Выбрать главу

– Me llamo Nina. Puede llamarme así si lo desea.

– Bien, y usted puede llamarme Mickey.

Las escaleras conducían a una puerta que daba a una suite del tamaño de algunos tribunales en los que había estado. Era tan grande que tenía sendas chimeneas iguales en las paredes norte y sur. Había una zona de asientos, una zona de dormitorio y dos cuartos de baño. Nina Albrecht pulsó un botón que había junto a la puerta, y las cortinas que cubrían la vista occidental empezaron a abrirse silenciosamente para revelar una pared de cristal con vistas al Pacífico.

La cama, hecha a medida, era el doble de una king-size. Faltaba el colchón, la ropa de cama y las almohadas, y supuse que le lo habían llevado todo para realizar análisis forenses. En dos lugares del dormitorio habían cortado cuadrados de moqueta de metro ochenta de lado, también, supuse, para recoger y analizar pruebas sanguíneas.

En la pared contigua a la puerta había salpicaduras de sanare que habían sido rodeadas y marcadas con códigos de letras por parte de los investigadores. No había otros signos de la violencia que se había producido en la habitación.

Caminé hasta un rincón de la pared acristalada y me volví a contemplar la habitación. Levanté la cámara y saqué unas pocas fotos desde diferentes ángulos. Nina se metió en el encuadre un par de veces, pero no importaba; las fotos no eran para el tribunal. Las usaría para refrescar mi recuerdo del lugar cuando estuviera elaborando la estrategia final para el juicio.

Una escena del crimen es un mapa. Si sabes cómo leerlo, en ocasiones puedes encontrar tu camino. La distribución, la posición de las víctimas en el momento de la muerte, el ángulo de las vistas, la luz, la sangre, las restricciones espaciales y las diferenciaciones geométricas eran distintos elementos del mapa. No siempre puedes sacar todo eso de una foto policial, en ocasiones has de verlo por ti mismo. Por eso había ido a la casa de Malibú: en busca del mapa. En busca de la geografía del crimen. Cuando la comprendiera, estaría preparado para ir al juicio.

Desde el rincón, miré el cuadrado cortado en la moqueta blanca cerca de la puerta del dormitorio. Ahí era donde habían abatido a la víctima masculina, Johan Rilz. A continuación me fijé en la cama, donde Mitzi Elliot había recibido los disparos en diagonal sobre su cuerpo desnudo.

El sumario de la investigación sugería que la pareja desnuda había oído que un intruso entraba en la casa. Rilz acudió a la puerta de la habitación y al abrirla se vio inmediatamente sorprendido por el asesino. A Rilz le dispararon en el umbral y el asesino pasó por encima de su cadáver para adentrarse en el dormitorio.

Mitzi Elliot saltó de la cama y se quedó petrificada, agarrándose a una almohada para taparse el cuerpo. La fiscalía creía que los elementos del crimen apuntaban a que conocía a su asesino. Podría haber implorado o puede que supiera que la muerte era inevitable. Le dispararon dos veces desde una distancia de aproximadamente un metro y se derrumbó en la cama. La almohada que estaba usando como escudo cayó al suelo. El asesino se acercó entonces hasta la cama y apoyó el cañón del arma contra la frente de la víctima para rematarla.

Al menos, ésa era la versión oficial. Desde un rincón de la habitación, sabía que ésta se basaba en diversas hipótesis infundadas que no tendría problema en trocear en el juicio.

Miré por las puertas acristaladas que daban a una terraza sobre el Pacífico. No había nada en el expediente que indicara si la cortina o las puertas estaban abiertas en el momento de los crímenes. No estaba seguro de que significara nada en cualquiera de los casos, pero era un detalle que me habría gustado conocer.

Me acerqué a las puertas acristaladas y las encontré cerradas. Pasé un mal rato tratando de descubrir cómo abrirlas. Nina finalmente se acercó y me ayudó, apretando con el dedo una palanca de seguridad mientras giraba el cerrojo con la otra mano. Las puertas se abrieron hacia fuera y me llegó el sonido de las olas al romper.

