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– Veré qué puedo descubrir -dijo tranquilamente a través de la mandíbula apretada.

Miré a Lorna.

– Bosch dijo que iba a volver a mostrar la foto a Wren.

– Se lo diré.

– Miradla vosotros también. Quiero que todo el mundo esté alerta por este tipo.

– Vale, Mickey.

Asentí. Habíamos terminado. Puse una tarjeta de crédito en la cuenta y saqué el teléfono móvil para llamar a Patrick. Llamar a mi chófer me recordó algo.

– Cisco, hay otra cosa que quiero que hagas hoy.

Cisco me miró, contento de dejar atrás la idea de que yo tenía una fuente de la investigación mejor que la suya.

– Quiero que vayas al liquidador de Vincent y veas si se está quedando alguna de las tablas de surf de Patrick. Si es así, quiero que la recuperes para Patrick.

Cisco asintió.

– Eso puedo hacerlo. No hay problema.

24

Frenado por el lento movimiento de los ascensores en el edificio del tribunal penal, llegaba cuatro minutos tarde cuando entraba en la sala de la juez Holder y me apresuraba hacia el pasillo que conducía al despacho de la juez. No vi a nadie y la puerta estaba cerrada. Llamé con suavidad y oí que la juez me pedía que entrara.

Holder estaba detrás del escritorio y llevaba la toga negra. Este detalle indicaba que probablemente tenía una vista en audiencia pública programada pronto y el hecho de llegar tarde no era nada bueno.

– Señor Haller, nuestra reunión era a las diez en punto. Creo que le dieron adecuada noticia de ello.

– Sí, señoría, lo sé. Lo siento. Los ascensores de este edificio son…

– Todos los abogados usan los mismos ascensores y la mayoría llegan a tiempo a las reuniones conmigo. -Sí, señoría.

– ¿Ha traído su talonario de cheques?

– Creo que sí, sí.

– Bueno, podemos hacerlo de dos maneras -comenzó la juez-. Puedo acusarlo de desacato, multarlo y dejar que se explique ante el Colegio de Abogados de California, o podemos manejarlo informalmente y usted saca el talonario de cheques y hace una donación a la fundación Make-A-Wish. Es una de mis organizaciones benéficas preferidas. Hacen buenas cosas por los niños enfermos.

Era increíble. Me estaba multando por llegar cuatro minutos tarde. La arrogancia de algunos jueces era asombrosa. De algún modo logré tragarme la ira y hablar.

– Me gusta la idea de ayudar a niños enfermos, señoría -dije-. ¿Por cuánto lo hago?

– Por lo que quiera contribuir. E incluso lo enviaré por usted.

Señaló una pila de papeles situada a la izquierda de su escritorio. Vi otros dos cheques, seguramente extendidos por otros dos pobres desgraciados que según la juez habían cometido una falta esa semana. Me incliné y hurgué en el bolsillo delantero de mi mochila hasta que encontré mi talonario. Extendí un cheque por 250 dólares a Make-A-Wish, lo arranqué y se lo pasé a través del escritorio. Vi los ojos de la juez mientras miraba la cantidad que estaba donando. Asintió aprobatoriamente y supe que lo había hecho bien.

– Gracias, señor Haller. Le enviarán un recibo para sus impuestos por correo. Irá a la dirección del cheque.

– Como ha dicho, hacen un buen trabajo.

– Así es.

La juez puso el cheque encima de los otros dos y luego volvió su atención hacia mí.

– Ahora, antes de revisar los casos, deje que le haga una pregunta. ¿Sabe si la policía está avanzando en la investigación de la muerte del señor Vincent?

Dudé un momento, preguntándome qué debería decirle a la presidenta del Tribunal Superior.

– Realmente no estoy al tanto de eso, señoría -respondí-. Pero me mostraron la fotografía de un hombre y supongo que lo buscan como sospechoso.

– ¿En serio? ¿Qué clase de fotografía?

– Como una imagen de una cámara de vigilancia de la calle. Un tipo, y parece que lleva una pistola. Creo que han visto que coincide con el tiempo de los disparos en el garaje.

