– El juicio de Elliot está programado para que empiece el jueves de la semana que viene -dije-. Cobró los cien mil por adelantado.
Decir lo obvio me hizo caer en la cuenta de algo.
– En cuanto terminemos aquí, llama al banco -le dije a Lorna-. Mira a ver si el cheque está retenido. Trata de que lo abonen. En cuanto Elliot se entere de que Vincent ha muerto, probablemente tratará de parar el pago.
– Entendido.
– ¿Qué más sabemos sobre el dinero? Si cien son de Elliot, ¿de quién es el resto?
Lorna abrió uno de los libros de contabilidad que tenía en su regazo. Hay que poder relacionar cada dólar ingresado en una cuenta de fideicomiso con el cliente para el que se mantiene. En cualquier momento, un abogado debe poder determinar qué parte del anticipo de un cliente ha de transferirse a la cuenta operativa y usarse y cuánto queda en reserva en fideicomiso. Cien mil de la cuenta de fideicomiso estaban destinados al juicio de Walter Elliot. Eso dejaba sólo 29.000 recibidos por el resto de los casos activos. No era mucho, considerando la pila de expedientes que habíamos reunido al revisar los archivadores buscando casos activos.
– Esa es la mala noticia -dijo Lorna-. Parece que sólo hay otros cinco o seis casos con depósitos de fideicomiso. Con el resto de los casos activos, el dinero ya se había transferido a operativo, se había gastado o los clientes lo debían.
Asentí. No era una buena noticia. Estaba empezando a parecer que Jerry Vincent iba por delante de sus casos, lo cual significaba que había entrado en una rueda de conseguir nuevos casos para mantener el flujo de dinero y pagar por los casos existentes. Walter Elliott iba a ser el cliente salvador. En cuanto se hicieran efectivos los cien mil dólares, Vincent podría parar la rueda y tomar aire, al menos, durante un tiempo. Pero nunca tuvo la ocasión.
– ¿Cuántos clientes con planes de pago? -pregunté.
Lorna consultó una vez más los registros que tenía en su regazo.
– Hay dos con pagos preliminares. Ambos muy atrasados.
– ¿Quiénes son?
Ella tardó un momento en responder y consultó los datos.
– Ah, Samuels es uno y Henson es el otro. Los dos tienen unos cinco mil de atrasos.
– Y por eso aceptamos tarjetas de crédito y no pagarés.
Me estaba refiriendo a mi propia rutina de negocio. Ya hacía mucho tiempo que había dejado de proporcionar servicios de crédito. Aceptaba pagos en efectivo no reembolsables. También aceptaba plástico, pero no hasta que Lorna hubiera verificado la tarjeta.
Consulté las notas que había tomado mientras llevaba a cabo una rápida revisión del calendario y los casos activos. Tanto Samuels como Henson se hallaban en una lista que había esbozado mientras revisaba los expedientes, la de aquellos de los que iba a desembarazarme si podía. Estaba basada en mi rápida revisión de las acusaciones y hechos de los casos. Si había algo que no me gustaba de un caso -por cualquier razón- entonces iba a la lista chunga.
– No hay problema -dije-. Los dejaremos.
Samuels era un caso de homicidio culposo por conducir con exceso de alcohol y Henson era un caso de robo y posesión de droga. Henson momentáneamente retuvo mi interés porque Vincent iba a construir una defensa en torno a la adicción del cliente a los calmantes. Iba a unir compasión y desviación en una estrategia según la cual el médico que prescribió un exceso de fármacos a Henson era el máximo responsable de las consecuencias de la adicción que creó. Patrick Henson, argumentaría Vincent, era una víctima, no un delincuente.
Yo estaba íntimamente familiarizado con esta defensa, porque la había empleado de manera reiterada durante dos años para tratar de absolverme a mí mismo de numerosas infracciones que había cometido con diferentes personas en mi papel de padre, ex marido y amigo. Pero puse a Henson en lo que llamaba la lista chunga porque en el fondo sabía que la defensa no se sostendría, al menos no para mí. Y tampoco estaba preparado para ir al tribunal con esa estrategia.
