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– En realidad, Fidelma -dijo al fin-, necesito tus servicios.

Fidelma lo miró con gravedad.

– Estaba esperando algo así. ¿De qué se trata?

– Tú eres hábil en la resolución de problemas, Fidelma, y quisiera aprovechar esa cualidad una vez más.

Fidelma inclinó la cabeza.

– Cualquiera que sea mi habilidad, está a tu disposición, Colgú, ya lo sabes.

– En tal caso, debo confesar que te he hecho venir con un propósito en mente.

– No lo dudaba -dijo a su vez Fidelma con solemnidad-. Y sabía que tendrías que plantearlo a tu manera.

– ¿Conoces las montañas del oeste, de nombre Cruacha Dubha?

– Nunca he estado allí, pero las he visto de lejos y he oído algo sobre ellas.

Colgú se inclinó sin levantarse.

– ¿Y has oído algo de Laisre?

Fidelma lo miró, extrañada.

– ¿Laisre, el jefe de Gleann Geis? Algo se ha dicho de él últimamente por aquí, entre los religiosos de Cashel.

– ¿Qué has oído? Puedes hablar sin ambages.

– Que su pueblo aún rinde culto a los antiguos dioses y diosas. Que los extranjeros no son bienvenidos en sus tierras y que los hermanos y hermanas de la Fe se adentran en ellas por su cuenta y riesgo.

Colgú dio un suspiro y agachó la cabeza.

– Hay cierta verdad en ello. Sin embargo, los tiempos cambian con rapidez y, al parecer, Laisre es un hombre de inteligencia; ahora se ha dado cuenta de que no puede luchar eternamente contra el progreso.

Fidelma estaba asombrada.

– ¿Quieres decir con eso que se ha convertido a la Fe?

– No exactamente -reconoció Colgú-. Sigue siendo un partidario acérrimo de las viejas costumbres. No obstante, está dispuesto a atender a nuestras razones con buena disposición. Incluso habiendo entre su gente tanta oposición. Por tanto, el primer paso es entablar una negociación…

– ¿Una negociación?

– Laisre nos ha hecho saber que está dispuesto a negociar conmigo un medio que permita a los representantes de la Fe edificar en su territorio una iglesia y una escuela, que sustituirán con el tiempo a los antiguos santuarios paganos.

– El término «negociar» implica que querrá algo a cambio. ¿Qué precio pide por permitir la construcción de una iglesia y una escuela en su país?

Colgú se encogió ligeramente de hombros.

– Precisamente eso es lo que debemos averiguar. Pero necesito a alguien que pueda negociar en nombre de este reino, así como en nombre de la Iglesia.

Con aire pensativo, Fidelma miró fijamente a su hermano, que aguantó su silencio.

– ¿Me estás proponiendo que vaya a Cruacha Dubha para negociar con Laisre?

En su fuero interno, Fidelma estaba sorprendida. Creía que Colgú sólo iba a pedirle consejo al respecto.

– ¿Quién sino tú está acostumbrado a negociar con suma habilidad? Además, conoces bien este reino y sus necesidades.

– Pero…

– Tú podrías llevar mi palabra, Fidelma, así como la del obispo Ségdae. Tendrías que averiguar qué quiere Laisre; qué espera. Si las condiciones son razonables, deberás aceptarlas. Si son desmedidas, deberás pedir al rey y a su Consejo que las reconsideren.

Fidelma tenía un gesto grave.

– ¿Sabe Laisre que voy a ir yo?

– No daba por sentado que ibas a acceder, Fidelma -dijo Colgú con una sonrisa-. Laisre solamente pidió que enviásemos a un representante de la Fe a su país a comienzos de la semana próxima, y que fuera un emisario digno de mi cargo. ¿Aceptarás?

– Si es tu deseo que os represente a ti y al obispo Ségdae… Por cierto, ¿por qué el obispo no está presente para expresar su parecer sobre el asunto?

Colgú sonrió con ironía.

– Está aquí. He pedido al viejo «halcón de la frontera» que esperara fuera hasta haber hablado contigo. Después te transmitirá su punto de vista.

Fidelma miró a su hermano con recelo.

