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Lorenzo Silva

El Urinario

NOTA DEL AUTOR

Por circunstancias diversas (y no todas infelices) este libro aparece cinco años después de ser escrito. En alguna ocasión, quizá era inevitable, me he preguntado si merecía la pena hacer el viaje en el tiempo que supone ponerlo ahora encima de la mesa. Por un lado, algunos de los temas de los que la novela se ocupa los he abordado, no sé si mejor o peor, en otros libros que se han venido publicando a lo largo de este tiempo. Por otra parte, un lustro después, he atravesado la barrera de los treinta años y algunas de las reflexiones que El urinario contiene, marcadamente situadas al otro lado de esa barrera, me parecen hoy escritas por otra persona.

Supongo que ése es el destino de todo lo que uno escribe: convertirse en el vestigio de otro que desaparece tras arrojar la piedra. Por fortuna. En caso contrario, la literatura podría llegar a ser una forma de perpetuación que, como bien atinó a demostrar el corrosivo Jonathan Swift, es algo extremadamente desasosegante, además de una ofensa a la naturaleza.

Renunciando pues a oponerme a su autónoma trayectoria, aquí entrego la piedra arrojada hace cinco años por el veinteañero que ya no soy. De un modo bastante laxo forma una trilogía con La flaqueza del bolchevique y El ángel oculto. Estas dos novelas presentan tonos y asuntos muy diferentes, y muy diferentes entre sí, pero tienen en común con El urinario que las tres aluden a las nostalgias y las pérdidas de los estafados por el modo de vida que la actual organización del mundo impone a la mayoría de las personas. Tengo la sensación, equivocada o no, de que esas personas (personas normales, que no anodinas, porque casi nadie lo es) tienden a estar insuficientemente representadas en la literatura (que prefiere ocuparse de seres bohemios, excesivos o desorbitados, a menudo inexistentes). Esta laxa trilogía vendría a ser mi homenaje a ellas. Si alguna reconoce en El urinario sus preocupaciones y sus inquietudes, me permitiré considerar que no erré al publicarlo.

Madrid, 16 de septiembre de 1999

What sort of form was HOok himself showing?

Misguided man though he was, we may be glad,

wíthout sympathising wiih him, that in Ihe end

he was trae to tiie traditions of his race.

J. M. BARRIE, Peter Pan.

No se mantendrá permanentemente a los cerdos en la oscuridad.

REAL DECRETO 1048/1994, del 20 de mayo, relativo a las normas mínimas para la protección de cerdos.

ADVERTENCIA

Lo que sigue es la transcripción literal de los papeles hallados sobre el cuerpo de J.L.R., fallecido por atropello el día 14 de junio de 1994 a las 14.11 horas, a la altura del n" 124 del Paseo de la Castellana. Dichos papeles son:

Siete folios manuscritos por ambas caras, con tinta azul y en una caligrafía fácilmente legible, aunque de reducido tamaño.

Cuatro folios impresos con una máquina láser, en un tipo de letra muy pequeño (seis puntos) y sin apenas espacio entre renglones.

La presente documentación forma parte de las diligencias 666/94, seguidas ante el Juzgado de Instrucción n"… de Madrid.

BONN

Bonn, 10 juni. 1994

Sr. Juez (Herr Richter):

Es viernes, son las siete de la tarde y estoy en la habitación de un hotel, solo, con más de veinte horas por delante antes de tomar el avión que me devolverá a casa. Hace cinco minutos se me ha ocurrido que tal vez fuera posible obtener en las oficinas de la compañía aérea, casualmente situadas en una calle próxima, un cambio de billete que me permitiera largarme esta misma noche. Pero son las siete, es viernes y aquí ya todo está cerrado. No obstante, podría ir directamente al aeropuerto y tratar de conseguirlo allí. Debería aceptar una penosa combinación, supongo. Vía Francfort o París o Barcelona o Londres.

