Las ventanas traseras de la furgoneta estaban tintadas de oscuro y no podía ver el interior. Me acerqué a la parte delantera y miré por la ventanilla del conductor. Vi que el asiento de atrás estaba plegado en plano, y que la mitad de la parte trasera estaba ocupada por cajas de cartón abiertas llenas de ropa y pertenencias personales. La otra mitad servía de cama para Patrick Henson. Lo supe porque estaba allí tumbado durmiendo, con la cara apartada de la luz en los pliegues de un saco de dormir. Y fue sólo entonces cuando recordé algo que había dicho durante nuestra primera conversación telefónica, cuando le había preguntado si le interesaba trabajar como mi chófer. Me había dicho que vivía en la furgoneta y dormía en una caseta de socorrista.
Levanté el puño para golpear en la ventanilla, pero decidí dejar dormir a Patrick. No lo necesitaría hasta al cabo de un rato, no había necesidad de despertarlo. Crucé al complejo de oficinas, doblé una esquina y enfilé un pasillo hacia la puerta marcada con el nombre de Jerry Vincent. El detective Bosch estaba de pie delante de la puerta. Estaba escuchando música y esperándome. Tenía las manos en los bolsillos y ademán pensativo, quizás un poco ofendido. Estaba convencido de que no teníamos una cita, de manera que desconocía el motivo de su enfado. Quizás era por la música. En cualquier caso se quitó los auriculares cuando me acerqué a él.
– ¿Hoy no hay café? -dije a modo de saludo.
– Hoy no. Vi que ayer no lo quería.
Se hizo a un lado de manera que yo pudiera meter la llave y entrar.
– ¿Puedo preguntarle algo? -dije.
– Si le digo que no, me lo preguntará de todos modos.
– Probablemente tiene razón.
Abrí la puerta.
– Haga la pregunta.
– Muy bien. No me parece un tipo de iPod, ¿a quién estaba escuchando?
– A alguien de quien estoy seguro que no ha oído hablar.
– Ya lo pillo. ¿Es Tony Robbins, el gurú de la autoayuda?
Bosch negó con la cabeza sin morder el anzuelo.
– Frank Morgan -dijo.
Asentí con la cabeza.
– ¿El saxofonista? Sí, conozco a Frank.
Bosch pareció sorprendido cuando entramos en la zona de recepción.
– Lo conoce -dijo en tono incrédulo.
– Sí, suelo pasarme a saludar cuando toca en el Catalina o el Jazz Bakery. A mi padre le encantaba el jazz y en los años cincuenta y sesenta fue el abogado de Frank, quien se metió en líos antes de dejar las drogas. Terminó tocando en San Quintín con Art Pepper, lo ha oído nombrar, ¿no? Cuando conocí a Frank no necesitaba ayuda de un abogado defensor, le iba bien.
Bosch tardó un momento en recuperarse de la sorpresa de que conociera a Frank Morgan, el oscuro heredero de Charlie Parker que durante dos décadas dilapidó esa herencia con la heroína. Cruzamos la zona de recepción y entramos en la oficina principal.
– Bueno, ¿cómo va el caso? -pregunté.
– Va -contestó.
– He oído que antes de venir a verme ayer pasó la noche en el Parker Center con un sospechoso. Pero no hubo detenciones, ¿no?
Rodeé el escritorio de Vincent y me senté. Empecé a sacar carpetas de mi mochila. Bosch se quedó de pie.
– ¿Quién le ha dicho eso? -preguntó.
No había nada casual en la pregunta. Era más bien una orden. Yo actué como si tal cosa.
– No lo sé -dije-. Debí de oírlo en algún sitio. Quizás un periodista. ¿Quién era el sospechoso?
– No es asunto suyo.
– Entonces, ¿cuál es mi asunto con usted, detective? ¿Por qué está aquí?
– He venido a ver si tiene más nombres.
– ¿Qué ha ocurrido con los que le pasé ayer?
– Están comprobados.
– ¿Cómo puede haberlos comprobado todos ya?
Se inclinó hacia delante y apoyó las dos manos en la mesa.
