– Quiero saber del soborno. ¿Adonde fue el dinero?
Bosch negó con la cabeza y se rio de un modo falso.
– Le doy una oportunidad y me digo a mí mismo que responderé su pregunta, sea cual sea, y va y me hace una pregunta de la cual desconozco la respuesta. ¿Cree que si supiera adonde fue el dinero y quién cobró el soborno estaría ahora mismo aquí con usted? No, Haller, estaría presentando cargos contra un asesino.
– Entonces, está seguro de que una cosa tiene que ver con la otra. Que el soborno, si es que era un soborno, está relacionado con el asesinato.
– Trabajo con porcentajes.
– Pero el soborno, si lo hubo, fue hace cinco meses. ¿Por qué han matado ahora a Jerry? ¿Por qué lo ha estado llamando el FBI?
– Buenas preguntas. Avíseme si da con las respuestas. Entre tanto, ¿hay algo más que pueda hacer por usted, abogado? Me iba a casa cuando me ha llamado.
– Sí, hay algo.
Me miró y esperó.
– Yo también me iba.
– ¿Qué quiere, que le dé la mano de camino al garaje? Bien, vamos.
Cerré otra vez la oficina y recorrimos el pasillo hasta el puente que conducía al garaje. Bosch había dejado de hablar y el silencio crispaba los nervios. Finalmente lo rompí.
– Iba a ir a comer un filete. ¿Quiere venir? Quizá resolvamos los problemas del mundo mientras comemos carne roja.
– ¿Adonde, a Musso's?
– Estaba pensando en Dan Tana's.
Bosch asintió.
– Si puede conseguir mesa.
– No se preocupe, conozco a un tipo.
33
Bosch me siguió, pero cuando me detuve delante del restaurante, en Santa Monica Boulevard, para dejarle el vehículo al aparcacoches, él siguió adelante. Vi que pasaba de largo y giraba a la derecha en Doheny.
Yo entré solo y Craig me sentó en uno de los preciados reservados de la esquina. Era una noche de mucho movimiento, pero la faena estaba decayendo. Vi al actor James Woods acabando la cena en un reservado con un productor de cine llamado Mace Neufeld. Eran asiduos y Mace me saludó con la cabeza. En cierta ocasión había tratado de colocar los derechos de uno de mis casos para una película, pero no había funcionado. Vi en otro reservado a Corbin Bernsen, el actor que había hecho la mejor aproximación de un abogado que había visto en televisión. Y por último, en otro reservado, el propio Dan Tana estaba disfrutando de una cena tardía con su mujer. Bajé la mirada al mantel a cuadros. Basta de quién es quién. Tenía que prepararme para Bosch. Durante el trayecto, había pensado largo y tendido en lo que acababa de pasar en la oficina y ahora sólo quería saber cuál sería la mejor manera de confrontar a Bosch con ello. Era como prepararse para el contrainterrogatorio de un testigo hostil.
Diez minutos después de sentarme, Bosch finalmente apareció en el umbral y Craig lo hizo pasar.
– ¿Se ha perdido? -pregunté cuando se metía en el reservado.
– No encontraba sitio para aparcar.
– Supongo que no le pagan bastante para un aparcacoches.
– No, los aparcacoches son fantásticos. Pero no puedo dar mi coche municipal a un aparcacoches. Va contra las reglas.
Asentí con la cabeza, suponiendo que probablemente era porque llevaba un arma en el maletero.
Decidí esperar hasta después de pedir para hacer mi jugada con Bosch. Le pregunté si quería mirar al menú y dijo que no le hacía falta. Cuando llegó el camarero, los dos pedimos Steak Helen con espaguetis en salsa de tomate de acompañamiento. Bosch pidió una cerveza y yo una botella de agua sin gas.
– Bueno -comencé-, ¿dónde ha estado su compañero últimamente?
– Está trabajando en otros aspectos de la investigación.
– Vaya, me alegra oír que tiene otros aspectos.
Bosch me estudió unos segundos antes de responder.
– ¿Se supone que es una pulla?
– Sólo una observación. Desde mi punto de vista no parece que esté pasando gran cosa.
– Quizás es porque su fuente se secó y se delató.
