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—Bueno, el único criterio por el que puedo guiarme es lo que yo consideraría como una historia digna de ser contada, y no conozco ninguna. Al menos, ninguna que quiera contar…

—Ah. Eso es muy distinto.

Ky asintió con la cabeza.

—Sí, desde luego.

—Bueno… —murmuró Ky, y se inclinó hacia él—. Entonces dime en qué crees.

—¿Por qué debería hacerlo?

—¿Y por qué no? Porque yo te lo pido.

—No.

—Vamos, no seas tan desagradable… Somos las únicas personas despiertas en un billón de kilómetros y la nave es insoportablemente aburrida. ¿Con quién vamos a hablar si no es entre nosotros?

—Nada.

—Exactamente. La nada, nadie…

Ky puso cara de satisfacción.

—No, quería decir que… Que no creo en nada.

—¿No crees en nada?

Asintió con la cabeza. Ky se reclinó en su asiento y pareció pensar en lo que acababa de decir.

—Deben de haberte hecho mucho daño.

—¿Quiénes?

—Los que te robaron aquello en que creías antes, fuera lo que fuese.

Meneó la cabeza muy despacio.

—Nadie me ha robado nada —dijo. Ky guardó silencio durante unos momentos, por lo que acabó dejando escapar un suspiro y siguió hablando—. Bien, Ky…, ¿en qué crees tú?

Ky volvió la mirada hacia la pantalla desactivada que cubría casi toda una pared de la sala.

—En algo distinto a la nada.

—Cualquier cosa que tenga nombre es algo distinto a la nada —dijo él.

—Creo en lo que nos rodea —dijo Ky. Cruzó los brazos delante del pecho y se reclinó en el asiento—. Creo en lo que puedes ver desde el carrusel y en lo que vería si esa pantalla estuviera encendida, aunque lo que vería no es la única variedad de cosas en la que creo.

—En una palabra, Ky… —dijo él.

—El vacío —dijo Ky, y una sonrisa temblorosa aleteó en sus labios—. Creo en el vacío.

Se rió.

—Eso se acerca bastante a no creer en nada, ¿verdad?

—No —dijo Ky—. Es distinto.

—Bueno, creo que a la mayoría de nosotros nos parecería que no lo es.

—Deja que te cuente una historia.

—¿Tienes que hacerlo?

—No tienes por qué escucharla.

—Claro… Bien, adelante. Cualquier cosa con tal de pasar el tiempo.

—La historia es… Ah, es una historia real, aunque eso carece de importancia. Existe un lugar donde la gente se toma terriblemente en serio el problema de la existencia o la inexistencia de las almas. Muchas personas, seminarios enteros, academias, universidades, ciudades e incluso Estados consagran casi todo su tiempo a meditar y discutir acerca de este tema y otros temas relacionados con él.

»Hace unos mil años un rey-filósofo muy sabio que estaba considerado como el hombre más sabio del planeta anunció que la gente pasaba demasiado tiempo discutiendo esos asuntos y que si hubiera alguna forma de darlo por zanjado podrían dedicar sus energías a cosas más prácticas que beneficiarían a todo el mundo, y dijo que pondría punto final a la discusión de una vez por todas.

»Convocó a los hombres y mujeres más sabios de todos los puntos del planeta para que analizaran el problema.

»Hicieron falta muchos años para reunir a todas las personas que deseaban tomar parte en el análisis del problema, y los debates, tesis, panfletos, libros, intrigas e incluso peleas y asesinatos que produjo se prolongaron aún más tiempo.

»El rey-filósofo fue a las montañas para pasar esos años en soledad y cuando se consideró preparado escuchó a todos los que creían tener algo que decir acerca de la existencia de las almas. Cuando el último de ellos hubo terminado de hablar el rey se retiró a meditar sobre lo que había escuchado.

»Un año después el rey anunció que había llegado a una conclusión. Dijo que la respuesta no era tan sencilla como creían todos, y que publicaría una obra para explicarla.

»El rey creó dos editoriales y cada una publicó un tomo de gran tamaño y muchísimas páginas. Uno de ellos repetía las frases «Las almas existen. Las almas no existen» una y otra vez párrafo tras párrafo, página tras página, sección tras sección, capítulo tras capítulo, libro tras libro… La otra repetía las palabras «Las almas no existen. Las almas existen» de la misma forma. Quizá deba añadir que en el lenguaje de aquel reino cada frase tiene el mismo número de palabras, e incluso el mismo número de letras. Aparte del título, ésas eran las únicas palabras que se podían encontrar en los miles de páginas de cada volumen.

»El rey se aseguró de que el comienzo y el final de la impresión de cada libro coincidiera en el tiempo, de que se publicaran simultáneamente y de que se imprimiera el mismo número de ejemplares de cada uno. Ninguna de las dos editoriales tenía el más mínimo tipo de ventaja o superioridad sobre la otra.

»La gente examinó los libros buscando pistas ocultas. Intentaron dar con una sola repetición enterrada en aquellos miles de páginas, con una frase o incluso una letra alterada u omitida…, y no lograron encontrar la más mínima diferencia entre una obra y otra. Acudieron al rey, pero éste había hecho voto de silencio y se había inmovilizado la mano con la que escribía. Seguía respondiendo a las preguntas sobre el gobierno de su reino con gestos afirmativos o negativos de la cabeza, pero cuando se le interrogaba sobre el tema de las dos obras y la existencia o inexistencia de las almas la cabeza del rey permanecía absolutamente inmóvil.

»Hubo disputas y luchas feroces y se escribieron muchos libros. Surgieron nuevos cultos.

»Medio año después de que hubieran sido publicadas las dos obras aparecieron otras dos y esta vez la editorial que había publicado el volumen que empezaba con la frase «Las almas no existen» publicó una obra que empezaba con la frase «Las almas existen» La otra editorial también publicó una obra que empezaba con la frase «Las almas no existen», y eso acabó convirtiéndose en una costumbre.

»El rey vivió hasta una edad muy avanzada y vio publicarse varias docenas de obras. Cuando estaba en su lecho de muerte el filósofo de la corte colocó ejemplares de cada obra flanqueándole con la esperanza de que la cabeza del rey caería a un lado o a otro en el momento de su muerte, y que la primera frase de la obra sobre la que cayera indicaría a qué conclusión había llegado…, pero el rey murió con la cabeza inmóvil sobre la almohada y los ojos mirando hacia adelante.

»Eso ocurrió hace mil años —dijo Ky—. Los libros siguen publicándose. Se han convertido en una auténtica industria, una filosofía, una fuente de discusiones interminables y de…

—Oye, esta historia… ¿tiene final? —preguntó él alzando una mano.

—No. —Ky sonrió—. No tiene final. Pero… eso es lo bueno de la historia.

Miró a Ky y meneó la cabeza. Después se puso en pie y abandonó la Sala de Tripulantes.

—Pero el que una historia no tenga final no quiere decir que carezca de una… —gritó Ky.

Salió al pasillo y cerró la puerta del ascensor a su espalda. Ky se inclinó hacia adelante y vio como el indicador de niveles del ascensor subía hasta detenerse en el nivel central.

—… conclusión —dijo Ky en voz muy baja.

* * *

Llevaba casi medio año revivido cuando estuvo a punto de suicidarse.

Estaba en la cabina del ascensor viendo girar lentamente la linterna que acababa de soltar. La había dejado encendida, y había apagado todas las luces de la cabina. Sus ojos seguían el movimiento del puntito luminoso que se deslizaba sobre las paredes de la cabina circular. El puntito luminoso se movía tan despacio como el minutero de un reloj.