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Lo bueno era que no tenía que preocuparme por los pecados de mi predecesor. Wyms había salido de Camarillo y, además, no eran mis pecados. Simplemente podía aprovecharme de la revelación de Vincent e ir a juicio.

Cisco no tardó en llamar.

– He hablado con mi hombre en Lynwood. Cuatro-alfa es el coche principal de Malibú. El cuatro es por la comisaría de Malibú y el alfa es por alfa. Como el perro alfa, el líder del grupo. Las llamadas calientes (las llamadas prioritarias) normalmente van al coche alfa. Cuatro-alfa-uno sería el conductor, y si iba con un compañero, el compañero sería cuatro-alfa-dos.

– ¿O sea que el coche alfa cubre todo el cuarto distrito?

– Eso es lo que me ha dicho. El cuatro-alfa tiene libertad para moverse por el distrito y sacar la crema del pastel.

– ¿Qué quieres decir?

– Las mejores llamadas. Los casos gordos.

– Entendido.

Mi teoría se confirmó. Un doble homicidio y disparos cerca de un barrio residencial ciertamente merecerían las llamadas de coches alfa. Una designación, pero diferentes agentes respondiendo. Diferentes agentes respondiendo, pero un solo coche. Las fichas de dominó se situaron y cayeron.

– ¿Te ayuda, Mick?

– Sí, Cisco. Pero también significa más trabajo para ti.

– ¿En el caso Elliot?

– No, no es Elliot. Quiero que trabajes el caso Eli Wyms. Descubre todo lo que puedas de la noche de su detención. Consígueme los detalles.

– Para eso estoy.

31

El hallazgo de la noche sacó el caso de la esfera del papel y lo puso en la de mi imaginación. Estaba empezando a tener imágenes de la sala del tribunal en mi cabeza. Escenas de interrogatorios directos y contrainterrogatorios. Estaba preparando los trajes que llevaría a la sala y las posturas que adoptaría ante el jurado. El caso estaba cobrando vida en mi interior, y eso siempre era algo positivo. Era una cuestión de impulso: si lo cronometras bien, vas a juicio con la certeza absoluta de que no lo perderás. No sabía lo que le había ocurrido a Jerry Vincent, cómo sus acciones podrían haberlo conducido a su perdición o si su muerte estaba relacionada en modo alguno con el caso Elliot, pero sentía que tenía el control de las cosas. Tenía velocidad y me estaba preparando para la batalla.

Mi plan era ir a Dan Tana's, sentarme en un reservado en un rincón y esbozar algunos de los interrogatorios de los testigos clave, anotando las cuestiones fundamentales y las respuestas probables a cada una de ellas. Me estaba entusiasmando por llegar a esta parte, y Lorna no tenía por qué haberse preocupado por mí. No estaría solo. Llevaría mi caso conmigo. No el caso de Jerry Vincent. El mío.

Después de volver a guardar rápidamente las carpetas y añadir lápices nuevos y blocs, apagué las luces y cerré la puerta de la oficina. Enfilé el pasillo y luego crucé el puente hasta el garaje. Justo cuando estaba entrando en el garaje, vi a un hombre acercándose por la rampa desde la primera planta. Estaba a cincuenta metros y al cabo de un momento y unos pocos pasos lo reconocí como el hombre de la fotografía que me había enseñado Bosch esa mañana.

Se me heló la sangre en las venas. El instinto de lucha o huye me acuchilló el cerebro. El resto del mundo no importaba. Sólo existía ese momento y tenía que tomar una decisión. Mi cerebro valoró la situación más deprisa que cualquier ordenador IBM fabricado jamás. Y el resultado del cálculo era que el hombre que se acercaba era el asesino y que llevaba una pistola.

Viré en redondo y eché a correr.

– Eh -gritó una voz tras de mí.

Seguí corriendo. Volví por el puente hacia las puertas de cristal que conducían al edificio. Una clara y sencilla idea se encendía en cada sinapsis de mi cerebro. Tenía que entrar y coger la pistola de Cisco. Era matar o morir.

Pero era de noche y las puertas se habían cerrado detrás de mí al salir del edificio. Metí la mano en el bolsillo en busca de la llave, y cuando la saqué cayeron recibos, monedas y la cartera.