– Entonces, estabas seguro de que accedería a ir, ¿no?

– En absoluto -aseguró Colgú con una sonrisa que nada tenía que ver con la respuesta-. Pero ahora sé que irás, y quiero que te escolten mis paladines, los caballeros del Collar de Oro.

– ¿Y qué dirá Laisre si entro en su territorio con una banda de la orden de Niadh Nasc al mando? Si se me envía como emisaria, entonces como emisaria iré. Laisre interpretaría la presencia de guerreros en mi escolta como un insulto y como un acto intimidatorio para la negociación. Tus caballeros no tienen cabida en una negociación para fundar una iglesia y una escuela. Iré sola, a caballo.

Colgú sacudió la cabeza en señal de desaprobación.

– ¿Sola a Cruacha Dubha? No lo puedo consentir. Permite al menos que te escolte un guerrero.

– Ya sea uno, ya sean diez, todos son guerreros y darán pie a un enfrentamiento. No, sólo permitiré que me acompañe otro representante de la Fe para demostrar que nuestro propósito es pacífico.

Colgú escrutó el rostro de Fidelma unos instantes y luego hizo una mueca de resignación al ver que ya había tomado una decisión, y cuando Fidelma tomaba una decisión, Colgú sabía que era inútil empeñarse en hacerla ceder.

– Que te acompañe el sajón -insistió él-. Es un buen hombre y será un buen acompañante.

Fidelma lanzó una mirada a su hermano, esta vez sin rubor.

– Puede que el hermano Eadulf esté ocupado en otros menesteres… Seguramente ya será hora de que regrese junto al arzobispo de Canterbury, que lo despachó a ti como enviado.

Colgú sonrió con dulzura.

– Creo que te sorprenderá saber que el hermano Eadulf está deseando pasar más tiempo en nuestro reino, hermana. No obstante, debo insistir en que permitas que te escolten mis guerreros.

Fidelma no cedió.

– ¿Cómo vamos a demostrar que la Fe es el camino a la paz si empleamos la fuerza para convertirlos a ella? No. Te repito, hermano, que, si se me envía a negociar con Laisre y su pueblo, debo acudir demostrando que deposito mi confianza en la Fe y en la palabra sincera, no en la espada. ¡Vincit omnia ventas!

Colgú escuchaba a su hermana con regocijo.

– Cierto que la verdad puede conquistar todas las cosas, pero la clave está en saber cuándo y a quién debe dirigirse la verdad. Puesto que te complacen las máximas latinas, Fidelma, te daré este consejo: cave quid dicis, quando et cui.

Fidelma inclinó la cabeza con gravedad.

– Tendré en cuenta tu consejo.

Colgú se levantó y fue hasta un armario, del que sacó un bastón de madera de serbal blanco en el que había incrustada una figurilla de oro. Era la imagen de un ciervo con cuernos, símbolo de la princesa Eóghanacht de Cashel. Con solemnidad, Colgú lo entregó a su hermana.

– Te hago entrega del emblema de nuestra embajada, Fidelma. Este bastón te concede mi autoridad y te permite llevar mi palabra.

Fidelma se puso en pie; conocía muy bien el simbolismo del bastón.

– No te defraudaré, hermano.

Colgú miró con cariño a su hermana, extendió ambas manos y las puso encima de sus hombros.

– Y dado que no puedo convencerte de que te acompañe una tropa de guerreros, al menos puedo ofrecerte otra cosa.

Fidelma frunció el ceño cuando Colgú se volvió para dar unas palmadas. La puerta se abrió, y entraron el brehony el chambelán. Detrás de ellos iba el obispo Ségdae, un anciano con cara de halcón, cuyas facciones parecían responder a su nombre. Era evidente que habían estado esperando aquel momento. Los tres hicieron una breve y respetuosa reverencia a Fidelma para saludarla. Luego, sin mediar palabra, el chambelán se colocó a la izquierda de Colgú. Llevaba una caja de madera en las manos, que ofreció al rey.

– Hacía tiempo que quería hacer esto -confesó Colgú en un tono confidencial, volviéndose para abrir la caja-. Sobre todo cuando frustraste la conspiración de los Uí Fidgente para destruir el reino.