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– ¿Hay alguna referencia a Wyms en los depósitos de la cuenta de fideicomiso? -pregunté.

Lorna negó con la cabeza. Debería haber supuesto que había sido concienzuda y habría mirado las cuentas en busca de Eli Wyms.

– Muy bien, parece que Jerry lo representaba pro bono.

Los abogados proporcionan en ocasiones servicios legales gratuitos -pro bono- a clientes indigentes o especiales. En ocasiones es una acción altruista y en ocasiones es porque el cliente no paga. En cualquiera de los casos, la falta de un anticipo por parte de Wyms era comprensible. La ausencia del expediente era otra historia.

– ¿Sabes lo que estoy pensando?

– ¿Qué?

– Que Jerry tenía el expediente en el maletín cuando se fue el lunes por la noche.

– Y el asesino se lo llevó junto con su portátil y su móvil.

Lorna hizo un gesto de asentimiento y yo lo repetí.

Tenía sentido. Estaba pasando la tarde preparándose para la semana y tenía una comparecencia el jueves sobre Wyms. Quizá se había quedado sin energía y había metido el expediente en el maletín para mirarlo después. O quizá llevaba el expediente consigo porque era importante de un modo que todavía 170 no podía ver. Quizás el asesino quería el expediente de Wyms y no el portátil o el móvil.

– ¿Quién es el fiscal del caso?

– Joanne Giorgetti, y te llevo ventaja. La llamé ayer, le expliqué nuestra situación y le pregunté si podía hacernos una copia de la carpeta de revelación. Dijo que no tenía problema. Puedes recogerla después de tu cita de las once con el juez Stanton y te quedarán un par de horas para familiarizarte con el caso antes de la vista de las dos.

Joanne Giorgetti era una excelente fiscal que trabajaba en la sección de delitos contra agentes del orden en la oficina del distrito. También era amiga de mi ex mujer desde hacía mucho tiempo y la entrenadora de mi hija en la liga de baloncesto de la YMCA. Siempre había sido cordial y amable conmigo, incluso después de que Maggie y yo nos separáramos. No me sorprendió que fuera a hacerme una copia de la carpeta de revelación.

– Piensas en todo, Lorna -dije-. ¿Por qué no te has ocupado tú de todo el bufete de Vincent? No me necesitas.

Sonrió por el cumplido y vi que echaba una mirada hacia Cisco. La interpretación que hice era que quería que él se diera cuenta del valor que tenía para la firma legal Michael Haller & Associates.

– Me gusta trabajar en segunda fila -contestó-. Te dejaré el primer plano a ti.

Nos sirvieron los platos y yo eché una buena cantidad de salsa Tabasco en el bistec y los huevos. En ocasiones, la salsa picante era la única forma que tenía de saber que seguía vivo.

Finalmente podía oír lo que Cisco había averiguado sobre la investigación de Vincent, pero mi investigador se enfrascó en su desayuno y sabía que era mejor no interrumpirlo cuando estaba comiendo. Decidí esperar y preguntar a Lorna cómo iban las cosas con Wren Williams. Respondió en voz baja, como si Wren estuviera sentada cerca en el restaurante y escuchando.

– No es de gran ayuda, Mickey. Parece que no tiene ni idea de cómo funciona la oficina o de dónde ponía las cosas Jerry. Tendrá suerte si se acuerda de dónde ha aparcado el coche esta mañana. En mi opinión trabajaba allí por algún otro motivo.

Podría haberle dicho el motivo que me había contado Bosch, pero decidí guardármelo para mí. No quería distraer a Lorna con cotilleo.

Miré y vi a Cisco rebañando el unto del bistec y la salsa picante del plato con un trozo de tostada. Estaba listo para empezar.

– ¿Qué tienes en marcha hoy, Cisco?

– Estoy trabajando en Rilz y en su lado de la ecuación.

– ¿Qué está pasando?

– Creo que habrá un par de cosas que puedes usar. ¿Quieres que te las cuente?

– Todavía no. Te lo pediré cuando lo necesite.