Al meter la llave en la cerradura, oí pasos acercándose detrás de mí. «¡La pistola! Coge la pistola.»

Finalmente, abrí la puerta y eché a correr por el pasillo hacia la oficina. Miré por encima del hombro y vi al hombre sujetando la puerta justo antes de que se cerrara. Aún me estaba siguiendo.

Llegué a la puerta de la oficina y metí la llave en la cerradura. Sentía que el asesino se acercaba. Conseguí abrir al fin. Entré, cerré de un portazo y eché el cerrojo. Encendí la luz, luego crucé la zona de recepción y me metí en la oficina de Vincent.

La pistola que me había dejado Cisco estaba en el cajón. La cogí, la saqué de su cartuchera y volví a la zona de recepción. Vi la silueta del asesino al otro lado del cristal esmerilado. Estaba tratando de abrir la puerta. Levanté la pistola y apunté a la silueta desdibujada.

Vacilé un momento antes de levantar un poco más la pistola y disparar dos veces al techo. El sonido fue ensordecedor en la sala cerrada.

– ¡Muy bien! -grité-. ¡Entra!

La imagen al otro lado de la puerta de cristal desapareció. Oí pisadas que se alejaban por el pasillo y luego la puerta que daba al puente abriéndose y cerrándose. Me quedé inmóvil y agucé el oído. No oí nada más.

Sin apartar los ojos de la puerta, me acerqué al escritorio de recepción y levanté el teléfono. Llamé al 911 y respondieron de inmediato, pero luego una grabación me dijo que mi llamada era importante y que tenía que esperar al siguiente operador de emergencias disponible.

Me di cuenta de que estaba temblando, no de miedo, sino por el exceso de adrenalina. Puse la pistola sobre el escritorio, me palpé el bolsillo y descubrí que no había perdido mi teléfono móvil. Con el teléfono de la oficina en una mano, usé la otra para abrir el móvil y llamar a Harry Bosch. Respondió al primer tono.

– ¡Bosch! ¡El tipo que me mostró acaba de estar aquí!

– ¿Haller? ¿De qué está hablando? ¿Quién?

– ¡El tipo de la foto que me ha enseñado hoy! ¡El de la pistola!

– Muy bien, cálmese. ¿Dónde está? ¿Dónde está usted?

Me di cuenta de que el estrés del momento había tensado mi voz. Avergonzado, respiré hondo y traté de calmarme antes de responder.

– Estoy en la oficina. En la oficina de Vincent. Estaba saliendo y lo vi en el garaje. Volví a entrar corriendo y él corrió tras de mí. Trató de entrar en la oficina. Creo que se ha ido, pero no estoy seguro. Disparé un par de veces y…

– ¿Tiene una pistola?

– Desde luego que sí.

– Le sugiero que la guarde antes de que alguien resulte herido.

– Si ese tipo sigue allí, será él el que resulte herido. ¿Quién demonios es?

Hubo una pausa antes de que respondiera.

– Todavía no lo sé. Mire, aún estoy en el centro y me estaba yendo a casa. Estoy en el coche. Quédese sentado y llegaré allí en cinco minutos. Quédese en la oficina y cierre la puerta.

– No se preocupe, no voy a moverme.

– Y no me dispare cuando llegue.

– No lo haré.

Me estiré y colgué el teléfono de la oficina. No necesitaba al 911 si venía Bosch. Volví a coger la pistola.

– ¿Eh, Haller?

– ¿Qué?

– ¿Qué quería?

– ¿Qué?

– El tipo. ¿Para qué ha ido allí?

– Esa es una buena pregunta, pero no conozco la respuesta.

– Mire, deje de joderme y dígamelo.

– ¡Se lo estoy diciendo! No sé lo que busca. ¡Ahora cállese y venga aquí!

Involuntariamente cerré los puños al tiempo que gritaba y disparaba accidentalmente al suelo. Salté como si alguien me hubiera disparado a mí.

– ¡Haller! -gritó Bosch-. ¿Qué demonios ha sido eso?

Respiré hondo y me tomé mi tiempo para recomponerme antes de responder.

– ¿Haller? ¿Qué está pasando?