Ya le he mostrado la gente condenada;
y ahora pretendo las almas mostrarle
que se purifican bajo tu mandato.
Dígnate agradecer que haya venido:
busca la libertad, que es tan preciada,
como sabe quien a cambio dio su vida.
Tú lo sabes, pues por ella no fue amarga
tu muerte en Útica; allí dejaste
tu cuerpo que radiante será un día.
– ¡Útica! ¡Catón de Útica! -grité-. ¡El anciano es Catón de Útica!
– ¡Por fin! Eso era lo que quería que descubrieran -explicó Glauser-Róist-. Catón de Útica, el que dio nombre a los archimandritas de la Hermandad de los Staurofílakes, es el Guardián del Purgatorio en la Divina Comedia de Dante. ¿No les parece significativo? Ya saben que la Divina Comedia está compuesta de tres partes: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Cada una de ellas se publicó por separado, aunque formando parte del conjunto. Observen las coincidencias entre el texto del último Catón y el texto dantesco del Purgatorio -pasó hojas hacia delante y hacia atrás, y buscó sobre mi mesa la copia transcrita del último bifolio del Códice Iyasus-. En el verso 82, Virgilio le dice a Catón: «Deja que andemos por tus siete reinos», pues Dante debe purgar los siete pecados capitales, uno en cada círculo o cornisa de la montaña del Purgatorio: soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y lujuria -enumeró. Luego cogió la copia del bifolio y leyó-: «La expiación de los siete graves pecados capitales se realizará en las siete ciudades que ostentan el terrible privilegio de ser conocidas por practicarlos perversamente, a saber, Roma por su soberbia, Rávena por su envidia, Jerusalén por su ira, Atenas por su pereza, Constantinopla por su avaricia, Alejandría por su gula y Antioquía por su lujuria. En cada una de ellas, como si fuera un purgatorio sobre la tierra, penarán sus faltas para poder entrar en el lugar secreto que nosotros, los staurofílakes, llamaremos Paraíso Terrenal.»
– ¿Y la montaña del Purgatorio de Dante tiene en su cima el Paraíso Terrenal? -preguntó Farag, interesado.
– En efecto -confirmó Glauser-Róist-, la segunda parte de la Divina Comedia termina cuando Dante, después de purificarse de los siete pecados capitales, llega al Paraíso Terrenal, y desde allí ya puede alcanzar el Paraíso Celestial, que es la tercera y última parte de la obra. Pero, además, escuchen lo que el ángel guardián de la puerta del Purgatorio le dice a Dante cuando éste le suplica que le deje pasar:
Siete P, con la punta de la espada
en mi frente escribió: «Lavar procura
estas manchas -me dijo- cuando entres [16].»
¡Siete P, una por cada pecado capital! -siguió diciendo el capitán-. ¿Lo entienden? Dante se verá libre de ellas, una por una, a medida que vaya expiando sus pecados en las siete cornisas del Purgatorio y los staurofílakes marcan a los adeptos con siete cruces, una por cada pecado capital superado en las siete ciudades.
Yo no sabía qué pensar. ¿Acaso Dante había sido un staurofílax? Sonaba un poco absurdo. Tenía la sensación de que navegábamos sobre aguas turbias y de que estábamos tan cansados que carecíamos de perspectiva.
– Capitán, ¿cómo está tan seguro de lo que afirma? -pregunté sin poder evitar que todas esas dudas se reflejaran en mi voz.
– Mire, doctora, conozco esta obra como la palma de mi mano. La estudié a fondo en la universidad y puedo garantizarle que el Purgatorio de Dante es la guía Baedeker, como usted ha dicho, que nos llevará hasta los staurofílakes y los Ligna Crucis robados.
– Pero ¿cómo puede estar tan seguro? -insistí, terca-. Podría ser una casualidad. Todo el material que Dante utiliza en la Divina Comedia forma parte de la mitología cristiana medieval.
– ¿Recuerda que a mediados del siglo XII varios grupos de staurofílakes partieron desde Jerusalén hacia las principales ciudades cristianas de Oriente y Occidente?
– Sí, lo recuerdo.
– ¿Y recuerda también que esos grupos entraron en contacto con los cátaros, la Fede Santa, la Massenie du Saint Graal, los Minnesánger o los Fidei d’Amore, por mencionar sólo a algunas de esas organizaciones de carácter cristiano e iniciático?
– Sí, también lo recuerdo.
– Bien, pues déjeme decirle que Dante Alighieri formó parte de los Fidei d’Amore desde su más temprana juventud y llegó a ocupar un puesto muy destacado dentro de la Fede Santa.
– ¿En serio…? -balbució Farag, parpadeando aturdido-. ¿Dante Alighieri?
