En mi visión periférica había visto a Vincent encogerse a mitad de la larga respuesta de Torrance. Sabía por qué y, cuidadosamente, me acerqué con la daga.
– ¿El señor Woodson usó esa palabra? ¿Llamó a las víctimas «negratas»?
– Sí, eso dijo.
Dudé al preparar la formulación de la siguiente pregunta. Sabía que Vincent estaba esperando para protestar si le daba pie. No podía pedir a Torrance que interpretara. No podía preguntar «por qué» respecto al significado que le daba Woodson o su motivación para usar esa palabra. Eso era susceptible de objeción.
– Señor Torrance, en la comunidad negra la palabra «ne-grata» puede significar distintas cosas, ¿no? -Supongo.
– ¿Es eso un sí?
– Sí.
– El acusado es afroamericano, ¿no?
Torrance rio.
– Eso me parece.
– ¿Igual que usted, señor?
Torrance empezó a reír otra vez.
– Desde que nací -contestó.
El juez golpeó con la maza y me miró.
– Señor Haller, ¿es realmente necesario?
– Pido disculpas, señoría.
– Por favor, continúe.
– Señor Torrance, cuando el señor Woodson usó esta palabra, como dice que hizo, ¿le sorprendió?
Torrance se frotó el mentón como si reflexionara sobre la pregunta. Entonces negó con la cabeza.
– La verdad es que no.
– ¿Por qué no, señor Torrance?
– Supongo que es porque la oigo todo el tiempo.
– ¿De otros hombres de color?
– Eso es. También se la oigo a tipos blancos.
– Bueno, cuando los negros usan esa palabra, como dice que lo hizo el señor Woodson, ¿de quién están hablando?
Vincent protestó, argumentando que Torrance no podía hablar por lo que otros hombres decían. Companioni admitió la protesta y yo me tomé un momento para volver a trazar el camino a la respuesta que quería.
– Vamos a ver, señor Torrance -dije por fin-. Hablemos sólo de usted, entonces, ¿de acuerdo? ¿Usa esa palabra en alguna ocasión?
– Creo que sí.
– Muy bien, y cuando la usa ¿a quién se refiere?
Torrance se encogió de hombros.
– A otros tipos.
– ¿Otros hombres negros?
– Eso es.
– ¿En alguna ocasión se ha referido a hombres blancos como negratas?
Torrance negó con la cabeza.
– No.
– Muy bien, así pues, ¿qué cree que significaba cuando Barnett Woodson describió a los dos hombres a los que tiró al embalse como negratas?
Vincent rebulló en su asiento y su lenguaje corporal insinuó que iba a protestar, pero no llegó a formular la objeción verbalmente. Debió de darse cuenta de que sería inútil. Había llevado a Torrance a una ratonera y era mío.
Torrance respondió la pregunta.
– Entendí que eran negros y que los mató a los dos.
Ahora el lenguaje corporal de Vincent cambió de nuevo. Se hundió un poco más en el asiento, porque sabía que su apuesta de poner a un chivato carcelario en el estrado de los testigos acababa de salirle rana.
Miré al juez Companioni. El también sabía lo que se avecinaba.
– Señoría, ¿puedo acercarme al testigo?
– Puede hacerlo -dijo el juez.
Caminé hasta el estrado de los testigos y puse la carpeta delante de Torrance. Estaba raída y era de color naranja, un color usado en las cárceles del condado para identificar documentos legales privados que un recluso está autorizado a poseer.
– Bien, señor Torrance, he puesto delante de usted una carpeta en la cual el señor Woodson guarda documentos de revelación que sus abogados le han proporcionado en prisión. Le pregunto una vez más si la reconoce.
– He visto un montón de carpetas naranjas en máxima seguridad. Eso no significa que haya visto ésta.
– ¿Está diciendo que nunca vio al señor Woodson con su carpeta?
– No lo recuerdo exactamente.
– Señor Torrance, estuvo en el mismo módulo que el señor Woodson durante treinta y dos días. Testificó que confiaba en usted y que le hizo una confesión. ¿Está diciendo que nunca lo vio con esta carpeta?
Al principio no respondió. Lo había arrinconado y no tenía escapatoria. Esperé. Si continuaba asegurando que nunca había visto la carpeta, su afirmación de una confesión de Woodson sería sospechosa a ojos del jurado. Si finalmente concedía que estaba familiarizado con la carpeta, me abriría una puerta enorme.
– Lo que estoy diciendo es que lo vi con su carpeta, pero nunca miré lo que había dentro.
