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– ¿Qué quieres de mí, Mick? No has venido aquí a llevarte a Scales, ¿me equivoco?

– No, puedes quedarte a Scales, Ángel. Quería preguntarte por otro cliente que tuviste un tiempo este mismo año, Eli Wyms.

Iba a darle los detalles del caso para refrescarle la memoria, pero Romero inmediatamente reconoció el caso y asintió.

– Sí, Vincent se me lo llevó. ¿Lo tienes tú ahora que ha muerto?

– Sí, tengo todos los casos de Vincent. Acabo de enterarme del de Wyms hoy.

– Bueno, buena suerte con ellos, hermano. ¿Qué necesitas saber de Wyms? Vincent me lo quitó hace al menos tres meses.

Asentí.

– Sí, lo sé. Tengo una idea del caso. Pero tengo curiosidad en saber por qué se lo llevó Vincent. Según Joanne Giorgetti, fue tras él. ¿Es cierto?

Romero hurgó un momento en su memoria antes de responder. Levantó una mano y se frotó la barbilla al hacerlo. Vi tenues cicatrices en los nudillos en el lugar donde había eliminado tatuajes.

– Sí, fue a la prisión y convenció a Wyms. Consiguió una carta de descarga firmada y la trajo. Después de eso, el caso fue suyo. Le di mi expediente y se acabó.

Me acerqué más a él.

– ¿Dijo por qué quería el caso? A ver, no conocía a Wyms, ¿no?

– No lo creo. Sólo quería el caso. Me hizo el guiño, ¿sabes?

– No, ¿qué quieres decir? ¿Qué guiño?

– Le pregunté por qué se llevaba a un tipo del Southside que terminó en Blancolandia y se lio a tiros. Pro bono, nada menos. Pensaba que tenía algún tipo de enfoque racial o algo, algo que pudiera darle un poco de publicidad. Pero sólo me hizo un guiño, como que había algo más.

– ¿Le preguntaste qué?

Romero dio involuntariamente un paso atrás cuando yo invadí su espacio personal.

– Sí, tío, se lo pregunté. Pero no me lo dijo. Sólo dijo que Wyms había disparado la bala mágica. Yo no sabía qué diablos quería decir y no tenía más tiempo para jugar con él. Le di el expediente y pasé al siguiente.

Ahí estaba otra vez. La bala mágica. Me estaba acercando a algo y podía sentir que la sangre empezaba a circular a más velocidad en mis venas.

– ¿Es todo, Mick? He de volver a entrar.

Mis ojos se concentraron en Romero y me di cuenta de que me estaba mirando de un modo extraño.

– Sí, Ángel, gracias. Es todo. Vuelve allí y dales caña.

– Sí, tío, es lo que haré.

Romero volvió hacia la puerta del Departamento 124 y se dirigió rápidamente hacia los ascensores. Yo supe lo que tenía que hacer durante el resto del día y la noche: buscar una bala mágica.

28

Entré en la oficina y pasé justo al lado de Lorna y Cisco, que estaban frente al ordenador del escritorio. Hablé sin detenerme de camino a mi sanctasanctórum.

– Si tenéis alguna actualización para mí o algo más que debería saber, entrad ahora. Empiezo el cónclave.

– Sí, eso, buenas tardes -dijo Lorna a mi espalda.

Pero Lorna sabía lo que iba a ocurrir. El cónclave empezaba cuando cerraba todas las puertas y ventanas, corría las cortinas, apagaba los teléfonos y me ponía a trabajar en un expediente y un caso con total concentración y absorción. El cónclave era para mí el cartel definitivo de No molesten colgado en la puerta. Lorna sabía que una vez que entrara en modo cónclave, no habría forma de salir hasta que encontrara lo que estaba buscando.

Rodeé el escritorio de Jerry Vincent y me dejé caer en la silla. Abrí mi mochila en el suelo y empecé a sacar los expedientes. Veía lo que tenía que hacer como un yo contra ellos. En algún lugar de los expedientes encontraría la clave del último secreto de Jerry Vincent. Encontraría la bala mágica.

Lorna y Cisco entraron en la oficina poco después de que me instalara.

