La leyó impaciente.
El asesino de Higinio es el camarada Antonio Perales, responsable de la CNT en el campo.
Un amigo.
Salió corriendo hacia el despacho del director y dispuso de inmediato que avisaran al tal Perales. Lo trajeron dos guardias civiles sin que supiera por qué había sido detenido. A Alemán le pareció un tipo de mirada despierta, algo aviesa, de rasgos fuertes y no demasiado mal nutrido pese a las circunstancias. Los civiles les dejaron a solas: al preso, al director y a Alemán. Este último le lanzó la nota.
– ¿Qué tienes que decir?
Él la miró como el que mira la luna y repuso:
– No sé, soy analfabeto.
El director y Alemán se miraron.
– A otro perro con ese hueso, pero te facilitaré las cosas -apuntó Alemán-. Dice que tú mataste a Higinio y que eres el jefe de la CNT aquí.
El hombre se puso pálido. Por un momento pareció incluso que fuera a desmayarse. A Roberto le hubiera gustado tener a Tornell allí para que pudiera indicarle si el tipo era o no culpable. Al menos se hacía evidente que aquel preso estaba nervioso, muy nervioso.
– Te han hecho una pregunta, piltrafa, ¡contesta! -exclamó el director de muy malos modos.
Perales se pasó la mano por la frente y suspiró. Titubeando acertó a decir:
– ¿Podrían… darme un vaso de agua?
El director se levantó de su mesa y se acercó a él. Roberto Alemán permanecía expectante mirando desde el sillón de invitados de don Adolfo. Una vez situado a la altura del preso, aquella comadreja del director le propinó tal bofetón que éste retrocedió más de dos pasos por el impacto.
– Eso para que sepas a qué estás jugando -dijo el director-. Esas confianzas…
Entonces levantó el teléfono.
– Con el cuartelillo -dijo a la telefonista.
– ¡No, no! ¡Me queda un mes de pena, por Dios!
Otra hostia. Alemán estuvo a punto de levantarse e intervenir pero algo le impulsó a no meterse.
– A Dios ni lo mientes, rojo -dijo el director que volvió a su llamada indicando que subiera el sargento para hacerse cargo de un preso y que avisaran al capitán al pueblo para que fuera a Cuelgamuros pues «se había cazado al asesino».
Mientras don Adolfo hablaba, Roberto leyó el pánico en el rostro del preso que negaba con la cabeza sujetándose la misma con ambas manos. Cuando el director colgó, Alemán aprovechó para intervenir.
– Un momento. Quiero hablar con el preso a solas.
– ¿Está usted loco? Este desgraciado es un asesino…
– Hay dos guardias civiles junto a la puerta. Hágame usted el favor de dejarnos. Comprendo que éste es su despacho pero tengo que hablar con él.
El director le miró con extrañeza pero Alemán agitó en su mano el papel que le había expedido su futuro suegro. Salió como una fiera del despacho. Entonces, Roberto hizo algo que había visto en las películas americanas de detectives. Pensó que Tornell, de encontrarse allí, lo habría aprobado. Era aquello de… «policía bueno, policía malo». No se había inmiscuido durante la actuación del director a propósito porque aquello le colocaba en inmejorable posición para ganarse la confianza de aquel desgraciado. Curiosamente, en ningún momento su mente lo había visto como un asesino. Con parsimonia, lentamente, colocó una silla frente al sillón y, muy serio, lo más que pudo, le dijo con voz queda:
– Tome asiento, por favor.
Entonces se encaminó hacia la mesa de don Adolfo y tomando una jarra llenó un vaso de agua. Se lo dio.
– Beba -ordenó sin dejar lugar a dudas.
Perales lo hizo con ansia. Olía a pavor. Alemán lo había visto ya, mejor dicho, percibido. En hombres que instantes antes de ver venir la muerte sudaban el miedo. Luego vomitaban o perdían el control de los esfínteres. No era algo nuevo para él. Se sentó frente a él intentando parecer cercano pero poderoso a la vez. Estaba en manos de sus captores. Alemán se aseguró de que sus rodillas casi se tocaran.
– Ya has visto lo que hay, Perales. En cuanto salgas de aquí con el sargento esto es lo mejor que vas a experimentar. Te esperan un rosario de hostias, palizas y torturas hasta que cantes. Es obvio que tienes algo que contarme.
– Yo… No sé de dónde viene todo esto, bueno yo… sí, claro.
– Cuenta, cuenta.
Se pasó la mano por el cráneo. Parecía un hombre desesperado.
– ¡Sí, ya sé! -exclamó-. Han sido los comunistas, ese maldito Higinio.
– Higinio era comunista…
Asintió.
– ¿Y?
– Esto no me conviene.
Alemán hizo una nueva pausa intentando pensar mientras observaba su rostro lo mejor que podía.
– Mira, Perales, puedes contármelo a mí, aquí y ahora, o bien esperar y que te lo saquen esos bestias en el destacamento de la Guardia Civil.
– ¿Y qué? -repuso algo agresivo-. Además, usted no es mejor que ellos.
Roberto se levantó de inmediato. No podía perder el control de la situación.
– Sí -le dijo levantándose para abandonar la habitación-. Tienes razón, yo soy, he sido quizá mil veces más brutal que ellos. No me siento orgulloso de ello. Tampoco es que me arrepienta. No sé, actué impulsado por los acontecimientos. Si no hubieran matado a mi familia no estaría aquí, no te quepa duda. Luego perdí la cabeza, me movía el odio. Ahora intento reparar el mal que hice… como tantos otros. Quizá en estos días actuaría de otra manera, si tú quisieras, claro; pero… ¿quién sabe?
– Espere -dijo el preso cuando el oficial ya había llegado a la puerta y giraba el picaporte.
– ¿Sí?
– Usted no lo entiende.
Alemán soltó la manija y volvió sobre sus propios pasos.
– No entiendo, ¿el qué?
– No puedo hablar, soy inocente, han intentado hacerme pagar, probablemente los comunistas… pero si hablo… será peor para mí.
– ¿Peor que te fusilen por asesinato? Tú no conoces a mi gente. Mira, alguien ha matado a dos presos y atacado a un tercero y a un oficial. ¿Te das cuenta? Alguien ha atacado a un oficial, a mí, dentro de las instalaciones del campo. Aquí se va a liar una tremenda. Querrán solventar rápido la papeleta. Tienen un sospechoso, ¡tú! ¿Sabes cómo funciona esto? Se lleva al tipo al cuartelillo, se le ahostia, confiesa y asunto cerrado. ¡Y a otra cosa, mariposa! Estás de mierda hasta el cuello.
– Me quedaba muy poca condena…
– ¿Y?
– Ese Higinio era el jefe de los comunistas.
– Cuéntame algo que no sepa. Te repites.
– Usted sabe que esos malditos hijos de Stalin nunca han podido vernos.
– ¿A quiénes?