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– ¿Estás bien, Mickey?

Miré a Cisco en el retrovisor.

– Yo no soy parte de la ecuación, Cisco.

– Ya lo sé, pero quería saber si te molesta. ¿Me entiendes?

Miré por la ventanilla y pensé un momento antes de responder. Luego volví a mirarlo en el espejo.

– No, no me molesta. Pero te diré algo, Cisco: es una de las cuatro personas más importantes de mi vida. Puede que peses treinta kilos más que yo y, sí, todos de músculo. Pero si le haces daño, te arrepentirás. ¿Te molesta eso?

Apartó la mirada del retrovisor para mirar la calle. Estábamos en el carril de salida, avanzando con lentitud. Los guionistas en huelga estaban saliendo en masa hacia la acera y retrasando a la gente que trataba de salir del estudio.

– No, Mick, no me molesta.

Estuvimos un rato en silencio después de eso al avanzar I uno a poco. Cisco siguió mirándome por el espejo. -¿Qué? -pregunté al fin.

– Bueno, tengo a tu hija. Ella es una. Y luego a Lorna. Me estaba preguntando quiénes eran los otros dos.

Antes de que pudiera responder, la versión electrónica de la obertura de Guillermo Tell empezó a sonarme en la mano. Miré mi teléfono: decía «llamada privada» en la pantalla. Lo abrí.

– Haller.

– Por favor, espere al señor Elliot -dijo la señora Albrecht.

No pasó mucho tiempo antes de oír la voz familiar.

– ¿Señor Haller?

– Aquí estoy, ¿qué puedo hacer por usted?

Sentí la ansiedad en las tripas. Se había decidido.

– ¿Se ha fijado en algo de mi caso, señor Haller?

La pregunta me pilló con la guardia baja.

– ¿Qué quiere decir?

– Un abogado. Tenía un abogado, señor Haller. Mire, no sólo debo ganar este caso en el tribunal, sino que también tengo que ganarlo en la corte de la opinión pública.

– Entiendo -dije, aunque no lo entendía demasiado.

– En los últimos diez años he elegido muchas ganadoras. Me refiero a películas en las que he invertido mi dinero. Elegí ganadoras porque creo que tengo una precisa sensación del gusto y la opinión del público. Sé lo que le gusta a la gente, porque sé lo que piensa.

– Estoy seguro de que es así, señor.

– Y creo que el público cree que cuanto más culpable eres, más abogados necesitas.

No se equivocaba en eso.

– Así que lo primero que le dije al señor Vincent cuando lo contraté fue «nada de dream team, sólo usted». Tuvimos una segunda abogada a bordo al principio, pero era temporal. Cumplió un propósito y se fue. Un abogado, señor Haller, eso es lo que quiero. El mejor que pueda conseguir.

– Entien…

– Me he decidido, señor Haller. Me ha impresionado cuando ha estado aquí. Me gustaría contratar sus servicios para el juicio. Usted será mi único abogado.

Tuve que calmar la voz antes de responder.

– Me alegro de oírlo. Llámeme Mickey.

– Y usted puede llamarme Walter. Pero insisto en una condición antes de que accedamos a este acuerdo.

– ¿Cuál?

– Ningún retraso. Quiero ir sobre agenda. Quiero oírselo decir.

Vacilé. Quería un aplazamiento, pero quería más el caso.

– No nos retrasaremos -dije-. Estaremos preparados para empezar el jueves que viene.

– Entonces, bienvenido a bordo. ¿Qué hacemos a conti-106 nuación?

– Bueno, todavía estoy en el aparcamiento. Puedo dar la vuelta y volver.

– Me temo que tengo reuniones hasta las siete y luego un visionado de nuestra película para la temporada de premios.

Creía que su juicio y la libertad deberían haber superado en importancia a sus reuniones y películas, pero lo dejé estar. Educaría a Walter Elliot y le llevaría a la realidad la siguiente vez que lo viera.

– De acuerdo, entonces, por ahora deme un número de fax y le pediré a mi asistente que le mande un contrato. Tendrá la misma estructura de tarifa que tenía con Jerry Vincent.