– ¿Por qué cree usted, profesor, que la gente no entiende nada cuando lee la Divina Comedia? A todos les parece un bonito y larguísimo poema cargado de metáforas que los estudiosos interpretan siempre como alegorías referidas a la Santa Iglesia Católica, a los Sacramentos o a cualquier otra tontería semejante. Y todo el mundo piensa que Beatriz, su amada Beatriz, fue la hija de Folco Portinari, que murió de sobreparto a los veinte años. Pues no, no es así, y por eso no se entiende lo que el poeta dice, porque se lee desde la perspectiva equivocada. Beatriz Portinari no es la Beatriz de la que habla Dante, ni tampoco es la Iglesia Católica la gran protagonista de la obra. La Divina Comedia hay que leerla en clave, como explican otros especialistas -se alejó de la mesa y sacó un papel meticulosamente doblado del bolsillo interior de su chaqueta-. ¿Sabían ustedes que cada una de las tres partes de la Divina Comedia tiene exactamente 33 cantos? ¿Sabían que cada uno de esos cantos tiene exactamente 115 o 160 versos, la suma de cuyos dígitos es 7? ¿Creen que esto es casualidad en una obra tan colosal como la Divina Comedia? ¿Sabían que las tres partes, el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, terminan exactamente con la misma palabra, «estrellas», de simbolismo astrológico? -respiró profundamente-. Y todo esto no es más que una pequeña parte de los misterios que contiene la obra. Podría mencionarles decenas de ellos, pero no terminaríamos nunca.
Farag y yo le mirábamos embobados. Nunca se me hubiera ocurrido pensar que la obra cumbre de la literatura italiana, la que llegué a aborrecer en el colegio de tanto como nos la hacían estudiar, podía ser un compendio de sabiduría esotérica… ¿o no lo era?
– Capitán, ¿nos está diciendo que la Divina Comedia es una especie de libro iniciático?
– No, doctora, no les estoy diciendo que es una especie de libro iniciático. Les estoy diciendo, taxativamente, que lo es. Sin ningún género de dudas. ¿Quiere más pruebas?
– ¡Yo sí! -pidió Farag, entusiasmado.
El capitán volvió a coger el libro, que había dejado sobre la mesa, y lo abrió por otra de las marcas.
– Canto IX del Infierno, versos 61 a 63:
Vosotros que tenéis la inteligencia sana
observad la doctrina que se esconde
bajo el velo de estos versos enigmáticos
– ¿Eso es todo? -pregunté, decepcionada.
– Observe, doctora -me explicó Glauser-Róist- que estos versos se encuentran en el Canto Noveno, un número de gran importancia para Dante, pues, según afirma en todas sus obras, Beatriz es el nueve, y el nueve, en la simbología numérica medieval, es la Sabiduría, el Conocimiento Supremo, la Ciencia que explica el mundo al margen de la fe. Además, esta misteriosa afirmación se encuentra entre los versos 61 y 63 del Canto, la suma de cuyos dígitos es siete y nueve, y recuerde que, en Dante, nada es casual, ni siquiera una coma: el Infierno tiene nueve círculos, donde se alojan las almas de los condenados según sus pecados, el Purgatorio siete cornisas, y el Paraíso, otra vez nueve círculos… Siete y nueve, ¿se dan cuenta? Pero les prometí más pruebas y se las voy a dar -me estaba poniendo nerviosa con tanto paseo arriba y abajo, pero no creí oportuno pedirle que se quedara quieto; parecía hondamente concentrado en lo que nos estaba contando-. Según confirma la mayoría de los especialistas, Dante ingresó en los Fidei d’Amore en 1283, a los 18 años, poco después de su teórico segundo encuentro con Beatriz (el primero ocurrió, según cuenta él mismo en La Vita Nuova, cuando ambos tenían nueve años, y, como verán, el segundo tuvo lugar otros nueve años después, a los 18). Los Fidei d’Amore constituían una sociedad secreta interesada en la renovación espiritual de la cristiandad. Piensen que estamos hablando de una época en la que ya la corrupción ha hecho mella en la Iglesia de Roma: riquezas, poder, ambición… Era la época del papado de Bonifacio VIII, de terrible memoria. Los Fidei d’Amore pretendían combatir esta depravación y restituir el cristianismo a su primitiva pureza. Se dice, incluso, que los Fidei d’Amore, la Fede Santa y los franciscanos eran tres ramas distintas de una misma Orden Terciaria de los Templarios. Pero esto, naturalmente, no se puede demostrar. Lo cierto es que Dante se formó en los franciscanos y que siempre mantuvo con ellos una estrecha relación. Integraban los Fidei d’Amore los poetas Guido Cavalcanti, Ciro da Pistoia, Lapo Gianni, Forese Donati, el propio Dante, Guido Guinizelli, Dino Frascobaldi, Guido Orlandi y otros más. Guido Cavalcanti, que siempre tuvo fama de extravagante y herético, era el jefe florentino de los Fidei d’Amore, y fue el que admitió a Dante en esta sociedad secreta. Como hombres cultos, como intelectuales de una nueva sociedad medieval en desarrollo, eran inconformistas y denunciaban a gritos la inmoralidad eclesiástica y los intentos de Roma por impedir las nacientes libertades y el conocimiento científico. ¿Podría ser, pues, la Divina Comedia, como dicen, esa gran obra religiosa en la que se ensalza a la Iglesia Católica, así como a sus valores y virtudes? Yo creo que no y, de hecho, la lectura más sencilla del texto pone de manifiesto el rencor de Dante contra numerosos papas y cardenales, contra la podrida jerarquía clerical y contra las riquezas de la Iglesia. Sin embargo, los estudiosos oficiales han retorcido tanto las palabras del poeta que le hacen decir lo que no dice.