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– Bien.

Se estaba impacientando, así que fui al motivo de la reunión.

– Lo que quería preguntar es sobre la policía. Tenía razón esta mañana cuando me advirtió de que me protegiera de la intrusión policial. Cuando fui a la oficina después de salir de aquí, me encontré a un par de detectives examinando los archivos. La recepcionista de Jerry estaba allí, pero no había tratado de impedírselo.

La cara de la juez se puso seria.

– Bueno, espero que usted lo hiciera. Esos agentes deberían habérselo pensado mejor antes de empezar a investigar los archivos de cualquier manera.

– Sí, señoría, se retiraron después de que entré y protesté. De hecho, amenacé con quejarme a usted. Fue entonces cuando retrocedieron.

La juez Holder asintió con la cabeza y su rostro dejó entrever orgullo por el poder que tenía la mención de su nombre.

– Entonces ¿por qué está aquí?

– Bueno, me preguntaba si no debería dejarles volver.

– No le entiendo, señor Haller. ¿Dejar volver a la policía

– El detective a cargo de la investigación hizo un buen planteamiento. Dijo que las pruebas sugieren que Jerry Vincent conocía a su asesino y que probablemente incluso le dejó acercarse lo suficiente para, bueno, para que le disparara. Mencionó que eso hace que haya muchas probabilidades de que fuera uno de sus propios clientes, y por eso estaban revisando los expedientes buscando potenciales sospechosos cuando llegué yo.

La juez movió una de sus manos en un gesto de desdén.

– Por supuesto que sí. Y también estaban pisoteando los derechos de esos clientes al hacerlo.

– Estaban en la sala de archivos hojeando viejos expedientes. Casos cerrados.

– No importa. Abierto o cerrado, aún constituye una violación del privilegio abogado-cliente.

– Eso lo entiendo, señoría. Pero después de que se hubieran ido, vi que habían dejado una pila de expedientes sobre la mesa. Eran las carpetas que iban a llevarse o que querían examinar con más detenimiento. Las miré y había amenazas en esos expedientes.

– ¿Amenazas contra el señor Vincent?

– Sí. Había casos en los que sus clientes no estaban contentos del resultado, ya fuera el veredicto o la resolución o los plazos de encarcelamiento. Había amenazas en cada uno de los casos, y él se las tomó lo bastante en serio para hacer un registro detallado de qué se decía exactamente y quién lo decía. Eso era lo que estaban reuniendo los detectives.

La juez se inclinó y juntó las manos, con los codos apoyados en los brazos del sillón de cuero. Pensó en la situación que le había descrito y me miró a los ojos.

– Cree que estamos obstaculizando la investigación al no permitir que la policía haga su trabajo.

Asentí con la cabeza.

– Me estaba preguntando si habría una forma de servir a ambos lados -dije-. Limitar el daño a los clientes pero dejar que la policía siga la investigación allí donde lleve.

La juez consideró otra vez mi propuesta en silencio y suspiró.

– Ojalá se hubiera quedado mi marido -suspiró la juez finalmente-, valoro mucho su opinión.

– Bueno, yo tenía una idea.

– Por supuesto. ¿Cuál es?

– Estaba pensando que podía investigar yo mismo los archivos y elaborar una lista de las personas que amenazaron a Jerry. Luego podría pasársela al detective Bosch y darle también algunos de los detalles de las amenazas. De esta manera, tendría lo que necesita sin tener los expedientes en sí. El es feliz, yo soy feliz.

– ¿Bosch es el detective al mando?

– Sí, Harry Bosch. Está en Robos y Homicidios. No recuerdo el nombre de su compañero.

– Ha de entender, señor Haller, que, aunque sólo le dé a este detective Bosch los nombres, estará quebrantando la confidencialidad del cliente. Podrían inhabilitarlo por ello.

