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– ¿Cisco todavía no se ha reunido con Carlin? -le pregunté a Lorna.

– No, es a las dos.

– Dile a Cisco que pregunte también por el caso Wyms.

– Vale, ¿qué?

– Pregúntale por qué lo aceptó Vincent.

– ¿Crees que están relacionados? ¿Elliot y Wyms?

– Lo creo, pero no lo veo.

– Muy bien, se lo preguntaré.

– ¿Algo más?

– Por el momento no. Estás recibiendo muchas llamadas de los medios. ¿Quién es éste Jack McEvoy?

El nombre me sonaba, pero no lo situaba.

– No lo sé. ¿Quién es?

– Trabaja en el Times. Llamó muy enfadado porque no había tenido noticias tuyas y diciendo que tenías una exclusiva con él.

Lo recordé. La calle de doble sentido.

– No te preocupes por él. Yo tampoco he tenido noticias suyas. ¿Qué más?

– Cortes TV quiere sentarse y hablar de Elliot. Van a emitir material en directo durante el juicio, lo van a destacar y esperan tener comentarios diarios tuyos al final de cada jornada judicial.

– ¿Qué opinas, Lorna?

– Creo que es publicidad nacional gratis. Será mejor que lo hagas. Me han dicho que van a darle al juicio su propio logo en la parte inferior de la pantalla. «Asesinato en Malibú», lo llaman.

– Entonces organízalo. ¿Qué más?

– Bueno, ya que estamos en el tema, recibí aviso hace una semana de que tu contrato en las paradas de autobuses acaba a final de mes. Iba a dejarlo estar porque no había dinero, pero ahora que has vuelto y hay dinero, ¿te parece que lo renovemos?

Durante los últimos seis años me había publicitado en paradas de autobús estratégicamente localizadas en ubicaciones de altos índices de crimen y mucho tráfico de la ciudad. Aunque lo había dejado el último año, las paradas aún proporcionaban un flujo constante de llamadas, que Lorna rechazó o derivó.

– Era un contrato de dos años, ¿no?

– Sí.

Tomé una decisión rápida.

– Vale, renuévalo. ¿Algo más?

– Nada más aquí. Ah, espera, otra cosa: la casera del edificio ha venido hoy. Se llamó a sí misma agente de arrendamiento, que es sólo una forma curiosa de decir casera. Quiere saber si nos vamos a quedar con la oficina. La muerte de Jerry es causa de revisión del contrato. Tengo la sensación de que hay lista de espera en el edificio y ésta es una oportunidad de subir el alquiler al próximo abogado que venga.

Miré por la ventanilla del Lincoln mientras circulábamos por el paso elevado sobre la 101 y volvíamos a entrar en la zona del centro cívico. Vi la nueva catedral católica recién construida y, más allá, la piel acerada del Disney Concert Hall. Captaba la luz solar y adoptaba un brillo anaranjado.

– No lo sé, Lorna, me gusta trabajar desde el asiento trasero. Nunca me aburro. ¿Qué opinas?

– No me gusta particularmente tener que maquillarme cada mañana.

Lo cual quería decir que le gustaba trabajar desde su casa más que prepararse y conducir hasta una oficina del centro de la ciudad cada día. Como de costumbre, estábamos en la misma onda.

– Hay que pensarlo -concluí-. Ni maquillaje, ni gastos indirectos de oficina, ni pelear por un lugar de aparcamiento.

Ella no respondió. Iba a ser decisión mía. Miré adelante y vi que estábamos a una manzana de mi punto de parada, delante del edificio del tribunal penal.

– Hablemos después -dije-. He de bajar.

– Vale, Mickey. Ten cuidado.

– Tú también.

26

Eli Wyms todavía estaba drogado de los tres meses pasados en Camarillo. Lo habían enviado de vuelta al condado con una prescripción de terapia farmacológica que no iba a ayudarme a defenderlo, y menos aún iba a ayudarle a responder preguntas sobre posibles conexiones con los asesinatos de la playa. Necesité menos de dos minutos en el calabozo del tribunal para captar la situación y decidir presentar un pedimento al juez Friedman exigiendo que le retiraran los psicofármacos. Volví al tribunal y encontré a Joanne Giorgetti en su lugar en la mesa de la acusación. La vista tenía que comenzar al cabo de cinco minutos.

