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Entre tanto, la fortuna personal de Elliot creció en consonancia. Aunque había llegado al oeste veinticinco años antes como el rico heredero de una familia propietaria de una mina de fosfatos, ese dinero no era nada comparado con las riquezas proporcionadas por Hollywood. Como muchos de los que figuraban en aquellas listas de los cien más poderosos, Elliot cambió a su mujer por una modelo más joven y juntos comenzaron a acumular casas. Primero en los cañones, luego en los llanos de Beverly Hills y posteriormente en Malibú y en Santa Bárbara. Según la información del expediente, Walter Elliot y su esposa poseían siete casas diferentes y dos haciendas en Los Ángeles o alrededores. No importaba con cuánta frecuencia usaran cada casa; la propiedad inmobiliaria era una forma de estatus en Hollywood.

Todas esas propiedades y listas de Top 100 resultaron útiles cuando Elliot fue acusado de doble homicidio. El jefe del estudio flexionó sus músculos políticos y financieros y logró algo difícil de conseguir en un caso de homicidio: obtuvo la fianza Pese a las protestas de la fiscalía, ésta se estableció en veinte millones de dólares y Elliot rápidamente la avaló con propiedades inmobiliarias. Había permanecido fuera de prisión y en I pera de juicio desde entonces, al margen de su breve flirteo ce la revocación de la fianza la semana anterior.

Una de las propiedades de Elliot presentada como garantía para la fianza era la casa donde tuvieron lugar los crímenes. Era una residencia de fin de semana situada en la costa, en una cala recluida. En el depósito de la fianza su valor constaba como seis millones de dólares. Fue allí donde Mitzi Elliot, de treinta y nueve años de edad, fue asesinada junto con su amante en una habitación de más de cien metros cuadrados y con una pared acristalada con vistas a la inmensidad azul del Pacífico.

El archivo de revelación de pruebas estaba repleto de informes forenses y copias en color de fotografías de la escena del crimen. La sala de la muerte era completamente blanca: paredes, moqueta, muebles y ropa de cama. Había dos cuerpos desnudos desparramados en la cama y el suelo: Mitzi Elliot y Johan Rilz. La escena era rojo sobre blanco. Dos grandes orificios de bala en el pecho del hombre; dos en el pecho de la mujer y otro en la frente. El junto a la puerta del dormitorio; ella en la cama. Rojo sobre blanco. No era una escena limpia, las heridas eran grandes. Aunque no se había recuperado el arma homicida, un informe adjunto indicaba que, mediante marcas balísticas, los proyectiles se habían identificado como procedentes una Smith & Wesson modelo 29, un revólver mágnum calibre 44. Disparado a bocajarro era ensañamiento.

Walter Elliot había sospechado de su esposa. Esta le había anunciado sus intenciones de divorciarse y Elliot creía que había otro hombre implicado. Declaró a los investigadores del sheriff que fue a la playa de Malibú porque su mujer le había dicho que iba a reunirse con el diseñador de interiores. Elliot pensaba que era mentira y cronometró su llegada para poder confrontarla con un amante. La amaba y quería recuperarla. Estaba dispuesto a luchar por ella. Repetía que había ido a confrontar, no a matar. Él había repetido a la policía que no poseía una mágnum calibre 44; no poseía ningún arma.

Según la declaración que hizo ante los investigadores, mando Elliot llegó a Malibú se encontró a su mujer y al amante de ésta desnudos y ya muertos. Resultó que el amante era de hecho el diseñador de interiores, Johan Rilz, un alemán de quien Elliot pensaba que era gay.

Elliot salió de la casa y volvió a su coche. Empezó a alejarse, pero se lo pensó mejor. Decidió hacer lo correcto. Dio la vuelta y volvió a aparcar en el sendero. Llamó al número de la policía y esperó a que llegaran los agentes del sheriff.

