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– ¿Qué te parece si empezamos ahora mismo? Hoy será un día de prueba. Veremos cómo va y podemos hablar al final del día.

– Por mí perfecto.

– Muy bien, vamos a salir de aquí y en el coche te explicaré como me gusta que funcionen las cosas. -Genial.

Metió los pulgares en los bolsillos y esperó el siguiente movimiento o instrucción. Aparentaba treinta años, pero eso era por lo que el sol le había hecho a su piel. Sabía por el expediente de su caso que sólo tenía veinticuatro y mucho que aprender.

Ese día el plan era llevarlo de nuevo a la escuela.

17

Tomamos la Diez saliendo del centro y nos dirigimos en dirección oeste hacia Malibú. Yo me senté en la parte de atrás y abrí el ordenador en la mesa plegable. Mientras esperaba que arrancara el sistema le expliqué a Patrick Henson cómo funcionaba todo.

– Patrick, no he tenido oficina desde que dejé el turno de oficio hace doce años. Mi coche es mi oficina. Tengo otros dos Lincoln iguales a éste y los mantengo en rotación. Cada uno tiene impresora y fax, y tengo conexión inalámbrica en mi ordenador. Todo lo que he de hacer en una oficina puedo hacerlo aquí mientras voy de camino a mi siguiente parada. Hay más de cuarenta tribunales esparcidos por el condado de Los Ángeles, por lo que ser móvil es la mejor manera de trabajar.

– Genial -dijo Patrick-. A mí tampoco me gusta estar en una oficina.

– Claro -añadí-, es demasiado claustrofóbico.

Mi ordenador estaba listo. Abrí la carpeta donde guardaba los formularios y pedimentos genéricos y empecé a personalizar una moción previa al juicio para examinar pruebas.

– Estoy trabajando en tu caso ahora mismo, Patrick.

Me miró por el espejo.

– ¿Qué quiere decir?

– Bueno, lo he revisado y creo que hay algo que el señor Vincent no había hecho, que considero que necesitamos hacer y que podría ayudar.

– ¿Qué es?

– Conseguir una valoración independiente de la gargantilla que te llevaste. 1.1 valor consta como 25.000 dólares y eso te coloca en la categoría de delito mayor, pero no parece que nadie lo haya cuestionado nunca.

– ¿Quiere decir que si los diamantes eran falsos no hay delito mayor?

– Podría funcionar así. Pero también estaba pensando en algo más.

– ¿Qué?

Saqué su carpeta de mi mochila para verificar un nombre.

– Deja que te haga unas cuantas preguntas antes, Patrick. ¿Qué estabas haciendo en esa casa de la que te llevaste la gargantilla?

Se encogió de hombros.

– Salía con la hija menor de la vieja dama. La conocí en la playa y le enseñé surf, y fuimos por ahí unas cuantas veces. Un día había una fiesta de cumpleaños en la casa, me invitaron y a la madre le regalaron la gargantilla.

– Fue entonces cuando conociste su valor.

– Sí, el padre dijo que eran diamantes cuando se la dio. Estaba muy orgulloso.

– Así pues, la siguiente vez que fuiste a la casa robaste la gargantilla.

No respondió.

– No era una pregunta, Patrick. Es un hecho. Yo soy tu abogado ahora y hemos de discutir los hechos del caso. Pero no me mientas nunca o dejaré de ser tu abogado.

– Vale.

– O sea que la siguiente vez que estuviste en la casa robaste la gargantilla. -Sí.

– Cuéntamelo.

– Estábamos solos en la piscina y dije que tenía que ir al lavabo, pero lo que realmente quería era buscar pastillas en el botiquín. Me dolía. No había en el cuarto de baño de abajo, así que fui arriba y eché un vistazo. Miré en el joyero de la señora y vi la gargantilla. Y me la llevé.

Negó con la cabeza y yo sabía por qué. Estaba plenamente avergonzado y derrotado por las acciones a las que le había Conducido su adicción. Yo mismo había estado ahí y sabía que mirar atrás desde mi sobriedad daba casi tanto miedo como mirar hacia delante.

– Está bien, Patrick. Gracias por ser honesto. ¿Qué dijo el tipo cuando lo empeñaste?

