El hombre dejó escapar una carcajada y la mujer sintió que la tensión que se había adueñado de sus músculos empezaba a relajarse. Todo saldría bien.
—Me he preguntado por qué me había invitado —confesó él. Los ojos hundidos en las cuencas brillaban un poco más que hacía unos momentos—. Todas las personas a las que he visto en la fiesta parecen tan… —se encogió de hombros como si le costara encontrar la palabra adecuada—, tan importantes. Es por eso que…
Movió la mano en un gesto más bien vago que parecía señalar el arbusto que había estado inspeccionando cuando le sorprendió.
—Entonces, ¿no cree que los compositores puedan ser considerados personas importantes? —preguntó ella en un tono de suave reprimenda.
—Bueno…, comparados con todos esos políticos, almirantes y hombres de negocios…, quiero decir que medido en términos de poder… Y ni tan siquiera soy demasiado conocido. Si hubiera invitado a Khu, a Savntreig o a…
—Oh, sí —dijo ella—. No cabe duda de que ellos han sabido orquestar admirablemente sus carreras.
El hombre guardó silencio durante unos momentos, acabó soltando una risita ahogada y miró hacia abajo. Tenía los cabellos muy finos y la luz del mástil situado sobre sus cabezas hacía que pareciesen brillar. La mujer pensó que quizá fuese mejor hablar del encargo ahora en vez de guardar el tema para su próxima entrevista, momento en el que se arreglaría para rebajar los números —aunque por el momento fueran números bastante lejanos— a una cifra un poco más acorde con una relación de amistad…, o quizá incluso para una cita privada que tendría lugar aún más tarde, cuando estuviese totalmente segura de que había logrado cautivarle.
¿Cuánto tiempo debía perder? El hombre era justamente tal y como ella deseaba que fuese, pero una amistad cargada de emociones y matices haría que el desenlace resultara mucho más significativo. Ese largo y exquisito intercambio de confidencias que se irían haciendo más y más íntimas, la lenta acumulación de experiencias compartidas, la espiral de esa lánguida danza de seducción, el ir y venir repetido una y otra vez donde cada paso les acercaría un poquito más a la meta hasta que toda esa maravillosa falta de prisas quedara sublimada en el calor del desquite y la satisfacción finales… Sí, resultaría mucho más satisfactorio de esa manera.
—Me halaga, Sma —dijo él mirándola a los ojos.
La mujer le devolvió la mirada alzando un poco el mentón. Era agudamente consciente de todos los matices y señales que componían el delicado tapiz de su lenguaje corporal. La expresión que había en su rostro ya no le parecía tan infantil. Sus ojos le recordaron la piedra de su brazalete. Sintió que la cabeza le daba vueltas, y tuvo que tragar aire.
—Ejem…
La mujer se quedó totalmente inmóvil.
El carraspeo había venido de atrás, a un lado de ella. Vio como la mirada de Sussepin se nublaba y cambiaba de dirección.
Sma mantuvo el rostro impasible mientras giraba sobre sí misma y clavaba los ojos en el armazón gris blanquecino de la unidad con tanta fijeza como si quisiera llenarla de agujeros.
—¿Qué ocurre? —preguntó en un tono de voz que habría sido capaz de arañar el acero.
La unidad tenía el tamaño de una maletita, y su forma era bastante parecida a la de ese objeto. Flotó lentamente hacia su rostro y la mujer la siguió con la mirada.
—Hay problemas, encanto —dijo la unidad.
La unidad se desvió a un lado mientras se inclinaba unos centímetros con respecto al suelo. El ángulo de su estructura hizo que la mujer tuviera la impresión de estar contemplando la negrura de tinta del cielo que se extendía al otro lado de los paneles que formaban la semiesfera cristalina.
Sma clavó la mirada en el suelo de ladrillos del parque y frunció los labios permitiéndose un meneo de cabeza tan leve que resultó casi imperceptible.
—Señor Sussepin… —Sonrió y extendió las manos hacia él—. Esto me resulta terriblemente molesto, pero… ¿tendría la bondad de…?
