– ¿Cómo iban a matarlo por su culpa?
– Se lo he dicho, no paraban de llamarle. Querían algo. Le estaban presionando. Quizás alguien más estaba al corriente y creía que era un riesgo.
– Eso son muchas conjeturas sobre cinco llamadas que no suman ni cinco minutos.
Bosch levantó la libreta.
– No más conjeturas que esta lista -dijo.
– ¿Y el portátil?
– ¿Qué pasa con él?
– ¿De eso se trata, de algo que estaba en su portátil?
– Dígamelo.
– ¿ Cómo voy a decírselo si no tengo ni idea de lo que había en él? -exclamé.
Bosch se levantó.
– Que pase un buen día, abogado.
Salió llevando la libreta al costado. Me quedé preguntándome si me había estado advirtiendo o jugando conmigo todo el tiempo que había estado en la sala.
16
Lorna y Cisco llegaron juntos quince minutos después de la partida de Bosch y nos reunimos en la oficina de Vincent. Tomé asiento detrás del escritorio del difunto abogado y Lorna y Cisco se sentaron uno al lado del otro enfrente de mí. Era otra sesión de puesta al día en la cual repasábamos los casos, lo que se había logrado la noche anterior y lo que todavía había que hacer.
Con Cisco al volante, había visitado a once clientes de Vincent la noche anterior, firmando con ocho de ellos y entregando los expedientes a los otros tres. Eran los casos prioritarios: clientes potenciales que esperaba mantener porque podían pagar o cuyos casos habían recabado algún mérito en mi revisión. Eran causas que podía ganar o que representaban un desafío.
Así que no había sido una mala noche. Incluso había convencido a la mujer acusada de exposición indecente de que me mantuviera como su abogado. Y por supuesto, quedarme con Walter Elliot era la guinda del pastel. Lorna informó de que le había enviado por fax un contrato de representación y ya se lo habían devuelto firmado. Las cosas iban rodadas por ese lado. Podía empezar a mordisquear los cien mil de la cuenta de fideicomiso.
A continuación establecimos el plan del día. Le dije a Lorna que quería que ella y Wren -si aparecía- examinaran al resto de los clientes, les informaran de la defunción de Jerry Vincent y establecieran citas para discutir las opciones de la representación legal. También quería que Lorna continuara elaborando el calendario y familiarizándose con los expedientes y los registros financieros de Vincent.
Le dije a Cisco que quería que se concentrara en el caso Elliot, con especial hincapié en el mantenimiento de testigos. Esto significaba que tenía que coger la lista de testigos de descargo preliminares, que ya había sido compilada por Jerry Vincent, y preparar citaciones para los agentes de la ley y otros testigos que podrían considerarse hostiles a la causa de la defensa. En el caso de testigos expertos pagados y otros que estaban dispuestos a ir a testificar en el juicio para la defensa, tenía que establecer contacto y garantizarles que el juicio estaba avanzando como estaba programado, conmigo como sustituto de Vincent al timón.
– Entendido -dijo Cisco-. ¿Qué pasa con la investigación de Vincent? ¿Aún quieres que la monitorice?
– Sí, estate al tanto y cuéntame lo que descubras.
– Descubrí que pasaron la última noche interrogando a alguien, pero lo han soltado esta mañana.
– ¿Quién?
– Todavía no lo sé.
– ¿Un sospechoso?
– Lo soltaron, así que fuera quien fuese está libre. Por ahora.
Asentí mientras pensaba en ello. No era de extrañar que Bosch tuviera aspecto de haber estado en pie toda la noche.
– ¿Qué vas a hacer hoy? -preguntó Lorna.
– Mi prioridad a partir de hoy es Elliot. Hay unas pocas cosas de estos otros casos a las que tendré que prestar cierta atención, pero sobre todo voy a estar con Elliot a partir de ya. Dentro de ocho días tenemos selección del jurado. Hoy quiero empezar con la escena del crimen.
– Te acompaño -dijo Cisco.
– No, sólo quiero formarme una idea del lugar. Puedes entrar allí con una cámara y cinta métrica después.