– Dijo que sólo me daba cuatro billetes porque la cadena era de oro, pero no creía que los diamantes fueran legítimos. Le dije que era un mentiroso de mierda, pero ¿qué podía hacer? Cogí el dinero y me fui a Tijuana. Necesitaba las pastillas, así que cogí lo que me estaba dando. Estaba tan colgado que no me importó.

– ¿Cómo se llama la chica? No está en el archivo.

– Mandolín. Sus padres la llaman Mandy.

– ¿ Has hablado con ella desde que te detuvieron?

– Qué va. Hemos terminado. -Ahora los ojos en el espejo parecían tristes y humillados-. Fui un idiota. Todo fue una estupidez.

Reflexioné un momento y luego metí la mano en el bolsillo de la chaqueta y saqué una fotografía polaroid. La pasé sobre el asiento y toqué con ella el hombro de Patrick.

– Échale un vistazo.

Patrick cogió la foto y la sostuvo sobre el volante mientras la miraba.

– ¿Qué diablos le pasó? -preguntó.

– Tropecé con la acera y me caí de bruces delante de mi casa. Me rompí un diente y la nariz, también me hice una buena brecha en la frente. Me hicieron esa foto en urgencias, para que la llevara como un recordatorio.

– ¿De qué?

– Acababa de bajar del coche después de llevar a mi hija de once años a casa de su madre. Por entonces estaba en 320 miligramos de oxicodona al día. Lo primero que hacía por la mañana era aplastar las pastillas y esnifarlas, pero para mí las mañanas eran las tardes. -Dejé que lo registrara por unos momentos antes de continuar-. Así que, Patrick, ¿crees que lo que hiciste fue estúpido? Yo estaba llevando a mi hija con 320 miligramos de heroína rústica en la sangre. -Esta vez fui yo quien negó con la cabeza-. No hay nada que puedas hacer con el pasado, Patrick. Salvo mantenerlo allí. -Me estaba mirando directamente en el retrovisor-. Voy a ayudarte con la cuestión legal. El resto depende de ti, y es la parte más dura. Pero eso ya lo sabes.

Asintió.

– En cualquier caso, veo un rayo de luz aquí, Patrick. Algo que Jerry Vincent no vio.

– ¿Qué es?

– El marido de la víctima le regaló esa gargantilla. Se llama Roger Vogler y es un gran partidario de un montón de personas elegidas en el condado.

– Sí, es un pez gordo de la política; Mandolín me dijo eso. Hacían cenas de recogida de fondos y cosas así en la casa.

– Bueno, si los diamantes de esa gargantilla son falsos, no va a querer que eso aparezca en el juicio. Especialmente si su mujer no lo sabe.

– Pero ¿cómo va a impedirlo?

– Es un contribuyente, Patrick. Sus contribuciones ayudaron a elegir al menos a cuatro miembros de la junta de supervisores del condado. Éstos controlan el presupuesto de la oficina del fiscal del distrito. La fiscalía te está procesando. Es una cadena alimenticia. Si el doctor Vogler quiere enviar un mensaje, créeme, lo enviará. -Henson asintió. Estaba empezando a ver la luz-. El pedimento que voy a presentar solicita que nos permitan un examen independiente para valorar la evidencia, o sea, la gargantilla de diamantes. Nunca se sabe, la palabra «valorar» podría agitar las cosas. Sólo tendremos que esperar y ver qué pasa.

– ¿Vamos al tribunal a presentarlo?

– No. Voy a redactarlo ahora mismo y lo enviaré al tribunal por correo electrónico. -Genial.

– La belleza de Internet. -Gracias, señor Haller.

– De nada, Patrick. ¿Puedes devolverme la foto?

Me la pasó por encima del asiento y yo le eché un vistazo. Tenía un bulto bajo el labio y la nariz desviada. También había una abrasión ensangrentada en mi frente. Los ojos eran la parte más difícil de estudiar; confusos y perdidos, mirando de manera insegura a la cámara. Fue mi punto más bajo.

Me volví a guardar la foto en el bolsillo para conservarla.

Circulamos en silencio durante los siguientes quince m ñutos mientras yo terminaba el pedimento, me conectaba y lo enviaba. Era una forma de decirle a la fiscalía que iba en serio y me sentí bien. El abogado del Lincoln había vuelto al trabajo. El Llanero Solitario cabalgaba de nuevo.