Supe inmediatamente que si las puertas habían estado abiertas en el momento de los crímenes, el ruido del oleaje habría ahogado fácilmente cualquier otro sonido que pudiera haber hecho un intruso en la casa. Esto contradecía la teoría de la fiscalía según la cual a Rilz lo mataron en la puerta de su dormitorio, porque había acudido después de oír a un intruso. Ello plantearía otra pregunta respecto a qué estaba haciendo Rilz desnudo en el umbral, pero eso no importaba a la defensa. Sólo necesitaba plantear preguntas y señalar discrepancias para sembrar la semilla de la duda en la mente del jurado. Sólo hacía falta que un miembro dudara para que yo tuviera éxito. Era el método de «distorsiona o destruye» de la defensa penal.

Salí a la terraza. No sabía si la marea estaba alta o baja, pero sospechaba que se encontraba en algún punto intermedio. El agua estaba cerca. Las olas rompían contra los pilares sobre los cuales estaba construida la casa.

Había olas de casi dos metros, pero no había surfistas. Recordé el comentario que acababa de hacer Patrick respecto a tratar de hacer surf en la cala.

Volví a entrar, y en cuanto estuve de nuevo en el dormitorio me di cuenta de que mi móvil estaba sonando y en cambio no había podido oírlo por el ruido del océano. Miré para ver quién era, pero ponía número privado en la pantalla. Sabía que l.i mayoría de la gente que trabajaba en la policía bloqueaba su identidad.

– Nina, he de atender esta llamada. ¿Le importa ir a mi coche y pedirle a mi chófer que entre?

– No hay problema.

– Gracias.

Respondí la llamada.

– ¿Hola?

– Soy yo. Sólo quería saber cuándo ibas a pasarte.

«Yo» era mi primera ex mujer, Maggie McPherson. Según el recientemente remodelado acuerdo de custodia, sólo podía estar con mi hija los miércoles por la noche y un fin de semana de cada dos. Estaba muy lejos de la custodia compartida que habíamos tenido, pero yo lo había estropeado, junto con mi segunda oportunidad con Maggie.

– Probablemente a eso de las siete y media. Tengo una reunión con un cliente esta tarde y podría alargarse un poco.

Se hizo un silencio y sentí que me había equivocado con la respuesta.

– ¿Qué pasa, tienes una cita? -pregunté-. ¿A qué hora quieres que llegue?

– Se supone que tengo que salir a las siete y media.

– Entonces llegaré antes. ¿Quién es el afortunado?

– Eso no es asunto tuyo. Pero hablando de fortuna, he oído que has heredado a todos los clientes del bufete de Jerry Vincent.

Nina Albrecht y Patrick Henson entraron en el dormitorio. Vi a Patrick mirando el cuadrado faltante de la moqueta. Tapé el teléfono y les pedí que bajaran a esperarme a la planta inferior. Luego volví a la conversación telefónica. Mi ex mujer era la ayudante del fiscal del distrito asignada al tribunal de Van Nuys, lo cual la ponía en una posición de oír cosas sobre mí.

– Exacto -dije-. Soy su sustituto, pero no sé qué fortuna es ésa.

– Te caerá un buen pellizco con el caso Elliot.

– Estoy en la casa del crimen ahora mismo. Bonita vista.

– Bien, buena suerte en sacarlo. Si alguien puede hacerlo, ciertamente eres tú.

Lo dijo con mofa de fiscal.

– Creo que no voy a responder a eso.

– Da igual, sé cómo lo harías. Otra cosa: no vas a tener compañía esta noche.

– ¿De qué estás hablando?

– Estoy hablando de hace dos semanas. Hay ley dijo que había una mujer en tu casa. Creo que se llamaba Lanie. Se sintió muy incómoda.

– No te preocupes, no estará esta noche. Es sólo una amiga y usa la habitación de invitados. Pero para que conste, puedo tener a quien quiera en mi casa cuando quiera porque es mi casa, y tú puedes hacer lo mismo en la tuya.