– ¿Reconoció al hombre?

Negué con la cabeza.

– No, la imagen tenía demasiado grano. Y además parece que podría llevar un disfraz o algo.

– ¿Cuándo fue eso?

– La noche de los disparos.

– No, me refiero a cuándo le mostraron la foto.

– Esta mañana. El detective Bosch vino a la oficina con ella.

La juez asintió con la cabeza. Nos quedamos un momento en silencio hasta que la juez fue al motivo de la reunión.

– Bueno, señor Haller, ¿por qué no hablamos ahora de los clientes y los casos?

– Sí, señoría.

Me agaché, abrí la cremallera de la mochila y saqué la lista que Lorna me había preparado.

La juez Holder me mantuvo en su escritorio durante la siguiente hora mientras revisábamos cada caso y cliente, detallando el estatus y conversaciones que había tenido con cada uno. Cuando finalmente me dejó marchar, era tarde para mi vista de las once en el despacho del juez Stanton.

Salí del tribunal de Holder y no me molesté con los ascensores. Bajé corriendo por la escalera hasta dos plantas más abajo, donde se hallaba el tribunal de Stanton. Llegaba ocho minutos tarde y me pregunté si iba a costarme otra donación a otra entidad benéfica favorita del juez.

La sala estaba vacía, pero la secretaria de Stanton estaba en su lugar. Me señaló con un bolígrafo la puerta abierta al pasillo que conducía al despacho del juez.

– Le están esperando -dijo.

Pasé rápidamente a su lado y enfilé el pasillo. La puerta del despacho estaba abierta y vi al juez sentado detrás de su escritorio. Detrás y a la derecha había una estenógrafa y al otro lado del escritorio del magistrado había tres sillas. Walter Elliot estaba sentado en la silla de la derecha, la del medio estaba vacía y Jeffrey Golantz ocupaba la tercera. Nunca había visto al fiscal antes, pero lo reconocí porque había visto su rostro en la tele y en los periódicos. En los últimos años había manejado con éxito una serie de casos de perfil alto y se estaba labrando un nombre. Era el recién llegado invicto de la oficina del fiscal.

Me encantaba enfrentarme con fiscales invictos. Su confianza, en ocasiones, los traicionaba.

– Disculpe el retraso, señoría -dije al ocupar el asiento vacío-. La juez Holder me llamó a una comparecencia y se prolongó.

Confiaba en que la mención de la presidenta del Tribunal Superior como la razón de mi tardanza impediría que Stanton siguiera asaltando mi talonario, y pareció funcionar.

– Vamos en actas ahora -dijo. La estenógrafa se inclinó hacia delante y puso los dedos sobre las teclas de su máquina-. En el caso California versus Walter Elliot estamos hoy in camera para una conferencia de estatus. Están presentes el acusado, junto con el señor Golantz por la fiscalía y el señor Haller, que sustituye al difunto señor Vincent.

El juez tuvo que hacer una pausa para deletrearle los apellidos a la estenógrafa. Habló con la voz autoritaria que una década en el estrado suele dar a un jurista. El juez era un hombre atractivo con la cabeza llena de pelo gris hirsuto. Estaba en buena forma, y la toga negra hacía poco por ocultar sus hombros y pectorales bien desarrollados.

– Bien -dijo entonces-, tenemos programado el voir diré para esta causa el jueves que viene, dentro de una semana, y me he fijado, señor Haller, en que no he recibido ninguna moción de aplazamiento mientras se pone al día con el caso.

– No queremos un aplazamiento -dijo Elliot.

Yo me estiré, puse una mano en el antebrazo de mi cliente y negué con la cabeza.

– Señor Elliot, en esta sesión quiero que hable su abogado -terció el juez.

– Lo lamento, señoría -dije-. Pero el mensaje es el mismo lo dé yo o venga directamente del señor Elliot: no queremos aplazamiento. He pasado la semana poniéndome al día y estaremos preparados para empezar con la selección del jurado el jueves que viene.

El juez me miró entrecerrando los ojos.