No quería poseer información sobre Rilz que podría tener que entregar a la fiscalía según las reglas de revelación. Por el momento, cuanto menos supiera, mejor. Cisco lo comprendió y asintió.

– También tengo la reunión con Bruce Carlin esta tarde -añadió Cisco.

– Quiere doscientos la hora -dijo Lorna-. Un robo a mano armada, si me pides la opinión.

Hice un gesto para no hacer caso de su protesta.

– Págale. Es un gasto de una sola vez y probablemente tiene información que podemos usar y que podría ahorrar tiempo a Cisco.

– No te preocupes, le pagaremos. Pero no me hace gracia. Nos está extorsionando porque sabe que puede.

– Técnicamente está extorsionando a Elliot y no creo que le importe. -Me volví hacia mi investigador-. ¿Tienes algo nuevo sobre el caso Vincent?

Cisco me puso al día con lo que tenía. Consistía sobre todo en detalles forenses, lo cual sugería que su fuente venía de esa faceta de la investigación. Dijo que a Vincent le habían disparado dos veces, ambas en la zona de la sien izquierda. La distancia entre las heridas de entrada era de un par de centímetros, y las quemaduras de pólvora en la piel y el pelo indicaban que el arma estaba a entre veintidós y treinta centímetros de distancia cuando se disparó. Cisco explicó que eso indicaba que el asesino había disparado dos tiros rápidos y era experto. Las probabilidades de que un aficionado hubiera disparado dos veces con tanta rapidez ajustando tanto los impactos eran escasas.

Además, según informó Cisco, las balas no salieron del cadáver y se recuperaron durante la autopsia realizada a última hora del día anterior.

– Eran veinticincos -dijo.

Había manejado incontables contrainterrogatorios de expertos en balística, conocía el terreno y sabía que una bala de calibre 25 procedía de una pequeña arma pero podía causar gran daño, sobre todo si se disparaba en la cavidad craneal. Las balas rebotaban en su interior y era como poner el cerebro de la víctima en una batidora.

– ¿Aún no conocen el arma exacta?

Sabía que estudiando las indentaciones en las balas podía determinarse qué clase de pistola las había disparado, igual que con los crímenes de Malibú, en que los investigadores sabían qué pistola se había usado aunque no la habían encontrado.

– Sí. Una Beretta Bobcat de calibre 25. Bonita y pequeña, casi puedes esconderla en la mano.

Un arma completamente diferente de la usada para matar a Mitzi Elliot y Johan Rilz.

– Entonces, ¿qué nos dice todo esto?

– Es un sicario. Te das cuenta cuando sabes que iba a ser un tiro a la cabeza.

Asentí para mostrar mi acuerdo.

– Así que estaba planeado. El asesino sabía lo que iba a hacer. Espera en el garaje, ve que Jerry sale y va directamente al coche. La ventanilla baja o ya estaba bajada, y el tipo le dispara dos veces en la cabeza, luego coge el maletín que tiene el portátil, el móvil, el portafolios y, creemos, el expediente de Eli Wyms.

– Exactamente.

– Vale, ¿qué pasa con el sospechoso?

– ¿El tipo que interrogaron la primera noche?

– No, era Carlin. Lo soltaron.

Cisco pareció sorprendido.

– ¿Cómo has averiguado que era Carlin?

– Bosch me lo ha dicho esta mañana.

– ¿Estás diciendo que tienen otro sospechoso?

Asentí.

– Bosch me enseñó una foto de un tipo que entraba en el edificio en el momento de los disparos. Llevaba pistola y un disfraz obvio.

Vi que los ojos de Cisco destellaban. Era una cuestión de orgullo profesional que él me proporcionara ese tipo de información. No le gustaba que fuera al revés.

– No tenía nombre, sólo la foto -dije-. Quería saber si había visto al tipo antes o si era uno de los clientes.

Los ojos de Cisco se dieron cuenta de que su fuente interior estaba ocultándole información. Si le hubiera hablado de las llamadas del FBI, probablemente habría cogido la mesa y la habría lanzado por la ventana.