisiete; no, no, tenía veintiséis años cuando partió. Cuando él la echó. Tenía veintiséis años, pero hacía preguntas propias de una niña de cuatro. «¿Vas a pescar mucho al lago Pontchartrain? ¿Cuál es el mejor perro que has tenido en tu vida? ¿Qué crees que nos pasa cuando morimos?». Suficientes preguntas tontas para desesperar a cualquiera.

Ella temía estar volviéndose loca. Se sumía en la depresión. No porque esa enfermedad mental estuviera de moda entre las muchachas góticas, sino de verdad. Estaba clínicamente deprimida. Había caído en la depresión durante los dos últimos meses que pasaron juntos. No dormía, lloraba sin razón alguna, se olvidaba de ponerse ropa, se quedaba mirando la pantalla de la televisión sin molestarse en encender el aparato, descolgaba el teléfono cuando sonaba, pero no decía nada, sencillamente se quedaba allí sosteniéndolo, como si ella misma estuviera desconectada.

Pero antes de eso habían compartido los días de verano en el cobertizo, mientras él reconstruía el Mustang. También tuvieron a John Prine en la radio, el dulce olor a heno recalentado por el calor y las tardes lánguidas, llenas de sus perezosas preguntas sin sentido. Un interrogatorio interminable que era, alternativamente, fatigoso, divertido y erótico. Había poseído su cuerpo tatuado y blanco como la nieve, con las rodillas huesudas y los muslos flacos de corredor de fondo. Y la frágil respiración femenina sobre su cuello.

– Eh… -dijo Danny. Extendió la mano y sus dedos rascaron la muñeca de Jude. Al sentir el contacto, la mano se abrió de golpe, soltando el teléfono-. ¿Va todo bien?

– No sé.

– ¿Quiere decirme qué está ocurriendo?

Lentamente, Jude levantó la mirada. Danny estaba detrás de su escritorio, incorporado a medias. Parecía un poco pálido, sus pecas, del color del jengibre, resaltaban sobre la blancura de las mejillas.

Danny había tenido amistad con la muerta, de la manera no amenazadora, tranquila, ligeramente impersonal en que se relacionaba con todas las muchachas de Jude. Desempeñaba el papel del amigo gay educado y comprensivo, la persona a la que podían confiar sus secretos, alguien con quien podían desahogarse y chismorrear, capaz de proporcionar intimidad sin compromiso. Era el confidente ideal para decirles cosas de Jude que el propio cantante no contaría jamás.

La hermana de Danny había muerto por sobredosis de heroína cuando el secretario era sólo un estudiante de primer año en la universidad. Su madre se ahorcó seis meses más tarde, y Danny fue quien encontró su cadáver. El cuerpo colgaba de la única viga de la despensa, con los dedos de los pies apuntando hacia abajo, moviéndose en pequeños círculos sobre un taburete apartado de una patada. No se necesitaba ser psicólogo para darse cuenta de que la onda expansiva de la doble explosión de las muertes casi simultáneas de la hermana y la madre también se había llevado por delante una parte de Danny, y lo había congelado a los diecinueve años. Aunque no se pintaba de negro las uñas ni usaba anillos en los labios, la atracción que Danny sentía por Jude no era, en el fondo, tan diferente de la de Georgia o la de Florida, o de cualquiera de las otras muchachas. Jude las coleccionaba casi exactamente de la misma manera que el Flautista de Hamelín con ratas y niños. Componía canciones a partir del odio, la perversión y el dolor, y ellos acudían, saltando enloquecidos con la música, con la esperanza de que los dejara cantar con él.

Jude no quería contarle a Danny lo que Florida se había hecho a sí misma. Prefería ahorrarle el sufrimiento. Sería mejor no decírselo. No estaba seguro de cómo se lo tomaría.

De todas maneras se lo dijo.

– Anna. Anna McDermott. Se cortó las venas, por las muñecas. La mujer con la que estaba hablando hace un momento era su hermana.

– ¿Florida? -preguntó Danny. Se echó hacia atrás en el sillón, que crujió. Pareció quedarse sin aliento. Se apretó el abdomen con las manos. Se inclinó un poco hacia delante, como si sufriera un espasmo en el estómago-. Oh, mierda. Oh…, mierda, mierda -exclamó con tono dulce y dolorido. Ninguna palabra ha sonado nunca menos obscena.

Se produjo un silencio. Jude se dio cuenta, en ese mismo momento, de que la radio estaba encendida. Muy baja, apenas un murmullo. Trent Reznor anunciaba que estaba listo para dejar su imperio de mugre. Era curioso escuchar en la radio, en ese momento, Uñas de veinte centímetros. Conoció a Florida en una función de Trent Reznor, entre bastidores. La muerte de la joven volvió a golpearlo de nuevo, como si se acabara de dar cuenta del terrible desenlace por primera vez. «¿Vas a pescar mucho al lago Pontchartrain?». Y entonces la conmoción comenzó a mezclarse con un resentimiento estomagante. Fue algo tan sin sentido, tan estúpido y tan centrado en ella misma que le fue imposible no odiarla un poco, no querer llamarla por teléfono para insultarla. Pero no podía coger el teléfono, porque estaba muerta.

– ¿Dejó alguna nota? -preguntó Danny.

– No lo sé. Su hermana no me ha dado demasiada información. No ha sido la llamada telefónica más provechosa del mundo, como habrás notado.

Pero Danny no estaba escuchando.

– Nos íbamos a beber margaritas de vez en cuando. Era una criatura tremendamente encantadora. Una vez me preguntó si tenía un lugar favorito para contemplar la lluvia cuando era niño. ¿Qué maldita clase de pregunta es ésa? Me hizo cerrar los ojos y recordar lo que se veía a través de la ventana de mi dormitorio cuando estaba lloviendo. Durante diez minutos. Uno nunca sabía lo que iba a preguntar después. Éramos grandes compañeros. No lo comprendo. Desde luego, yo sabía que estaba deprimida. Ella me lo contó. Pero la verdad es que no quería estarlo. ¿No nos habría llamado a alguno de nosotros pidiendo auxilio antes de pensar en hacer algo como eso?… ¿No nos habría dado la oportunidad de persuadirla de que no lo hiciera?