Funcionaba de maravilla y la mejor parte era que Carney Andrews nunca tenía que ejercer la abogacía. Sólo tenía que firmar en un caso, comparecer como segunda abogada en el tribunal y luego esperar hasta que se reasignara del calendario de su marido. Luego podía cobrar una tarifa sustancial y pasar al siguiente caso.
Ni siquiera tenía que mirar en el expediente de Elliot para ver lo que había ocurrido; lo sabía. Las asignaciones de causas se generaban por selección aleatoria en la oficina de la presidenta del tribunal. El caso Elliot obviamente se había asignado inicialmente al tribunal de Bryce Andrews y a Vincent no le gustaban sus posibilidades allí. Para empezar, Andrews nunca habría aceptado la fianza en un caso de doble homicidio, por no hablar de la línea dura que habría adoptado contra el acusado durante la vista del juicio. Así que Vincent contrató a la esposa del juez como segunda abogada y problema resuelto. El caso fue posteriormente reasignado aleatoriamente al juez James P. Stanton, cuya reputación era completamente opuesta a la de Andrews. El corolario era que fuera lo que fuese que Vincent le hubiera pagado a Carney, merecía la pena.
– ¿Lo has comprobado? -le pregunté a Lorna-. ¿Cuánto le pagó?
– Cobró el diez por ciento del anticipo inicial.
Silbé. Veinticinco mil dólares por nada. Eso al menos explicaba dónde había ido a parar parte del cuarto de millón.
– Buen trabajo si puedes conseguirlo -dije.
– Pero luego has de dormir con Bryce Andrews -apuntó Lorna-. No estoy segura de que merezca la pena.
Cisco rio. Yo no lo hice, pero a Lorna no le faltaba razón. Bryce Andrews le sacaba al menos veinte años y ochenta kilos a su esposa. No era una bonita imagen.
– ¿Alguna visita más? -pregunté.
– Sí -respondió Lorna-. También tenemos a un par de clientes que se han pasado a pedir sus expedientes después de oír en la radio que Jerry había muerto.
– ¿Y?
– Los hemos entretenido para ganar tiempo. Les he dicho que sólo tú podías entregar un expediente y que contactarías con ellos en veinticuatro horas. Parecía que querían discutir, pero con Cisco aquí decidieron que sería mejor esperar.
Lorna sonrió a Cisco y el hombretón hizo un gesto con la cabeza como para decir «a su servicio». Me pasó un papelito.
– Éstos son los nombres. También hay información de contacto.
Miré los nombres. Uno estaba en la pila chunga, así que estaría encantado de devolver el expediente. El otro era un caso de indecencia pública con el que pensaba que podría hacer algo. La mujer fue acusada cuando un agente del sheriff le ordenó salir del agua en una playa de Malibú. Ella estaba nadando desnuda, pero eso no fue evidente hasta que el agente del sheriff le ordenó salir del agua. Como la acusación era una falta, el agente tenía que ser testigo del caso para efectuar la detención. Al ordenarle que saliera del agua, creó el delito por el que la detuvo. Eso no funcionaría en el tribunal. Sabía que podía lograr que desestimaran el caso.
– Los veré a los dos esta noche -dije-. De hecho, quiero ponerme en marcha con todos los casos pronto, empezando con una parada en Archway Pictures. Voy a llevarme a Cisco mu migo y, Lorna, quiero que recojas lo que necesites de aquí y te vayas a casa. No me gusta que estés aquí sola.
Ella asintió, pero entonces preguntó:
– ¿Estás seguro de que quieres que te acompañe Cisco?
Me sorprendió que me planteara la pregunta delante de él. Se estaba refiriendo a su tamaño y aspecto -los tatuajes, los pendientes, las botas, la ropa de cuero, etcétera-, la amenaza general que su apariencia proyectaba. Su preocupación era que pudiera ayudar más a asustar clientes de lo que podía ayudar a protegerme.
– Sí-respondí-. Mejor que venga. Cuando quiera ser sutil, él puede esperar en el coche. Además, quiero que conduzca, así podré mirar los archivos.
Miré a Cisco. Asintió con la cabeza y pareció conforme con el acuerdo. Podría parecer raro con su cazadora de cuero al volante de un Lincoln, pero no se estaba quejando.
– Hablando de los archivos -añadí-; no tenemos nada en el tribunal federal, ¿verdad?
Lorna negó con la cabeza.
– No que yo sepa.
Asentí. Confirmaba lo que le había indicado a Bosch y me hizo sentir más curiosidad respecto a por qué había preguntado por casos federales. Estaba empezando a hacerme una idea al respecto y pensaba sacar la cuestión cuando lo viera a la mañana siguiente.
– Bueno -dije-, supongo que es hora de que vuelva a ser el abogado del Lincoln. En marcha.
12
En la última década, Archway Pictures había pasado de ser una industria de cine marginal a convertirse en una de las grandes. El motivo era el único que había regido siempre en Hollywood: el dinero. Al crecer exponencialmente el coste de las películas, la industria se concentró en las producciones más caras y los grandes estudios empezaron a buscar socios con los que compartir el gasto y el riesgo.
Ahí es dónde entraban en escena Walter Elliot y Archway Pictures. Archway era anteriormente un solar. Estaba en Melrose Avenue, a sólo unas manzanas del coloso que era Paramount Pictures. Archway se creó para actuar como lo hace el pez rémora con el gran tiburón blanco. Rondaría cerca de la boca del gran pez y se llevaría los restos arrancados que por algún motivo no habían sido devorados por las fauces del gigante. Archway ofrecía instalaciones de producción y estudios de sonido en alquiler cuando los grandes estudios lo tenían todo reservado. Cedía espacio de oficina a productores con futuro o pasados de moda que no estaban a la altura de los estándares o que no gozaban de las mismas condiciones que los productores principales. Nutría películas independientes, las películas que eran menos caras de hacer pero más arriesgadas y que supuestamente era menos probable que se convirtieran en éxitos que las alimentadas por los estudios.
Walter Elliot y Archway Pictures fueron renqueando de este modo durante una década, hasta que un rayo cayó dos veces en el mismo árbol. En el lapso de sólo tres años, Elliot se hizo de oro con dos de las películas independientes que habían respaldado proporcionando estudios de sonido, equipo e instalaciones de producción a cambio de una porción de los derechos. Las películas superaron las expectativas de Hollywood y le convirtieron en grandes éxitos de crítica y público. Una de ellas incluso se llevó el Osear de la Academia a la mejor película. Walter y su estudio de repente disfrutaban del oropel de un enorme éxito. Más de cien millones de personas oyeron cómo p daban personalmente las gracias a Walter en la gala de los premios de la Academia. Y, lo que es más importante, la parte de ingresos de Archway en las dos películas a escala mundial superaba los cien millones de dólares por título.
Walter hizo algo prudente con el dinero recién ganado. Alimentó a los tiburones, cofinanciando varias producciones en las que los grandes estudios estaban buscando socios de riesgo. Hubo algunos fracasos, por supuesto. El negocio, al fin y al cabo, era Hollywood. Pero hubo suficientes éxitos para que el huevo siguiera creciendo en el nido. A lo largo de la siguiente década, Walter Elliot dobló y luego triplicó su participación, y en el camino se convirtió en uno de los habituales en las listas de las cien personas más poderosas en revistas de la industria. Elliot había llevado a Archway de ser una dirección asociada con los parias de Hollywood a un lugar donde había una espera de tres años para una oficina sin ventanas.