– Y también puedo ir al juez y decirle que estás exponiendo a nuestra hija a personas que son adictas a las drogas.
Respiré hondo antes de responder con la máxima calma posible.
– ¿Cómo sabes a quién estoy exponiendo a Hayley?
– Porque tu hija no es estúpida y oye perfectamente. Me contó un poco de lo que dijo y era fácil figurarse que tu amiga es de… rehabilitación.
– ¿Y eso es un crimen, confabularse con personas de rehabilitación?
– No es un crimen, Michael. Sólo creo que no es lo mejor para Hayley estar expuesta a un desfile de adictos cuando está contigo.
– Ahora es un desfile. Supongo que el adicto que más te preocupa soy yo.
– Bueno, si el zapato ajusta…
Casi perdí los nervios, pero una vez más me calmé tragando un poco de aire de mar fresco. Cuando hablé estaba aplacado. Sabía que mostrar rabia sólo me causaría daño a largo plazo cuando llegara el momento de redirigir el acuerdo de custodia.
– Maggie, estamos hablando de nuestra hija. No le hagas daño tratando de hacerme daño a mí. Necesita a su padre y yo la necesito a ella.
– Y a eso voy. Lo estás haciendo bien; ligar con una adicta no es una buena idea.
Estaba apretando el móvil con tanta fuerza que pensé que podría romperlo. Sentí que me ruborizaba y la quemazón de la vergüenza en las mejillas y el cuello.
– He de colgar.
Mis palabras salieron estranguladas por mis propios fallos.
– Y yo también. Le diré a Hayley que estarás aquí a las siete y media.
Siempre hacía eso: terminar la llamada con inferencias de que decepcionaría a mi hija si llegaba tarde a la hora de recogida acordada. Ella colgó antes de que pudiera responder.
No había nadie en la sala de estar de abajo, pero entonces vi a Patrick y a Nina en la terraza inferior. Salí y me acerqué a la barandilla donde Patrick permanecía mirando las olas. Traté de sacarme de la cabeza el nerviosismo de la conversación con mi ex mujer.
– Patrick, ¿dijiste que trataste de hacer surf aquí, pero que la corriente era demasiado fuerte?
– Sí.
– ¿Estás hablando de una corriente de costa?
– Sí, es fuerte aquí. La crea la forma de la cala. La energía de las olas que llegan del lado norte se redirige bajo la superficie y rebota un poco al sur. Sigue el contorno de la cala y te lleva afuera. Me quedé atrapado en ese tubo un par de veces, me llevó hasta más allá de aquellas rocas del extremo sur.
Examiné la cala mientras Patrick describía lo que estaba ocurriendo bajo la superficie. Si tenía razón y había una corriente de costa el día de los crímenes, entonces los buzos del sheriff probablemente habían estado buscando el arma homicida en el lugar equivocado.
Y ya era demasiado tarde. Si el asesino había arrojado el arma a las olas, la corriente subterránea podría haberla arrastrado completamente fuera de la cala y hacia el océano. Empecé a sentirme seguro de que el arma homicida no haría una aparición sorpresa en el juicio.
En lo que implicaba a mi cliente, era una buena noticia.
Miré las olas y pensé que, debajo de la hermosa superficie, un poder oculto no cesaba nunca de moverse.
19
Los guionistas se habían tomado el día libre o habían trasladado el piquete a otro lugar de protesta. En Archway Studios cruzamos el control de seguridad sin el retraso del día anterior. Ayudó que Nina Albrecht fuera en el coche de delante y nos abriera paso.
Era tarde y el estudio se estaba vaciando hasta el día siguiente. Patrick aparcó justo delante del bungalow de Elliot. Estaba entusiasmado, porque nunca había estado dentro de un estudio de cine. Le dije que podía echar un vistazo, pero que mantuviera el móvil a mano, porque no estaba seguro de cuánto iba a durar la reunión con mi cliente y necesitaba mantenerme en horario para recoger a mi hija.
