– ¿Nadie estaba trabajando en el garaje?
– No, el empleado se va a las seis. Después de esa hora, has de echar el dinero en la máquina o usar tu pase mensual. Vincent tenía uno.
– ¿Cámaras?
– Sólo hay cámaras cuando entras o sales en coche. Son i maras de placa de matrícula, así si alguien dice que ha perdido su tíquet pueden saber cuándo ha entrado el coche y esa clase de cosas. Pero por lo que me ha dicho mi contacto en criminalística, no había nada útil en la cinta. El asesino no entró en el garaje en coche. O bien accedió desde el edificio o por una de las entradas de peatones.
– ¿Quién encontró a Jerry?
– El vigilante de seguridad. Hay uno para el edificio y el garaje. Pasa por éste un par de veces por noche y se fijó en el coche de Vincent en la segunda pasada. Tenía las luces encendidas y estaba en marcha, así que fue a echar un vistazo. Primero creyó que Vincent estaba durmiendo, y luego vio la sangre.
Asentí, pensando en el escenario y en cómo habían ocurrido los hechos. El asesino o bien era increíblemente descuidado y afortunado, o sabía que el garaje no tenía cámaras y que podría interceptar a Jerry Vincent allí un lunes por la noche cuando el lugar estaba casi desierto.
– Vale, sigue en ello. ¿Qué pasa con Harry Potter?
– ¿Quién?
– El detective. No Potter, quiero decir…
– Bosch, Harry Bosch. También estoy trabajando en eso. Supuestamente, es uno de los mejores. Se retiró hace años y el jefe de policía en persona lo volvió a reclutar. O eso es lo que se cuenta.
Cisco consultó algunas notas en una libreta.
– El nombre completo es Hieronymus Bosch. Lleva un total de treinta y tres años en el departamento y ya sabes lo que eso significa.
– No, ¿qué significa?
– Bueno, según el programa de pensiones del Departamento de Policía de Los Ángeles, llegas al máximo a los treinta años, lo que significa que puedes retirarte con la pensión completa; no importa el tiempo que te quedes en el trabajo, después de treinta años tu pensión no aumenta. Así que no tiene sentido económico quedarse.
– A no ser que seas un hombre con una misión.
Cisco asintió.
– Exactamente. Cualquiera que se queda más de treinta años O se queda por el dinero o el empleo. Es más que un empleo.
– Espera un segundo -dije-. ¿Has dicho Hieronymus Bosch? ¿Cómo el pintor?
La segunda pregunta lo confundió.
– No sé de qué pintor hablas. Pero ése es su nombre, Hieronymus. Un nombre raro, diría yo.
– No más raro que Wojciechowski, en mi opinión.
Cisco estaba a punto de defender su nombre y origen cuan-'o intervino Lorna.
– Pensaba que habías dicho que no lo conocías, Mickey.
Miré a Lorna y negué con la cabeza.
– Nunca lo había visto hasta hoy, pero el nombre… Conozco el nombre.
– ¿Por las pinturas?
No quería meterme en una discusión de historia pasada tan distante que no podía estar seguro al respecto.
– No importa. No es nada y hemos de ponernos en marcha. Me levanté-.Cisco, concéntrate en el caso y averigua lo que puedas de Bosch. Quiero saber hasta dónde puedo fiarme le ese tipo.
– No vas a dejarle mirar los expedientes, ¿verdad? -preguntó Lorna.
– No fue un crimen casual. Hay un asesino suelto que sabía cómo llegar a Jerry Vincent. Me sentiría mucho mejor si nuestro hombre con una misión resolviera el caso y detuviera al culpable.
Rodeé el escritorio y me dirigí a la puerta.
– Estaré en el tribunal de la juez Champagne. Me llevar unos cuantos casos activos para ir leyendo mientras espero.
– Te acompañaré -dijo Lorna.
Vi que le lanzaba una mirada y le hacía una señal con la cabeza a Cisco para que se quedara atrás. Salimos a la zona de recepción. Sabía lo que iba a decirme Lorna, pero dejé que lo dijera.
– Mickey ¿estás seguro de que estás preparado para esto.
