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– ¿Qué dinero?

– El dinero de las cuentas de negocio. Supongo que va a decirme que también es territorio protegido.

– En realidad, probablemente tendría que hablar con la juez para tener una opinión al respecto, pero no he de molestarme. Mi gerente de casos es una de las mejores contables que he conocido. Ha estado trabajando con los libros y me ha dicho que están limpios. Hasta el último centavo que cobró Jerry está justificado. -Bosch no respondió, así que continué-. Deje que le diga algo, detective. La mayor parte de las veces que los abogados se meten en problemas es por el dinero, por los libros. Es el sitio donde no hay zonas grises; el lugar donde le gusta meter las narices al Colegio de Abogados de California. Yo tengo los libros impecables, porque no quiero darles ninguna razón para que vengan tras de mí. Así que yo lo sabría, y Lorna, mi gerente de casos, también sabría si hubiera algo en esos libros que no cuadrara. Pero no lo hay. Creo que Jerry probablemente se estaba pagando un poco demasiado deprisa, pero no hay nada técnicamente erróneo en ello.

Vi que la mirada de Bosch se iluminaba con algo de lo que yo había dicho.

– ¿Qué?

– ¿Qué significa que «se estaba pagando demasiado deprisa»?

– Significa… Deje que empiece por el principio. La forma en que funciona es que cuando tomas un cliente recibes un anticipo. El dinero va a la cuenta de fideicomiso. Es dinero del cliente, pero lo guardas tú porque quieres asegurarte de que podrás cobrarlo cuando lo ganes. ¿Me sigue?

– Sí. No puede fiarse de que sus clientes le paguen porque non delincuentes, así que cobra por adelantado y pone el dinero en una cuenta de fideicomiso. Luego se paga a sí mismo al ir luciendo el trabajo.

– Más o menos. La cuestión es que está en la cuenta de fideicomiso y al ir trabajando, haciendo comparecencias, preparando el caso y etcétera, cobras tus tarifas de la cuenta de fideicomiso. Lo pasas a la cuenta operativa. Luego, desde ésta pagas tus propias facturas y salarios: alquiler, secretaria, investigador, costes de coche, etcétera. También te pagas a ti mismo.

– Vale, ¿entonces cómo es que Vincent se pagó demasiado deprisa?

– Bueno, no estoy diciendo exactamente eso. Es una cuestión de costumbre y práctica. Pero viendo los libros parece que le i justaba mantener un equilibrio bajo en operativo. Resulta que tuvo un cliente filón que pagó un gran anticipo y ese dinero pasó muy deprisa por las cuentas de fideicomiso y operativa Después de los gastos, el resto fue para Jerry Vincent en concepto de salario.

El lenguaje corporal de Bosch indicaba que mi información lluvia sobre mojado y era importante para él. Se había inclina-do ligeramente hacia delante y parecía tener los hombros y el cuello endurecidos.

– Walter Elliot -dijo-. ¿Era él el filón? -No puedo darle esa información, pero creo que es fácil de suponer.

Bosch asintió y vi que estaba dándole vueltas a algo. Esperé, pero no dijo nada.

– ¿Cómo le ayuda esto, detective? -pregunté al fin.

– No puedo darle esa información, pero creo que es fácil de suponer.

Asentí. Me la había devuelto.

– Mire, los dos tenemos reglas que seguir -dije-. Somos dos caras de la misma moneda. Sólo estoy haciendo mi trabajo, y si no hay nada más con lo que pueda ayudarle, he de volver a eso.

Bosch me miró y parecía estar decidiendo algo.

– ¿A quién sobornó Jerry Vincent en el caso Elliot? -preguntó por fin.

La pregunta me pilló a contrapié. No me la esperaba, pero en los momentos posteriores a que me la planteara me di cuenta de que era lo que había venido a preguntar. Todo lo demás hasta ese instante había sido decoración.

– ¿Es información del FBI?

– No he hablado con el FBI.

– Entonces, ¿de qué está hablando?

– De un soborno.

– ¿A quién?

– Eso es lo que le estoy preguntando. Negué con la cabeza y sonreí.

