TELEGRAMA ENVIADO DESDE NUEVA YORK
Y RECIBIDO POR DON ROBERTO ALEMÁN EL
15 DE ENERO DE 1944
CARTA ENTREGADA EN MANO
A DON ROBERTO ALEMÁN
EL 7 DE OCTUBRE DE 1947
POR DON GILBERTO ASUNCIÓN
Estimado Roberto:
Sé que he tardado mucho tiempo en ponerme en contacto contigo pero sólo quiero que sepas que no fue por desagradecimiento sino todo lo contrario. No quería comprometerte. Espero que recibieras el telegrama en clave que te envié pero no se me ocurrió otra forma de hacerlo pues no me atrevía a ponerme en contacto contigo por temor a perjudicarte. Me imagino que tras mi fuga se produciría la subsiguiente investigación, y aunque sé que estás bien situado, nada me desagradaría más que saber que habías tenido que pagar un alto precio por ayudarme.
Desde que llegué a este país no pasa un día sin que me acuerde de ti y sin que me invada la zozobra por saber si saliste con bien de todo aquello. Ahora sé que sí. Nunca he tenido ni tendré posibilidad de pagar todo lo que hiciste por mí, amigo, y quiero que sepas que siempre, siempre, te estaré agradecido por todo aquello. Me ha costado mucho tiempo hallar a alguien de confianza y que además pueda permitirse el lujo de entrar y salir de España con facilidad. Aquí, los exiliados mantenemos cierto contacto, a veces cenamos o comemos juntos y fue en una de estas reuniones donde conocí a Gilberto. Es un empresario de éxito, que se relaciona bien con el Movimiento pero que, aunque no se significó durante la guerra pues no le agradaban los desórdenes, simpatiza en secreto con la causa de la República. Entablamos una gran amistad y ahora espero te haga llegar esta carta.
La noche en que me comunicaste que me iba, estaba preparando algo. Ahora te lo puedo decir: desde siempre trabajé para el Partido Comunista. Nunca milité. Decidimos hacerlo así desde el principio para que pudiera tener una verdadera piel de espía pues, además, era policía. Ni siquiera durante la guerra me inscribí oficialmente en el Partido aunque siempre desarrollé labores de inteligencia para el mismo. Yo no era el único caso, ya en la década de los treinta el Partido creyó necesario desarrollar una suerte de servicio de inteligencia integrado por gente fiel que fuera infiltrándose en distintos estamentos de la sociedad. Nunca asistíamos a reuniones ni manifestaciones y no podíamos pertenecer a célula alguna. Una idea fantástica. Cuando comencé a trabajar como policía -una sugerencia de mis superiores- comprobé que aquello me gustaba y que, encima, no se me daba mal, por lo que cumplí con mi doble función a la perfección. Luego llegó la guerra y las cosas cambiaron. Caí prisionero, y como sabes, pasé las de Caín. Cuando ya me dejaba morir, abandonado a cualquier atisbo de esperanza, recibí una gran noticia en la prisión: Berruezo, mi compañero de fatigas, me había localizado e iba a hacer lo posible para que un capataz amigo suyo me reclamara para las obras de Cuelgamuros. Yo -ahora lo sabes- durante la guerra me especialicé en el uso de explosivos. El Partido quería matar a Franco y me necesitaban para preparar una bomba. No sé bien cómo me habían localizado por esos campos de concentración en los que malviví pero me llamaban a la acción. Yo era un muerto en vida, pero al tener un objetivo mi perspectiva cambió. Me juramenté para aguantar vivo al precio que fuera y cumplir mi misión aunque me ejecutaran después de conseguir acabar con el Caudillo. Total, ya estaba muerto, ¿qué más me daba aguantar unos meses más y eliminar a ese gusano de esta tierra? Tardaron casi un año en lograr llevarme allí. Lo demás, ya lo sabes, llegué al campo y cumplí mi misión, sobrevivir. Luego fui preparando el golpe. Era fácil, Franco iba mucho por allí y se trabajaba mucho con explosivos. Resultaba relativamente sencillo distraer un barreno por aquí y otro por allá. Tuve cierto contacto con Higinio, que tenía orden -él y otros compañeros del Partido que penaban allí- de suministrarme el material necesario. La operación se supervisaba desde Toulouse. Había que enterrar la bomba a la entrada de la cripta aprovechando las polvaredas que surgían tras «las pegadas», en esos momentos en que ni siquiera los guardias entraban allí, sólo presos, aunque aquello provocara que se los comiera la silicosis. Entonces te conocí a ti y vi tu catarsis. Yo estaba tan lleno de odio como tú, pero comprobé con asombro cómo alguien puede redimirse, volver a la vida tras haber hecho el mal, tras haber sufrido tanto y tanto a manos de otros… fue una valiosa lección. Vi que te conmovías con el relato de mis penurias en aquellos malditos campos y descubrí que un monstruo, un fascista, se portaba bien conmigo. Nos metimos juntos en la resolución de aquel caso de rebote, como quien no quiere la cosa, y algo grande surgió entre nosotros: una gran amistad.