– Absolutamente.
– Este no era el plan. Ibas a volver tranquilo ¿recuerdas Empezar con un par de casos e ir poco a poco. En cambio, estas tomando los clientes de todo un bufete.
– Ya lo sé, pero estoy preparado. ¿ No crees que esto es mejor que el plan? El caso Elliot no sólo nos da todo ese dinero, sino que va a ser como tener un cartel encima del edificio de tribunal penal que diga «He vuelto» en grandes letras de neón.
– Sí, eso es genial. Y sólo el caso Elliot te va a poner tanta presión que…
Lorna no terminó, pero no tenía que hacerlo.
– Lorna, he acabado con todo eso. Estoy bien, lo he superado y estoy preparado para volver. Pensaba que estarías contenta. Tendremos ingresos por primera vez en un año.
– No me preocupa eso. Quiero asegurarme de que estás bien.
– Estoy mejor que bien. Estoy entusiasmado. Siento que en un día he recuperado mi encanto. No me desanimes, ¿vale?
Me miró y yo le devolví la mirada. Al final asomó una sonrisa reticente en su expresión severa.
– Muy bien -dijo-. Entonces, ve a por ellos.
– No te preocupes, lo haré.
8
A pesar de que había tranquilizado a Lorna al respecto, las ideas de todos los casos y todo el trabajo de organización por hacer pesaban en mis pensamientos cuando recorría el pasillo hasta el puente que unía el edificio de oficinas con el garaje. No recordaba que había aparcado en la quinta planta y terminé subiendo tres rampas antes de encontrar el Lincoln. Abrí el maletero y guardé en la mochila la gruesa pila de carpetas que me había llevado.
La mochila era una híbrida que había comprado en una tienda llamada Suitcase City cuando preparaba mi regreso al trabajo. Era una bolsa que podía cargarme al hombro los días que me sentía fuerte, pero también tenía un asa, de manera que podía usarla como maletín si lo deseaba. Y tenía dos ruedas y otra asa extensible, con lo cual podía arrastrarla detrás de mí los días que me sentía débil.
Últimamente, los días en que me sentía fuerte eran más I recuentes que aquellos en los que me sentía débil y probablemente ya podría haber pasado con el maletín de cuero tradicional del abogado. Pero me gustaba la mochila e iba a seguir usándola. Tenía un logo: una silueta montañosa con las palabras Suitcase City impresas como si fuera el cartel de Hollywood. Encima las luces del cielo barrían el horizonte, completando la imagen onírica de deseo y esperanza. Creo que el logo era la verdadera razón de que me gustara la mochila. Porque sabía que Suitcase City no era una tienda: era un lugar. Era Los Ángeles.
Los Ángeles es la clase de sitio donde todo el mundo es de algún otro lugar y donde nadie echa realmente anclas. Es un lugar de paso. Gente arrastrada por el sueño, gente huyendo de la pesadilla. Doce millones de personas, y todas ellas preparadas para salir corriendo si es necesario. Figurativamente, literalmente, metafóricamente -lo mires como lo mires-, en Los Ángeles todo el mundo tiene una maleta preparada. Por si acaso.
Al cerrar el maletero, me sorprendió ver a un hombre d pie entre mi coche y el que estaba aparcado al lado. El maletero abierto me había bloqueado la visión de su acercamiento. No lo conocía, pero me di cuenta de que él sabía quién era yo. La advertencia de Bosch sobre el asesino de Vincent destelló en mi mente y me atenazó el instinto de lucha o huye.
– Señor Haller, ¿puedo hablar con usted?
– ¿Quién demonios es usted y qué está haciendo escondiéndose detrás de los coches de la gente?
– No me estaba escondiendo. Le he visto y he atajado entre los coches, nada más. Trabajo para el Times y me preguntaba si podría hablar con usted sobre Jerry Vincent.
Negué con la cabeza y solté aire.
– Me ha dado un susto de muerte. ¿No sabe que lo mató e este garaje alguien que se acercó a su coche? -Mire, lo siento. Sólo…
– Olvídelo. No sé nada del caso y he de ir al tribunal.