Lorna asintió con la cabeza y tomó notas sobre los dos casos en un papel.
– Entonces, ¿qué resultado tienes? -preguntó-. ¿Cuántos casos estás poniendo en la lista chunga?
– Tenemos treinta y un casos activos -dije-. De ésos, estoy pensando que sólo siete parecen chungos. Así que eso significa que hay muchos casos donde el dinero no estaba en la caja registradora. O bien tendré que conseguir dinero nuevo o acabarán también en la lista chunga.
No estaba preocupado por tener que conseguir dinero de 58 los clientes. El talento número uno de la defensa penal es conseguir el dinero. Era bueno en eso y Lorna era aún mejor. El truco consistía en hacerse con clientes que pagaran y nos habían caído del cielo dos docenas de ellos.
– ¿Crees que la juez va a dejarte abandonar algunos de éstos? -preguntó Lorna.
– No. Pero ya pensaré en algo. Tal vez pueda alegar conflicto de intereses. El conflicto de intereses podría ser que me gusta que me paguen por mi trabajo y los clientes no quieren pagarme.
Nadie rio. Nadie sonrió siquiera. Seguí adelante.
– ¿Algo más sobre el dinero? -pregunté.
Lorna negó con la cabeza.
– Nada más. Cuando estés en el tribunal, voy a llamar a banco y empezaremos con eso. ¿Quieres que los dos tengamos firma?
– Sí, igual que con mis cuentas.
No había considerado la dificultad potencial de acceder a dinero que estaba en las cuentas de Vincent. Para eso tenía a Lorna, que era excepcional con el aspecto comercial del negóció. Algunos días era tan buena que deseaba que nunca nos hubiéramos casado o que nunca nos hubiéramos divorciado.
– Averigua si Wren Williams tiene firma -le dije-. Si es así, elimínala. Por ahora sólo quiero que tú y yo tengamos firma en las cuentas.
– Lo haré. Puede que tengas que volver a pedirle a la juez Holder una orden para el banco.
– No habrá problema.
Miré el reloj y vi que disponía de diez minutos antes de ir ni tribunal. Volví mi atención a Wojciechowski.
– Cisco ¿qué tienes?
Antes le había pedido que recurriera a sus contactos y se informara de la investigación del asesinato de Vincent lo más posible. Quería saber qué movimientos estaban haciendo los detectives, porque por lo que había dicho Bosch, la investigación iba a estar entrelazada con los casos que acababa de heredar.
– No mucho -dijo Cisco-. Los detectives aún no han vuelto al Parker Center. Llamé a un tipo que conozco en criminalística y todavía lo están procesando todo. No hay mucha información sobre lo que tienen, pero me ha hablado de algo que no tienen: a Vincent le dispararon al menos dos veces, por lo que han visto en la escena. Y no hay casquillos. El asesino hizo limpieza.
Había algo revelador en la información. El asesino o bien había usado un revólver o había tenido la presencia de ánimo después de matar a un hombre para recoger los casquillos expulsados por la pistola.
Cisco continuó con su informe.
– Llamé a otro contacto de la central de comunicaciones y me dijo que la primera llamada se recibió a las 12.43. Ajustarán la hora de la muerte en la autopsia.
– ¿Tienen una idea general de lo que ocurrió?
– Parece que Vincent trabajó hasta tarde, que era aparentemente su rutina los lunes. Trabajaba hasta tarde los lunes para preparar la semana que tenía por delante. Cuando terminó, cogió su maletín, cerró la puerta y se fue. Bajó al garaje, se metió en el coche y le dispararon a través de la ventanilla. Cuando lo encontraron, la transmisión automática estaba en Park y el contacto encendido. La ventanilla estaba bajada. Anoche la temperatura era de quince o dieciséis grados. Podría haber bajado la ventanilla porque le gustaba el fresco, o podría haberla bajado porque alguien se acercó al coche.
– Alguien a quien conocía.
– Es una posibilidad.
Pensé en ello y en lo que el detective Bosch había dicho.