La cronología y los detalles de cómo procedió la investigación a partir de ese punto eran importantes para montar una defensa. Según los informes del expediente, Elliot proporcionó a los investigadores un relato inicial del hallazgo de los dos cadáveres. Después dos detectives lo llevaron a la comisaría de Malibú para mantenerlo apartado de la escena del crimen mientras se desarrollaba la investigación. En ese momento no estaba detenido. Lo pusieron en una sala de interrogatorios sin cerrar donde esperó tres largas horas hasta que los dos detectives principales finalmente terminaron en la escena del crimen y llegaron a la comisaría. Fue entonces cuando se llevó a cabo una entrevista grabada en vídeo, pero según la transcripción que revisé, ésta rápidamente se convirtió en un interrogatorio. En este punto a Elliot se le leyeron finalmente sus derechos y se le preguntó si quería seguir contestando preguntas. Elliot sabiamente eligió dejar de hablar y pidió un abogado. Fue una decisión de las de mejor tarde que nunca, pero a Elliot le habría ido mejor si no hubiera dicho ni una palabra a los investigadores. Debería haberse acogido a la Quinta enmienda y mantener la boca cerrada.

Mientras los investigadores habían estado trabajando en la escena del crimen y Elliot esperaba de plantón en la sala de interrogatorios de la comisaría, un detective de homicidios que trabajaba en el cuartel general del sheriff en Whittier redactó varias órdenes de registro, las envió por fax al Tribunal Superior y consiguió que las firmaran. Estas permitían a los investigadores registrar la casa de la playa y el coche de Elliot y les autorizaban a llevar a cabo un test de residuos de disparo en las manos y la ropa de Elliot para determinar si había gas nitrato y partículas microscópicas de pólvora quemada en ellas. Después de que Elliot se negara a seguir cooperando, le pusieron las manos en una bolsa de plástico en la comisaría y lo transportaron al cuartel general del sheriff, donde un técnico llevó a cabo un test de residuos de disparo en el laboratorio. Este consistía en pasar unos discos tratados químicamente por las manos y la ropa de Elliot. Cuando un técnico de laboratorio procesó los discos, los que habían estado en contacto con las manos y mangas dieron positivo con altos niveles de residuos de disparo.

En ese momento, Elliot fue detenido formalmente como sospechoso de homicidio. Con su llamada telefónica, el magnate del cine contactó con su abogado personal, que a su vez recurrió a Jerry Vincent, con quien había asistido a la facultad de derecho. Elliot fue finalmente transportado a la prisión del condado y acusado de dos cargos de asesinato. Los investigadores del sheriff llamaron entonces al departamento de medios de la oficina y sugirieron celebrar una conferencia de prensa. Acababan de detener a un pez gordo. Cerré la carpeta cuando Cisco detuvo el Lincoln delante de Archway Studios. Había un grupo de manifestantes caminando por la acera. Eran guionistas en huelga y sostenían carteles rojos y blancos que decían Queremos una parte justa y Guionistas unidos. Algunos carteles mostraban un puño que sostenía un bolígrafo. Otro rezaba: ¿Cuál es su frase favorita? La escribió un guionista. Sujeta en la acera, había una gran figura hinchable de un cerdo fumando un cigarro con la palabra PRODUCTOR estampada en el trasero. El cerdo y la mayoría de los carteles eran topicazos y yo pensé que siendo guionistas los que protestaban se les habría podido ocurrir algo mejor. Pero quizás esa clase de creatividad sólo se producía cuando les pagaban.

Había viajado en el asiento de atrás por conservar las apariencias en esta primera parada. Esperaba que Elliot me atisbara a través de la ventana de su despacho y me tomara por un abogado de grandes medios y capacidad. Sin embargo, los guionistas vieron un Lincoln con un pasajero en la parte de atrás y pensaron que era un productor. Al girar hacia el estudio se acercaron al coche y empezaron a entonar: «Cerdo avaricioso, cerdo avaricioso». Cisco aceleró y se abrió paso, y unos pocos de los desdichados guionistas tuvieron que hacerse a un ludo rápidamente.