Hubo un silencio y esperé. Si iba a tratar de rebajar la tarifa era su oportunidad de hacerlo. Pero en lugar de eso, repitió un número de fax que oí que le daba la señora Albrecht. Lo anoté en la parte exterior de una de las carpetas.

– ¿Qué le parece mañana, Walter?

– ¿Mañana?

– Sí, si no esta noche, entonces mañana. Hemos de ir empezando. Usted no quiere aplazamiento y yo quiero estar más preparado que ahora. Hemos de hablar y revisar las cosas. Hay unos pocos agujeros en la estrategia de la defensa y creo que puede ayudarme a llenarlos. Podría volver al estudio o reunir-me con usted en cualquier otro sitio por la tarde.

Oí voces ahogadas mientras Elliot hablaba con la señora Albrecht.

– Tengo un hueco a las cuatro en punto -dijo finalmente-, aquí en el bungalow.

– Vale, ahí estaré. Y cancele lo que tenga a las cinco. Necesitaremos al menos un par de horas para empezar.

Elliot accedió a las dos horas y estábamos a punto de terminar la conversación cuando pensé en otra cosa.

– Walter, quiero ver la escena del crimen. ¿Puedo ir a la casa de Malibú mañana antes de que nos reunamos?

Otra vez hubo una pausa.

– ¿Cuándo?

– Cuando le venga bien.

Una vez más tapó el teléfono y oí la conversación ahogada con la señora Albrecht. Acto seguido volvió a ponerse.

– ¿Qué le parece a las once? Haré que alguien se reúna con usted allí y le deje pasar.

– Perfecto. Le veo mañana, Walter.

Cerré el teléfono y miré a Cisco en el espejo.

– Lo tenemos.

Cisco hizo sonar el claxon en celebración. Fue un largo bocinazo que hizo que el conductor que teníamos delante levantara el puño y nos enseñara el dedo. En la calle, los guionistas en huelga tomaron el bocinazo como una señal de apoyo desde el interior del odiado estudio. Oí sonoros vítores procedentes de las masas.

15

Bosch llegó temprano a la mañana siguiente. Estaba solo. Me pasó su oferta de paz en forma de taza de café. Ya no tomo café -trato de evitar cualquier adicción en mi vida-, pero la cogí de todos modos, pensando que quizás el olor de la cafeína me mantendría en marcha. Eran sólo las 7.45, pero llevaba más de dos horas en la oficina de Jerry Vincent.

Volví a hacer pasar a Bosch a la sala de archivos. Parecía más cansado de lo que yo me sentía y estaba casi seguro de que llevaba el mismo traje que cuando lo había visto el día anterior.

– ¿Una noche larga? -pregunté.

– Ah, sí.

– ¿Persiguiendo pistas o persiguiendo sombras?

Era una pregunta que había oído que un detective le hacía a otro en el pasillo de un tribunal. Supongo que era una cuestión reservada a los hermanos de placa, porque no le sentó muy bien a Bosch. Hizo una especie de sonido gutural y no respondió.

En la sala de archivos le dije que se sentara a la mesita. Había una libreta grande de hojas amarillas sobre ésta, pero ninguna carpeta. Me senté al otro lado y dejé allí mi café.

– Bueno -dije, cogiendo la libreta.

– Bueno -repitió Bosch cuando no le ofrecí nada más.

– Bueno, me reuní ayer con la juez Holder en su despacho y elaboramos un plan por el cual podemos darle lo que necesite de los archivos sin darle los archivos.

Bosch negó con la cabeza.

– ¿Qué pasa? -pregunté.

– Debería habérmelo dicho ayer en el Parker Center -dijo-. No habría perdido el tiempo.

– Pensaba que lo apreciaría.

– No va a funcionar.

– ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede estar seguro?

– ¿Cuántos homicidios ha investigado, Haller? ¿Y cuántos ha resuelto?

– Muy bien, entendido: usted es el hombre de homicidios. Pero soy ciertamente capaz de revisar los archivos y discernir lo que constituía una amenaza legítima a Jerry Vincent. Posiblemente porque de mi experiencia como abogado defensor criminal podría incluso percibir una amenaza que a usted se le pasaría por alto en su papel de detective.