– Bueno, estuve pensándolo y creo que hay una salida. Uno de los mecanismos de liberación del vínculo de confidencialidad del cliente es en el caso de la amenaza a la seguridad. Si Jerry Vincent sabía que un cliente iba a ir a matarlo anoche, podría haber llamado a la policía y haberles dado el nombre del mismo. No habría cometido ninguna infracción con ello.

– Sí, pero lo que está considerando aquí es completamente diferente.

– Es diferente, señoría, pero no completamente. El detective del caso me dijo que es altamente probable que la identidad del asesino de Jerry Vincent esté contenida en los archivos de Jerry. Aquellos archivos son ahora míos, así que la información constituye una amenaza para mí. Cuando salga y empiece a reunirme con estos clientes, podría estrecharle la mano al asesino sin saberlo siquiera. Si lo sumamos todo, me siento en peligro, señoría, y entiendo que eso justifica la liberación del vínculo de confidencialidad.

La juez asintió otra vez con la cabeza y volvió a ponerse las gafas. Se inclinó y levantó un vaso de agua que me había tapado su ordenador de sobremesa.

Después de beber del vaso, habló.

– Muy bien, señor Haller. Creo que si examina los archivos como ha sugerido, entonces estará actuando de un modo apropiado y aceptable. Me gustaría que presentara un pedimento ante este tribunal que explique sus acciones y la sensación de amenaza que siente. Lo firmaré y sellaré y con un poco de suerte será algo que nunca verá la luz del día.

– Gracias, señoría.

– ¿Algo más?

– Creo que eso es todo.

– Entonces que tenga un buen día.

– Sí, señoría. Gracias.

Me levanté y me dirigí hacia la puerta, pero en ese momento recordé algo y me volví a mirar delante del escritorio del juez.

– ¿Señoría? Olvidé algo. He visto fuera su calendario de la semana pasada y me he fijado en que Jerry Vincent vino por el caso Elliot. No he revisado el archivo de casos a conciencia, pero ¿le importa que le pregunte el motivo de la comparecencia?

La juez tuvo que pensar un momento para recordar la comparecencia.

– Fue un pedimento de emergencia. El señor Vincent vino porque el juez Stanton había revocado la fianza y ordenado el ingreso en prisión preventiva del señor Elliot. Contuve la revocación.

– ¿Por qué la revocaron?

– El señor Elliot había viajado a un festival de cine en Nueva York sin permiso. Era una de las condiciones de la fianza. Cuando el señor Golantz, el fiscal, vio en la revista People una foto de Elliot en el festival, pidió al juez Stanton que revocara la fianza. Obviamente no le hacía ninguna gracia que ésta se hubiera admitido en primera instancia. El juez Stanton la revocó y entonces el señor Vincent acudió a mí para un dictamen de emergencia sobre la detención y encarcelación de su cliente. Decidí dar al señor Elliot una segunda oportunidad y modificar su libertad obligándolo a llevar un GPS en el tobillo. Pero puedo asegurarle que el señor Elliot no tendrá una tercera oportunidad. Téngalo en cuenta si lo retiene como cliente.

– Comprendo, señoría, gracias.

Asentí y salí del despacho agradeciendo a la señora Gill al atravesar la sala.

Todavía tenía la tarjeta de Harry Bosch en el bolsillo. La saqué mientras descendía en el ascensor. Había metido el Lincoln en un aparcamiento de pago en el Kyoto Grand Hotel y tenía que caminar tres manzanas, lo cual me llevaría hasta al lado del Parker Center. Llamé al móvil de Bosch cuando me encaminaba a la salida del tribunal.

– Soy Bosch.

– Soy Mickey Haller.

Hubo vacilación. Pensé que quizá no reconocía mi nombre.

– ¿Qué puedo hacer por usted? -preguntó finalmente.

– ¿Cómo está yendo la investigación?

– Va yendo, pero nada de lo que pueda hablar con usted.

– Entonces iré al grano. ¿Está en el Parker Center ahora mismo?

– Exacto, ¿por qué?