Ella estaba escribiendo algo en la cara interna de un expediente cuando yo me acerqué a la mesa. Sin levantar la mirada supo que era yo.

– ¿Quieres un aplazamiento?

– Y un cese de los fármacos. Ese tipo es un zombi.

Ella dejó de escribir y me miró.

– Considerando que estaba disparando a mis agentes, no estoy segura de protestar porque se halle en ese estado.

– Pero, Joanne, he de poder hacerle las preguntas básicas para defenderlo.

– ¿En serio?

Lo dijo con una sonrisa, pero estaba claro. Me encogí de hombros y me agaché para que nuestros ojos quedaran a la misma altura.

– Tienes razón, no creo que estemos hablando de un juicio aquí-dije-. Estaré encantado de escuchar ofertas.

– Tu cliente disparó a un coche del sheriff ocupado. La fiscalía está interesada en mandar un mensaje. No nos gusta que la gente haga eso.

Cruzó los brazos para señalar la reticencia de la fiscalía a llegar a un acuerdo sobre el caso. Era una mujer atractiva y de complexión atlética. Tamborileó con los dedos en uno de sus bíceps y no pude evitar fijarme en su manicura de uñas rojas. Por lo que recordaba de tratar con Joanne Giorgetti, sus uñas siempre estaban pintadas de rojo sangre. Hacía algo más que representar al estado: representaba a los policías que habían sido agredidos, emboscados o escupidos. Y quería la sangre de todo bellaco que tuviera la mala suerte de enfrentarse a ella en un juicio.

– Argumentaré que mi cliente, preso del pánico por los coyotes, estaba disparando a la luz del coche, no al coche. Tus probos documentos acreditan que era un francotirador experto en el Ejército de Estados Unidos. Si quería disparar al agente del sheriff podría haberlo hecho, pero no lo hizo.

– Le dieron la baja en el Ejército hace quince años, Mickey.

– Sí, pero hay cosas que nunca se olvidan, como ir en bicicleta.

– Bueno, ése es un argumento que seguramente podrás presentar al jurado.

Mis rodillas estaban a punto de ceder. Fui a buscar una de las sillas de la mesa de la defensa, la acerqué y me senté.

– Claro, puedo presentar ese argumento, pero probablemente es mejor para el estado cerrar este caso, sacar al señor Wyms de la calle y ponerlo en algún tipo de terapia que impida que esto vuelva a suceder. Así pues, ¿qué me dices? ¿Podemos ir a algún rincón y solucionar esto o hemos de hacerlo dejante de un jurado?

Ella pensó un momento antes de responder. Era el clásico dilema del fiscaclass="underline" un caso que podía ganar fácilmente y en el que tenía que decidir si mejorar sus estadísticas o hacer lo correcto.

– Siempre que pueda elegir yo el rincón. -Me parece bien.

– Vale, no me opondré a un aplazamiento si presentas la moción.

– Perfecto, Joanne. ¿Qué me dices de la terapia farmacológica?

– No quiero que este tipo vuelva a actuar ni siquiera en la prisión central.

– Oye, espera hasta que lo saquen. Verás que es un zombi. No querrás que empeore y luego cuestione el acuerdo porque el estado lo dejó incompetente para tomar una decisión. Que se despeje la cabeza, hagamos el trato y luego que lo hinchen con lo que quieras.

Giorgetti pensó, captó la lógica y finalmente asintió con la cabeza.

– Pero si actúa en prisión una vez, te voy a culpar y pagarás por él.

Me reí. La idea de culparme era absurda.

– Lo que tú digas.

Me levanté y empecé a acercar otra vez la silla a la mesa de la defensa. Pero entonces me volví hacia la fiscal.

– Joanne, deja que te pregunte otra cosa. ¿Por qué se quedó este caso Jerry Vincent?

Ella se encogió de hombros y negó con la cabeza.

– No lo sé.