—Naturalmente.
El hombre ya se había puesto en movimiento y pasó rápidamente junto a ella asintiendo con la cabeza.
—Quizá podamos hablar después —dijo ella.
El hombre volvió la cabeza sin dejar de caminar hacia la salida del parque.
—Sí, yo… Le aseguro que me encantaría… Si…
Pareció perder la inspiración y volvió a asentir nerviosamente con la cabeza. Apretó el paso, llegó a las puertas que había al otro extremo del parque y salió por ellas sin mirar hacia atrás.
Sma se volvió en redondo hacia la unidad, la cual estaba zumbando inocentemente. La máquina había enterrado la parte superior de su estructura en una flor de colores bastante chillones y parecía absorta en su contemplación, pero acabó dándose cuenta de que estaba siendo observada y se apartó de los pétalos. Sma separó las piernas y apoyó un puño en una cadera.
—Así que encanto, ¿eh? —exclamó.
El campo de auras que envolvía a la unidad emitió un parpadeo que se desvaneció casi enseguida. La mezcla de perplejidad gris acero y contrición púrpura no resultó nada convincente.
—No lo entiendo, Sma… Se me escapó. Fue un mero desliz verbal, nada más.
Sma golpeó una rama muerta con la punta del pie y clavó los ojos en la unidad.
—¿Y bien? —preguntó.
—No va a gustarte —dijo la unidad en voz baja.
Retrocedió cosa de medio metro y su campo se oscureció para expresar toda la magnitud de la pena que sentía.
Sma vaciló. Apartó la mirada durante unos momentos, dejó que se le encorvaran los hombros y acabó tomando asiento sobre una raíz que asomaba del suelo. La tela del traje se arrugó alrededor de su cuerpo.
—Se trata de algo que guarda relación con Zakalwe, ¿verdad?
Los campos de la unidad se convirtieron en un arco iris. La reacción de sorpresa fue tan rápida que Sma tuvo la impresión de que quizá fuese sincera.
—Galaxias y nebulosas —dijo—. ¿Cómo…?
Sma movió una mano igual que si la pregunta fuese un insecto molesto al que quisiera alejar.
—No lo sé. El tono de tu voz, la consabida intuición humana… Ya iba siendo hora, ¿no? La vida empezaba a resultar demasiado agradable. —Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la rugosa corteza del tronco—. Adelante.
La unidad Skaffen-Amtiskaw descendió hasta quedar a la altura del hombro de la mujer y se acercó un poco más a ella. Sma abrió los ojos y la contempló.
—Volvemos a necesitarle —dijo.
—Ya me lo imaginaba.
Sma suspiró y apartó a un insecto que acababa de posarse sobre su hombro.
—Bueno, el caso es que… Sí, me temo que es la única solución. Tiene que ser él.
—Ya, pero… ¿he de ser yo?
—Es…, es el consenso de opinión general al que se ha llegado después de muchas discusiones.
—Magnífico —dijo Sma con voz apesadumbrada.
—¿Quieres oír el resto?
—¿Mejora?
—No, la verdad es que no.
—Diablos… —Sma se golpeó el regazo con las manos y las deslizó lentamente arriba y abajo alisando la tela del traje—. Supongo que será mejor que me entere de todo ahora.
—Tendrías que salir mañana.
—Oh… ¡Venga, unidad! —Sma ocultó el rostro entre las manos. Cuando alzó la cabeza vio que Skaffen-Amtiskaw había empezado a juguetear con una ramita—. Estás bromeando.
—Me temo que no.
—¿A qué viene todo esto? —Sma alzó una mano y señaló hacia las puertas que daban a la sala de turbinas—. ¿Qué pasará con la conferencia de paz? ¿Qué vamos a hacer con esa turba de ojos porcinos y manos acostumbradas a recibir sobornos? ¿Queréis echar por la borda el trabajo de tres años? Y ¿que ocurrirá con todo el jodido planeta que…?