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– En tal caso, ¿qué queréis decir con esto? -preguntó Eadulf, ceñudo.

– Que la disposición de estos cuerpos forma parte de un ritual, no sé si pagano o cristiano; eso es algo que debemos averiguar observando otros detalles.

– ¿Como por ejemplo?

– ¿Os habéis fijado en el modo en que estos desdichados fueron expulsados de este mundo?

Eadulf confesó que no.

– ¿Habéis oído hablar alguna vez de la Triple Muerte?

– No.

– Una antigua historia cuenta que una vez, hace mucho tiempo, nuestro pueblo renunció al antiguo código moral de nuestros druidas para profesar adoración a un ídolo de oro al que llamaban Cormm Cruach, el dios de la Media Luna Sangrienta, al que se ofrecían sacrificios humanos. Le rendían culto en la Llanura de la Adoración, Magh Slécht, en la época del rey supremo Tigernmas, hijo de Follach. Su propio nombre significaba «señor de la muerte».

– Nunca lo había oído -dijo Eadulf.

– Es una época de nuestra historia de la que nuestro pueblo no se enorgullece. Al final, los subditos se cansaron de Tigernmas, y éste fue asesinado misteriosamente durante uno de los rituales de adoración desenfrenada al ídolo, y nuestro pueblo recuperó la lealtad a los dioses de sus antepasados.

Eadulf resopló en señal de desaprobación.

– No veo mucha diferencia entre rendir culto a un ídolo y rendir culto a los dioses paganos. Ni en un caso ni en el otro se trataba del dios verdadero.

– Estáis en lo cierto, Eadulf, pero al menos los antiguos dioses no exigían el sacrificio de la sangre que precisaba la adoración a Cromm Cruach.

Eadulf se pasó la mano por el cabello.

– Pero, ¿qué tiene que ver esto con… cómo era… la Triple Muerte?

– Según Tigernmas, era la muerte que exigía Cromm Cruach.

– Sigo sin entenderlo.

Fidelma señaló con la mano los cuerpos.

– Todos estos jóvenes tienen heridas de puñal y de estrangulamiento, y todos tienen el cráneo aplastado por un golpe. ¿Os sugieren algo estos detalles?

Eadulf la miró con los ojos abiertos de par en par.

– ¿Ésta es la Triple Muerte a la que os referís?

– Exactamente. Son tres maneras distintas de morir. Cada joven presenta las señales de la misma forma de muerte. Es más, ¿habéis advertido las marcas de las muñecas?

– ¿Tienen marcas?

– Marcas de haber estado maniatados. Les ataron las muñecas, supongo que hasta el momento de morir, y luego les quitaron las cuerdas.

Eadulf se estremeció y se hincó de rodillas.

– ¿Insinuáis que son víctimas de algún sacrificio expiatorio?

– Yo solamente expongo los hechos. Cualquier conclusión sería, por ahora, precipitada.

– Pero si lo que decís es cierto, entonces estáis sugiriendo que se trata de un sacrificio pagano, lo cual implicaría que el culto al ídolo que habéis mencionado, Cromm, aún existe.

Fidelma negó moviendo la cabeza.

– Se dice que Tigernmas fue el vigésimo sexto rey después de la llegada de los hijos de Míle, que trajo a Eireann a los hijos de Gael. Gobernó este país mil años antes de que Cristo viniera a este mundo. Incluso los druidas le dieron la espalda por sus costumbres malignas. Suponer que el culto a Cromm existe todavía sería un sinsentido.

Eadulf apretó los labios un instante.

– Aun así, esto tiene algo de satánico.

– En eso tenéis razón. Ya he dicho cuántos cuerpos hay, treinta y tres en total…

– Y con ello insinuáis que este número entraña algún significado -interpuso Eadulf enseguida.

– Cuando derrocaron a los dioses malignos del Fomorii, se cuenta que estaban al mando de treinta y dos jefes y su rey supremo. El gran héroe de Ulaidh, Cúchulainn, dio muerte a treinta y tres guerreros en el castillo de las hadas malignas. Cuando Cormac Mac Art expulsó a los Dési de Irlanda, tuvieron que pasar treinta y tres años vagando antes de poder establecerse. Treinta y tres paladines, entre ellos el rey, fallecieron en el salón de Bricriu… ¿hace falta que prosiga?