– No veo a Wren por aquí -dije antes de que ninguno de los dos pudiera hablar.

– Y no volverás a verla -soltó Lorna-. Se ha marchado.

– Ha sido un poco abrupto.

– Se fue a comer y no volvió.

– ¿Llamó?

– Sí, al final llamó. Dijo que tenía una oferta mejor. Ahora va a trabajar de secretaria de Bruce Carlin.

Asentí. Eso parecía tener cierto sentido.

– Bueno, antes de que entres en cónclave, hemos de revisar varias cosas -dijo Lorna.

– Eso es lo que he dicho al entrar. ¿Qué tenéis?

Lorna se sentó en una de las sillas situadas enfrente del escritorio. Cisco se quedó de pie, más bien paseando, detrás de ella.

– Muy bien -empezó Lorna-. Un par de cosas mientras estabas en el tribunal. Primero, debes de haber pinchado un nervio con el pedimento que presentaste sobre las pruebas en el caso Patrick.

– ¿Qué ha pasado? -pregunté.

– El fiscal ha llamado tres veces hoy, quiere hablar de una resolución.

Sonreí. El pedimento para examinar las pruebas había sido un tiro desde larga distancia, pero al parecer había dado en el blanco y podría ayudar a Patrick.

– ¿Qué pasa con eso? -preguntó Lorna-. No me dijiste que habías presentado mociones.

– Ayer desde el coche. Y lo que pasa es que creo que el doctor Vogler le regaló diamantes falsos a su mujer por su cumpleaños. Ahora, para asegurarse de que no se entere, va a presentar una propuesta de acuerdo para Patrick si retiro mi solicitud de examinar las pruebas.

– Bien. Creo que me cae bien Patrick.

– Espero que tenga la oportunidad. ¿Qué más?

Lorna miró sus notas y su bloc. Sabía que no le gustaba que le metiera prisa, pero lo estaba haciendo.

– Sigues recibiendo un montón de llamadas de los medios preguntando sobre Jerry Vincent, Walter Elliot o los dos. ¿Quieres que las repasemos?

– No. No tengo tiempo para llamadas de los medios.

– Bueno, eso es lo que les estoy diciendo, pero no se quedan contentos. Sobre todo ese tipo del Times. Está siendo un incordio.

– ¿Y qué pasa si no están contentos? Me da igual.

– Pues será mejor que tengas cuidado, Mickey. El infierno no conoce una furia como la prensa cabreada.

Tenía razón. Los medios pueden amarte un día y enterrarte al día siguiente. Mi padre había pasado veinte años mimado por la prensa, pero al final de su vida profesional se había convertido en un paria, porque los periodistas se hartaron de que sacara en libertad a hombres culpables. Se convirtió en la personificación de un sistema judicial que aplicaba reglas diferentes a los acusados con dinero y abogados expertos.

– Trataré de ser más complaciente -dije-. Pero ahora no.

– Bien.

– ¿Algo más?

– Creo que es todo. Te he hablado de Wren, así que es todo lo que tengo. ¿Llamarás al fiscal del caso Patrick?

– Sí, lo llamaré.

Miré a Lorna por encima del hombro de Cisco, que aún estaba de pie.

– Vale, Cisco, tu turno. ¿Qué tienes?

– Todavía estoy trabajando en Elliot. Sobre todo en relación con Rilz y algunas comprobaciones con nuestros testigos.

– Tengo una pregunta sobre testigos -interrumpió Lorna-. ¿Dónde quieres alojar a la doctora Arslanian?

Shamiram Arslanian era la autoridad en residuos de disparo que Vincent había programado traer desde Nueva York como testigo experto para noquear al testigo experto de la fiscalía en el juicio. Era la mejor en su campo y, con el capital de Walter Elliot, Vincent iba a recurrir a lo mejor que el dinero podía comprar. Yo la quería cerca del centro y el edificio del tribunal penal, pero la elección de hoteles era limitada.

– Prueba primero en el Checkers y consíguele una suite. Si está completo, entonces prueba el Standard y después el Kyoto Grand. Pero consíguele una suite para que tengamos espacio para trabajar.