Bang. Lo tenía.
– Entonces le pediré que abra la carpeta y la inspeccione.
El testigo siguió mis instrucciones y miró de un lado al otro de la carpeta abierta. Volví al atril, observando a Vincent en mi camino. Tenía la mirada baja y la tez pálida.
– ¿Qué ve cuando abre la carpeta, señor Torrance?
– A un lado hay fotos de los dos muertos en el suelo. Están grapadas. Y al otro lado hay un montón de papeles, informes y tal.
– ¿Puede leer el primer documento del lado derecho? Sólo lea la primera línea del sumario.
– No, no sé leer.
– ¿No sabe leer nada?
– La verdad es que no. No fui a la escuela.
– ¿Puede leer alguna de las palabras que están al lado de las casillas que están marcadas en la parte superior del sumario?
Torrance miró la carpeta y sus cejas se juntaron en ademán de concentración. Yo sabía que habían probado su capacidad de lectura durante su último periodo en prisión y se había determinado que estaba en el mínimo nivel mensurable, por debajo de la de un alumno de segundo grado.
– La verdad es que no -repitió-. No sé leer.
Me acerqué rápidamente a la mesa de la defensa y cogí otra carpeta y un rotulador permanente de mi maletín. Volví al estrado y rápidamente escribí la palabra Caucasiano en la tapa de la carpeta en grandes letras mayúsculas. Sostuve la carpeta para que tanto Torrance como el jurado pudieran verla.
– Señor Torrance, ésta es una de las palabras marcadas en el sumario. ¿Puede leer esta palabra?
Vincent inmediatamente se levantó, pero Torrance ya estaba negando con la cabeza y con expresión de estar completamente humillado. Vincent objetó a la exposición sin fundamento adecuado y Companioni aceptó la protesta. Esperaba que lo hiciera. Sólo estaba abonando el terreno para mi siguiente movimiento con el jurado, y estaba seguro de que la mayoría de sus miembros habían visto al testigo negar con la cabeza.
– De acuerdo, señor Torrance -dije-. Vamos al otro lado de la carpeta. ¿Puede describir a los cadáveres de las fotos?
– Hum, dos hombres. Parece que han abierto un alambre de corral y unas lonas y están allí estirados. Hay un grupo de policías investigando y haciendo fotos.
– ¿De qué raza son los hombres de las lonas?
– Son negros.
– ¿Había visto antes estas fotografías, señor Torrance?
Vincent se levantó para protestar a mi pregunta, porque ya se había formulado y respondido previamente. Pero era como levantar una mano para detener una bala. El juez le ordenó severamente que tomara asiento. Era su forma de decirle al fiscal que iba a tener que quedarse sentado y tragar lo que estaba por venir. Si pones a un mentiroso en el estrado, has de caer con él.
– Puede responder a la pregunta, señor Torrance -dije después de que Vincent se sentara-. ¿Había visto antes estas fotografías?
– No, señor, no las había visto hasta ahora.
– ¿Está de acuerdo en que las fotografías muestran lo que nos ha descrito antes? ¿Que son los cadáveres de dos hombres negros asesinados?
– Eso es lo que parece. Pero no había visto las fotos antes, sólo sé lo que él me dijo.
– ¿Está seguro?
– Algo así no lo olvidaría.
– Nos ha dicho que el señor Woodson confesó haber matado a dos hombres negros; sin embargo, se le juzga por haber matado a dos hombres blancos. ¿No cree que da la impresión de que no confesó en absoluto?
– No, él confesó. Me dijo que mató a esos dos.
Miré al juez.
– Señoría, la defensa solicita que la carpeta que está delante del señor Torrance sea admitida como prueba documental número uno de la defensa.
Vincent protestó por falta de fundamento, pero Companio-ni desestimó la objeción.
– Se admitirá y dejaremos que el jurado decida si el señor Torrance ha visto o no las fotografías y el contenido de la carpeta.
Estaba embalado y decidí ir a por todas.
– Gracias -dije-. Señoría, ahora también sería un buen momento para que el fiscal recordara a su testigo las penas por perjurio.
Era un movimiento teatral hecho a beneficio del jurado. Suponía que tendría que continuar con Torrance y sacarle las vísceras con la daga de su propia mentira. Pero Vincent se levantó y le pidió al juez un receso para hablar con el letrado de la parte contraria.
Supe que acababa de salvar la vida de Barnett Woodson.
– La defensa no tiene objeción -le dije al juez.