Eadulf fue abriendo los ojos.

– ¿Estáis diciendo con esto que el número treinta y tres tiene un significado especial en las tradiciones paganas de vuestro pueblo?

– Así es. Tenemos ante nosotros un antiguo ritual. La Triple Muerte y la colocación de los cuerpos en un círculo que sigue la trayectoria del sol forman parte del ritual. Pero lo que debemos descubrir es su sentido. Hay un último dato importante que habéis omitido.

Eadulf escrutó el círculo.

– ¿Cuál? -preguntó con incertidumbre.

– Examinad ese cuerpo y decidme qué veis -le indicó, refiriéndose a un cuerpo en concreto con una señal de la mano.

Con aprensión, Eadulf pasó con cuidado entre los cuerpos y miró al suelo. Soltó un grito ahogado y se santiguó.

– Un hermano -susurró-. Un hermano de la Fe. Lleva la tonsura de san Juan.

– A diferencia de los demás, éste tiene cortes y laceraciones en brazos, piernas y rostro.

– ¿Significa esto que lo torturaron?

– Quizá no. Más bien parece que se haya visto obligado a correr entre la maleza, de ahí los cortes y rasguños.

– Sin embargo, este hermano cristiano murió también según este ritual -argüyó Eadulf-. El hábito no lo salvó de esta muerte mezquina. Vos misma ya habéis dicho qué representa esto.

Fidelma lo miró fijamente un instante.

– Ah, ¿sí?

– Es evidente.

– Decidme, pues, si es así.

– Nos encaminamos hacia el Valle Prohibido, bajo el gobierno de un jefe pagano que, según vuestras propias palabras, se opone a la Verdad de la Enseñanza de Cristo. Sois aficionada a citar proverbios latinos, Fidelma. Yo os diré uno: Cuius regio eius religio.

Por primera vez desde que presenciaran la horrenda visión, Fidelma esbozó una sonrisa en los labios en reconocimiento a la observación de Eadulf.

– El soberano de un territorio elige su religión -tradujo ella a su vez.

– Ese tal jefe, Laisre, es un pagano -prosiguió Eadulf precipitadamente-. Por tanto, ¿no es esto una suerte de simbolismo pagano con el que pretenden amedrentarnos o intimidarnos?

– ¿Intimidarnos para impedirnos qué? -preguntó Fidelma.

– Pues que entremos en Gleann Geis para negociar la fundación de una iglesia y una escuela cristianas. Creo que con esto pretenden insultar a vuestro hermano, como rey, y a Ségdae como obispo de Imleach. Debemos abandonar este lugar de inmediato; dar media vuelta y regresar a tierras cristianas.

– ¿Y desatender nuestra misión? -preguntó Fidelma-. ¿A eso os referís? ¿Queréis que huyamos?

– Y regresar más adelante con un ejército que imponga el temor de Dios a estos paganos que nos han ofendido intencionadamente. Sí, eso deberíamos hacer. Yo volvería con fuerzas y borraría este nido de víboras de la faz de la tierra.

De pie, junto a los cadáveres, era fácil exaltarse. Así le ocurrió a Eadulf, y la tez se le enrojeció por el arrebato.

Fidelma procuró calmarlo.

– Lo primero que me ha venido a la mente, Eadulf, ha sido lo que acabáis de expresar con tanta elocuencia. Yes un pensamiento lógico, una reacción lógica. Si prepararon esta escena para que la viéramos, quizá todo sea demasiado evidente. No debemos pasar por alto las sombras que proyecta una luz muy luminosa.

A pesar del miedo y la ira que sentía, Eadulf se tranquilizó mientras intentaba desentrañar el significado de aquellas palabras.

– ¿Qué significa?

– Es un aforismo de mi maestro, el brehon Morann de Tara. Aveces, las cosas que son evidentes son una ilusión, y la realidad subyace debajo de ellas.

Fidelma calló, entornó los ojos y los fijó en algo que había en el suelo, no lejos de ellos.