Sentí lo que te hicieron a ti y a tu familia en la checa de Fomento y comprendí que, de haber ganado la guerra, también habríamos fusilado y encarcelado a la gente a millares. No somos tan diferentes. Todos somos monstruos y todos podemos ser bellísimas personas. Así es el ser humano y así son las guerras. El 25 de diciembre de 1943, Franco iba a asistir a una misa en la cripta. Era el momento y lo preparamos todo. Por eso Higinio y los anarquistas tuvieron sus tensiones. Cuando supimos que preparaban una fuga hubo problemas, porque llevábamos meses preparando la bomba a la espera del momento adecuado y un registro, unos interrogatorios, las detenciones, podían dar al traste con el plan. El caso es que el destino quiso que el día 24 resolviéramos nuestro caso, amigo. Te comportaste como un gran detective e incluso me salvaste la vida cuando ese bastardo de Rullán me atacó aquel día en el barracón. Te estaba agradecido y resolver el caso era la forma de demostrarlo. Al día siguiente iba a estallar la bomba eliminando a Franco y, muy posiblemente, a una buena parte del Alto Mando franquista.
Sabía que aquello tiraba por tierra cualquier posibilidad de que rehiciera mi vida con Toté, de que pudiera salir de allí. Me daba igual. Lo tenía decidido desde antes y mi nueva situación personal no iba a cambiar nada. Y no, no pienses que lo hacía por disciplina, por fidelidad al Partido o por idealismo -a estas alturas ya no creo en nada-, sino porque quería vengarme y llevarme por delante al tipo que tanto daño nos había hecho. Sabía que yo, el asesino, era hombre muerto. En cuanto muriera el dictador comenzarían los interrogatorios y me cazarían como a un conejo. Me daba igual. Había llegado allí con una misión e iba a cumplirla. Entonces, aquella noche, cuando ya tenía enterrada la bomba, apareciste tú y me dijiste que me iba. La cabeza me iba a estallar. La bomba estaba colocada y preparada para explotar a las nueve y cuarto del día siguiente. Si el artefacto estallaba y yo conseguía fugarme como tú me planteabas, habría cumplido mi misión con más éxito del que nunca había soñado.
Pero pensé en algo… Si la bomba estallaba y yo escapaba casi en el mismo momento no tardarían en atar cabos, no se pararían ante nada, te descubrirían, te torturarían. Probablemente el propio Venancio se vería obligado a confesar que la noche anterior había ayudado a escapar a un preso. El asunto era grave, un atentado contra el dictador. Eras hombre muerto. Entonces, no sé bien por qué, tomé los alicates con disimulo y mientras preparabas el coche pasé por la cripta y corté los cables de la bomba.
Corté los cables, sí.
Espero que nadie lo sepa nunca. Me avergüenza decirlo pero yo, que pude matar a Franco, dejé de hacerlo por un amigo. ¡Qué idiota! ¿No?