Estoy sentado ante el montoncito de folios que me ha sobrado del seminario, sobre el que escribo con el bolígrafo que me dieron con la carpeta y el resumen de las ponencias. Los folios y el bolígrafo son blancos y llevan impreso un hermoso logotipo amarillo y azul, el de la institución que ha organizado estas jornadas acerca de la nueva directiva sobre servicios de inversión. Si no afectase a la regular percepción de mi sueldo, prestaría al asunto tanta atención como al enésimo documental sobre las costumbres del escarabajo pelotero (en mi desautorizada o desautorizaba opinión, el insecto más tedioso de todos los catalogados hasta el presente). Pero he estado aquí tres días, apuntando en los folios que faltan del montoncito todas las especulaciones vertidas por los funcionarios de la Comisión encargados de supervisar la aplicación de la directiva. Me he acercado a ellos en los descansos para disipar dudas puntuales, del mismo modo que he discutido con otros colegas los aspectos más problemáticos de la nueva norma, los efectos que para cada uno tiene, sus imprecisiones, las oportunidades que se abren, las vías que se cierran. He intercambiado mi tarjeta con veinte o treinta personas, me han pedido que escriba un artículo, he pedido que me envíen la legislación de otros países, he asistido a una recepción, he hablado del tiempo que hace aquí, del que hace en mi país y de cómo está el agua según la época y la playa en que te bañes. Ahora todo se ha acabado. Todos se han ido, salvo yo, que me equivoqué cuando di a mi secretaria la fecha en que debía reservarme el avión de vuelta y que ahora me siento demasiado indolente para enmendar aquel error.

Ni siquiera me apetece cenar. He estado paseando por la ciudad con un compatriota, hasta la hora en que él tenía que tomar el tren hacia donde vive la novia alemana por cuya causa reside y trabaja aquí. El hombre estaba ansioso por hablar castellano y yo era el único de los asistentes al seminario que podía servirle a tai efecto. También yo estaba ya harto de mezclar, con ineptitud variable, inglés, alemán y francés, y sobre todo de esforzarme por entender a esta gente, tan irremediablemente ajena. Gente que exclama, pongo por caso y elijo la lengua en que menos zozobro, but what on earth is this donde yo suelto o al menos pienso qué coño pasa. No dudo de que uno llegue a hacerse incluso hermano de sangre de un esquimal si se ve forzado a convivir durante tres meses, recluido en el mismo iglú. En unos pocos días, sin embargo, las barreras son insalvables. Ni siquiera merece la pena salvarlas. Y nadie lo intenta. Uno sostiene la jarra de cerveza, sonríe a casi todo y si tiene la osadía suficiente cuenta un chiste que al traducirlo ni uno mismo entiende (no se diga el auditorio).

Pero me he desviado. El caso es que el compatriota con el que he compartido conversación, paseo y aperturas y cierres sucesivos de paraguas, me ha descubierto un restaurante que dice servir comida del país del que ambos procedemos, a unos doscientos metros del hotel, y en el que me ha asegurado que pueden ingerirse lapas que guardan una remota semejanza con las auténticas. Llámese atracción por el riesgo o credulidad, me había propuesto ir a probarlas. Ahora se me ha cerrado la boca del estómago y dudo que mis piernas se avinieran a obedecer ia hipotética e impertinente orden cerebral de trasladarme hasta allí. Así que esta noche ayuno. Naturalmente, debo pensar en todos los que ayunan por la fuerza, antes de apiadarme de un miserable desagradecido que podría descolgar el teléfono, murmurar cuatro palabras al servicio de habitaciones y cenar en abundancia, sin otra consecuencia que tener que firmar a la mañana siguiente 90 ó 100 marcos más en el recibo de la tarjeta de crédito. Alguien que ayuna porque le da la real gana quizá no merezca vivir. De esto, más o menos, es de lo que quería hablar a V. S.

Mi nombre lo encontrarán en el pasaporte que llevo encima. Como también podrán comprobar mediante dicho documento, soy varón, nací en Madrid hace veintiocho años y tres días y ostento la nacionalidad que en función de lo anterior cabe suponer. En la ficha de registro del hotel afirmé que soy abogado. Y lo soy.