– Mick, ¿no hay ninguna posibilidad de que puedas convencer a Elliot de una aplazamiento? -preguntó Lorna-. ¿No se da cuenta de que necesitas tiempo para estudiar el caso y comprenderlo?
– Eso le dije, pero no le interesa. Lo convirtió en un requisito para contratarme. Tuve que acceder a ir a juicio la semana que viene o encontraría a otro abogado que lo haga. Dice que es inocente y que no quiere esperar ni un día más para probarlo.
– ¿Le crees?
Me encogí de hombros.
– No importa, él lo cree. Y tiene una extraña confianza en que todo le vendrá de cara, como los resultados de taquilla del lunes. O sea que o me preparo para ir a juicio al final de la semana que viene o pierdo el cliente.
Justo entonces se abrió la puerta de la oficina y vimos a Wren Williams, vacilante, en el umbral.
– Disculpe -dijo.
– Hola, Wren -saludé-. Me alegro de que esté aquí. ¿Puede esperar en recepción? Enseguida irá Lorna a trabajar con usted.
– No hay problema. También tiene a uno de los clientes esperando aquí, Patrick Henson. Ya estaba aguardando cuando yo llegué.
Miré mi reloj. Eran las nueve menos cinco, lo cual era una buena señal en relación con Patrick Henson.
– Entonces, hazlo pasar.
Entró un hombre joven. Henson era más pequeño de lo que pensaba que sería, pero quizás era el centro de gravedad bajo lo que lo convertía en un buen surfista. Tenía el endurecido bronceado de rigor, pero llevaba el pelo corto. No lucía pendientes ni collar de conchas o diente de tiburón; ni tatuajes que pudiera ver. Vestía pantalones de faena negros y lo que probablemente pasaba por ser su mejor camisa.
– Patrick, hablamos ayer al teléfono. Soy Mickey Haller y ella es mi gerente de casos, Lorna Taylor. Este tipo grande es Cisco, mi investigador.
Caminó hacia el escritorio y nos dimos la mano. Me la estrechó con fuerza.
– Me alegro de que hayas decidido venir. ¿ El pez de la pared es el tuyo?
Sin mover los pies, Henson giró por las caderas como si estuviera en una tabla y miró al pez que colgaba de la pared.
– Sí, es Betty.
– ¿Le pusiste nombre a un pez disecado? -preguntó Lorna-. ¿Qué era, una mascota?
Henson sonrió, más para sus adentros que para nosotros.
– No. Lo pesqué hace mucho tiempo en Florida. Lo colgamos en la puerta de entrada de la casa que compartía en Malibú. Mis compañeros de piso y yo siempre decíamos «Hola, Betty» cuando llegábamos.1 casa. Ira bastante estúpido.
Volvió a virar y me miró.
– Hablando de nombres, ¿te llamamos Trick?
– No, eso sólo es el nombre que se le ocurrió a mi agente. Ya no lo tengo. Puede llamarme sólo Patrick.
– Vale. ¿Y me has dicho que tienes carné de conducir?
– Claro.
Buscó en el bolsillo delantero y extrajo una gruesa billetera de nailon. Sacó su carné de conducir y me lo entregó. Lo estudié un momento y se lo pasé a Cisco; él lo estudió un poco más y dio su aprobación oficial con un asentimiento.
– Vale, Patrick, necesito un conductor -le expliqué-. Yo pongo el coche, la gasolina y el seguro y tú te presentas todos los días aquí a las nueve para llevarme adonde tenga que ir. Ayer te dije el plan de pago. ¿Aún estás interesado?
– Lo estoy.
– ¿Eres un conductor seguro? -preguntó Lorna.
– Nunca he tenido un accidente -respondió Patrick.
Asentí con la cabeza para dar mi aprobación. Dicen que un adicto está mejor preparado para localizar a otro adicto. Estaba buscando señales de que todavía estuviera consumiendo: partidos pesados, habla lenta, evitación del contacto visual. Pero no capté nada.
– ¿Cuándo puedes empezar?
Se encogió de hombros.
– No tengo nada… Quiero decir que cuando usted quiera.