Al seguir a Nina al interior le pregunté si había algún lugar donde pudiera reunirme con Elliot distinto de su oficina. Le expliqué que tenía documentos que esparcir y que la mesa que habíamos utilizado el día anterior era demasiado pequeña. Me dijo que me llevaría a la sala de juntas y que podía irme preparando allí mientras ella iba a buscar a su jefe y lo llevaba a la reunión. Le comenté que me parecía bien, aunque la verdad era que no iba a esparcir documentos: sólo quería reunirme con Elliot en un lugar neutral. Si estaba sentado a su mesa de trabajo, enfrente de él, sería Elliot quien tendría el control de la reunión. Eso había quedado claro durante nuestro primer encuentro. Tenía una personalidad fuerte, pero yo tenía que ponerme al mando a partir de ese momento.
Era una sala grande con doce sillas de cuero negro en torno a una mesa oval. Había un proyector cenital y una caja larga en la pared del fondo que contenía la pantalla descendente. Las otras paredes estaban llenas de carteles enmarcados de las películas que se habían rodado allí. Supuse que ésas eran las películas con las que el estudio había ganado su dinero.
Tomé asiento y saqué de la mochila los archivos del caso. Al cabo de veinticinco minutos estaba mirando los documentos de revelación de la fiscalía cuando se abrió la puerta y finalmente entró Elliot. No me molesté en levantarme ni en tenderle la mano. Traté de parecer enfadado al señalarle la silla que estaba al otro lado de la mesa.
Nina lo siguió a la sala para ver qué refrescos podía traernos.
– Nada, Nina -dije antes de que Elliot pudiera responder-. Hemos de ponernos en marcha. Ya la avisaremos si necesitamos algo.
Nina Albrecht pareció momentáneamente pillada a contrapié al recibir órdenes de una persona distinta de Elliot. Lo miró a él en busca de una aclaración y él se limitó a asentir. La secretaria se fue y cerró las puertas dobles a su espalda. Elliot se sentó en la silla que yo le había señalado.
Miré a mi cliente un largo momento antes de hablar.
– No le entiendo, Walter.
– ¿Qué quiere decir? ¿Qué ha de entender?
– Bueno, para empezar, pasa mucho tiempo reivindicando su inocencia, pero no me parece que se esté tomando esto seriamente.
– Se equivoca en eso.
– ¿Ah, sí? ¿Entiende que si pierde el juicio irá a prisión? Y no habrá fianza en una acusación de doble homicidio mientras apela. Si el veredicto es malo, le esposarán en la misma sala y se lo llevarán.
Elliot se inclinó ligeramente hacia mí antes de responder.
– Entiendo exactamente la posición en la que me encuentro. Así que no se atreva a decirme que no me lo tomo en serio.
– Muy bien, entonces, cuando acordemos una reunión, llegue puntual. Hay muchas cosas que preparar y no disponemos de mucho tiempo para hacerlo. Sé que tiene que dirigir un estudio, pero eso ya no es la prioridad. Durante las próximas dos semanas tiene otra prioridad: este caso.
Esta vez me miró un buen rato antes de responder. Podría ser la primera vez en su vida que alguien le regañaba por llegar tarde y luego le decía lo que tenía que hacer. Finalmente asintió con la cabeza.
– Está bien -dijo.
Yo también asentí. Nuestras posiciones estaban claras. Nos encontrábamos en la sala de juntas de su estudio, pero ahora el perro alfa era yo. Su futuro dependía de mí.
– Bien -comencé-. Ahora, lo primero que he de preguntarle es si estamos hablando en privado aquí.
– Por supuesto que sí.
– Bueno, no fue así ayer. Estaba muy claro que Nina oía lo que se decía en su oficina. Eso puede estar bien para sus reuniones de cine, pero no está bien cuando estamos discutiendo su caso. Yo soy su abogado, y nadie debería oír nuestra conversación. Nadie. Nina no tiene privilegios. Podrían citarla a declarar contra usted. De hecho, no me sorprendería que terminara en la lista de testigos de cargo.
Elliot se recostó en el sillón acolchado y levantó la cara hacia el techo.