– ¿Mi fuente? Yo no tengo ninguna fuente.
– Ya no. Averigüé quién estaba informando a su hombre y eso terminó hoy. Sólo espero que no le estuviera pagando por la información, porque Asuntos Internos se lo va a cargar por eso.
– Sé que no me va a creer, pero no tengo ni idea de quién o de qué está hablando. Obtengo información de mi investigador. No le pregunto de dónde la saca.
Bosch asintió.
– Es la mejor manera de hacerlo, ¿no? Se aísla y así no le estalla nada en la cara. Entre tanto, si un capitán de policía pierde su puesto y su pensión, son gajes del oficio.
No había imaginado que la fuente de Cisco estuviera en un puesto tan elevado.
El camarero nos trajo la bebida y una cesta de pan. Yo bebí parte del agua mientras contemplaba qué decir a continuación. Dejé el vaso y miré a Bosch. Alcé las cejas como si él estuviera esperando algo.
– ¿ Cómo sabía cuándo iba a salir de la oficina esta noche?
Bosch pareció desconcertado.
– ¿Qué quiere decir?
– Supongo que fue por las luces. Estaba en Broadway y, cuando yo apagué las luces, mandó a su hombre al garaje.
– No sé de qué está hablando.
– Claro que sí. La foto del tipo con la pistola saliendo del edificio era falsa. Usted la preparó y la usó para delatar al que filtraba información, y luego trató de engatusarme con ella.
Bosch negó con la cabeza y miró fuera del reservado, como si estuviera buscando alguien que le ayudara a interpretar lo que yo estaba diciendo. Era un mal actor.
– Preparó la foto falsa y luego me la mostró porque sabía que volvería a la fuente de información a través de mi investigador. Sabría que quien le preguntara por la foto era el culpable.
– No puedo discutir con usted ningún aspecto de la investigación.
– Y luego la usó para jugar conmigo. Para ver si estaba escondiendo algo y sacármelo asustándome.
– Le he dicho que no puedo…
– Tranquilo, no tiene que hacerlo, Bosch. Sé que es lo que hizo. ¿Sabe cuáles fueron sus errores? Para empezar, no volver como dijo que haría a enseñar la foto a la secretaria de Vincent. Si el tipo de la foto era auténtico, se lo habría mostrado a ella, porque ella conoce a los clientes mejor que yo. Su segundo error fue la pistola metida en el pantalón de su sicario. A Vincent lo mataron con una veinticinco, demasiado pequeña para llevar en la cintura. Se me pasó eso cuando me enseñó la foto, pero ahora no.
Bosch miró hacia la barra situada en medio del restaurante. La televisión instalada en alto mostraba noticias deportivas. Me incliné sobre la mesa para acercarme a él.
– Entonces, ¿quién es el tipo de la foto? ¿Su compañero con un bigote adhesivo? ¿Algún payaso de antivicio? ¿No tiene nada mejor que hacer que jugar conmigo?
Bosch se recostó y continuó mirando por el restaurante, moviendo los ojos a cualquier parte menos a mí. Estaba contemplando algo y le di todo el tiempo que necesitaba. Finalmente, me miró.
– Vale, me ha pillado. Era una trampa. Supongo que eso lo convierte en un abogado listo, Haller, igual que el viejo. Me pregunto por qué pierde el tiempo defendiendo escoria. ¿No debería estar demandando médicos o defendiendo grandes compañías tabaqueras o alguna causa noble por el estilo?
Sonreí.
– ¿Es así como le gusta jugar? ¿Le acuso de ser turbio y responde acusándome a mí de ser turbio?
Bosch rio, con la cara colorada al apartar su mirada. Era un gesto que se me antojó familiar, y su mención de mi padre me lo trajo a la mente. Tuve un vago recuerdo de mi padre riendo incómodamente y apartando la mirada al inclinarse sobre la mesa de la cena. Mi madre lo había acusado de algo y yo era demasiado pequeño para entenderlo.
Bosch apoyó los antebrazos en la mesa y se inclinó hacia mí.
– ¿Ha oído hablar de las primeras cuarenta y ocho, verdad?
– ¿De qué está hablando?