– Porque no trabajo este caso solo. Tengo ayuda y hemos comprobado todos los nombres. Todos están en prisión, muertos o ya no les preocupa Jerry Vincent. También investigamos a varias de las personas a las que mandó a prisión cuando era fiscal. Es un callejón sin salida.
Sentí una sensación real de decepción y comprendí que tal vez había depositado demasiadas esperanzas en la posibilidad de que uno de esos nombres del pasado perteneciera al asesino, y que su detención fuera el final de la amenaza para mí.
– ¿Y Demarco, el traficante de armas?
– De ése me ocupé yo, y no tardé en tacharlo de la lista. Está muerto, Haller. Murió hace dos años en su celda de Corcoran; hemorragia interna. Cuando lo abrieron, encontraron una navaja hecha con un cepillo de dientes en la cavidad anal.
Nunca se determinó si se lo había introducido él mismo para guardarlo o alguien lo hizo por él, pero fue una buena lección para el resto de los reclusos. Hasta pusieron un carteclass="underline" nunca te metas objetos afilados por el culo.
Me recosté en mi asiento, tan repelido por la historia como por la pérdida de un potencial sospechoso. Me recuperé y traté de continuar como si tal cosa.
– Bueno, ¿qué puedo decirle, detective? Demarco era mi mejor apuesta. Esos nombres eran lo único que tenía. Le dije que no podía revelar nada sobre casos activos, pero éste es el nato: no hay nada que revelar. -Negó con la cabeza en un gesto de desconfianza-. Lo digo en serio, detective. He revisado todos los casos activos: no hay nada en ellos que constituya una amenaza o una razón para que Vincent se sintiera amenazado. No hay nada en ellos que se relacione con el FBI. No hay nada que indique que Jerry Vincent se topó con algo que lo puliera en peligro. Además, cuando descubres cosas malas de tus clientes, están protegidos. Así que no hay nada ahí. Quiero de-in, no representaba a mañosos, no representaba a traficantes, no había nada en…
– Representaba a asesinos.
– A acusados de asesinato. Y en el momento de su muerte sólo tenía un caso de homicidio, Walter Elliot, y no hay nada ahí. Créame, lo he mirado.
No estaba tan seguro de creerlo cuando lo dije, pero Bosch un pareció notarlo. Finalmente, se sentó en el borde de la silla, delante del escritorio, y sus facciones parecieron cambiar. Tenía una expresión casi desesperada.
– Jerry estaba divorciado -ofrecí-. ¿ Ha investigado a su ex mujer?
– Se divorciaron hace nueve años. Ella está felizmente casada de nuevo y a punto de tener a su segundo hijo. No creo que una mujer embarazada de siete meses vaya a dispararle a un ex marido con el que no ha hablado en nueve años.
– ¿Más parientes?
– Su madre en Pittsburg. El enfoque familiar está seco.
– ¿Novia?
– Se tiraba a su secretaria, pero no era nada serio. Y su coartada es impecable. Ella también se tiraba al investigador, y estaban juntos esa noche.
Sentí que me ponía colorado. Ese sórdido escenario no estaba muy alejado de mi situación presente. Al menos, Lorna, Cisco y yo habíamos estado liados en momentos diferentes. Me froté la cara como si estuviera cansado y esperé que eso diera cuenta de mi nueva coloración.
– Eso es oportuno -dije-. Que sean la coartada del otro.
Bosch negó con la cabeza.
– Hay testigos. Estuvieron con amigos en una proyección de Archway. Ese cliente pez gordo suyo les dio la invitación.
Hice una conjetura rápida y le lancé el as a Bosch.
– El tipo al que tuvieron en la sala de interrogatorios esa primera noche era el investigador, Bruce Carlin.
– ¿Quién se lo dijo?
– Acaba de hacerlo. Un triángulo amoroso clásico. Sería el punto de partida.
– Un abogado listo. Pero, como he dicho, no resultó. Pasamos la noche con eso y por la mañana estábamos en la casilla uno. Hábleme del dinero.
Me había lanzado un as a mí.