– Oiga, se lo he dicho. Los libros están limpios. Hay…

– Si fuera a sobornar a alguien con cien mil dólares, ¿lo pondría en los libros?

Pensé en Jerry Vincent y en la vez que rechacé el sutil quid pro quo en el caso de Barnett Woodson. Lo rechacé y terminé logrando un veredicto de inocencia. Cambió la vida de Vincent y aún me estaba dando las gracias desde la tumba, pero quizá no cambió sus maneras en los años que siguieron.

– Supongo que tiene razón -le dije a Bosch-. Yo no lo haría así. Entonces, ¿qué es lo que no me está diciendo?

– Esto es confidencial, abogado. Pero necesito su ayuda y creo que ha de saberlo para ayudarme.

– Vale.

– Pues dígalo.

– ¿Decir qué?

– Que lo tratará como una información confidencial.

– Pensaba que lo había hecho. Lo haré. Lo mantendré confidencial.

– Ni siquiera su equipo. Sólo usted.

– Bien. Sólo yo. Dígamelo.

– Tiene las cuentas de trabajo de Vincent. Yo tengo sus cuentas privadas. Dijo que se cobró deprisa el dinero de Elliot. Él…

– Yo no he dicho que fuera de Elliot. Lo ha dicho usted.

– Da igual. La cuestión es que hace cinco meses había acumulado cien mil dólares en una cuenta de inversión personal y una semana después llamó a su broker y le dijo que iba a retiñí ríos.

– ¿Está diciendo que se llevó cien mil en efectivo?

– Es lo que acabo de decir.

– ¿Qué pasó con el dinero?

– No lo sé. Pero no puedes ir a un broker y recoger cien mil p efectivo; has de solicitar esa cantidad de dinero. Hacen falta un par de días para reunirlo y luego hay que pasar a recogerlo. Su broker hizo muchas preguntas para asegurarse de que no había cuestiones de seguridad, como si había algún rehén mientras él iba a buscar el dinero. Un rescate o algo así. Vincent dijo que todo estaba bien, que necesitaba el dinero para comprar un barco y que si hacía la compra en efectivo se ahorraría mucha pasta.

– ¿Dónde está el barco?

– No hay barco. Era mentira.

– ¿Está seguro?

– Hemos comprobado todas las transacciones estatales y liemos hecho preguntas en Marina del Rey y San Pedro; no pudimos encontrar ningún barco. Hemos registrado dos veces su casa y hemos revisado sus compras por tarjeta de crédito; no hay recibos ni registros de gastos relacionados con un barco. No hay fotos, no hay llaves, no hay cañas de pescar. No hay registro de guardacostas, que se requiere para una transacción grande. No se compró un barco.

– ¿ Y México?

Bosch negó con la cabeza.

– Este tipo no había salido de Los Ángeles en nueve meses. No fue ni a México ni a ninguna parte. Le estoy diciendo que no compró un barco, lo habríamos descubierto. Compró otra cosa y su cliente Walter Elliot probablemente sabe qué era.

Revisé su lógica y me di cuenta de que llegaba a la puerta de Walter Elliot. Pero no iba a abrir esa puerta con Bosch mirando por encima del hombro.

– Creo que se equivoca, detective.

– Yo no lo creo, abogado.

– Bueno, no puedo ayudarle. No tengo ni idea de esto y no he visto indicación de ello en ninguno de los libros o registro que poseo. Si puede conectar este supuesto soborno con mi cliente, deténgalo y acúselo. De lo contrario, le digo ahora mismo que está en zona prohibida. Elliot no va a hablar con usted de esto ni de nada más.

Bosch negó con la cabeza.

– No perdería mi tiempo tratando de hablar con él. Usaba a su abogado como tapadera en esto y nunca podré superar la protección abogado-cliente. Pero debería tomarlo como una advertencia, abogado.

– ¿Sí? ¿Cómo es eso?

– Sencillo. Mataron a su abogado, no a él. Piénselo. ¿Recuerda ese cosquilleo en la nuca y el sudor en la columna? Es la sensación que tienes cuando sabes que has de mirar por encima del hombro. Cuando sabes que estás en peligro.

Le sonreí.

– Ah, ¿era eso? Pensaba que era la sensación que tenía cuando me estaban enredando.