– ¿Y cuál fue el significado para usted?
– Bueno, mostraba engaño. Había dicho que no había estado en ninguna parte de la casa salvo el dormitorio de arriba, pero estaba muy claro que había mirado en el garaje y había visto el Porsche de la segunda víctima.
Golantz asintió enfáticamente desde el estrado, recalcando el punto de que Elliot engañaba. Sabía que podría manejar esa cuestión en el contrainterrogatorio, pero no tendría ocasión de hacerlo hasta el día siguiente, después de que la idea hubiera empapado los cerebros del jurado durante casi veinticuatro horas.
– ¿Qué ocurrió después de eso? -preguntó Golantz.
– Bueno, todavía había mucho que hacer dentro de la casa, así que pedí a un par de miembros de mi equipo que llevaran al señor Elliot a la comisaría de Malibú para que pudiera esperar allí y estar cómodo.
– ¿Estaba detenido en ese momento?
– No, una vez más le expliqué que necesitábamos hablar con él y que, si todavía estaba dispuesto a cooperar, íbamos a llevarlo a una sala de entrevistas en la comisaría. Le dije que llegaría allí lo antes posible. Una vez más estuvo de acuerdo.
– ¿Quién lo transportó?
– Los investigadores Joshua y Toles lo metieron en el coche.
– ¿Por qué no continuaron y lo interrogaron al llegar a la comisaría de Malibú?
– Porque quería saber más de él y la escena del crimen antes de que habláramos con él. En ocasiones sólo tienes una oportunidad, incluso con un testigo cooperador.
– Ha usado la palabra «testigo». ¿El señor Elliot no era un sospechoso en ese momento?
Era un juego del gato y el ratón con la verdad. No importaba cómo respondiera Kinder, todo el mundo en la sala sabía que había puesto el punto de mira en Elliot.
– Bueno, hasta cierto punto nadie y todos son sospechosos -respondió Kinder-. En una situación como ésa, se sospecha de todos. Pero en ese punto, no sabía mucho de las víctimas, no sabía mucho del señor Elliot y no sabía exactamente lo que tenía, así que en ese momento lo estaba viendo más como un testigo muy importante. Había encontrado los cadáveres y conocía a las víctimas. Podía ayudarnos.
– Muy bien, entonces lo dejó en la comisaría de Malibú mientras se ponía a trabajar en la escena del crimen. ¿Qué estuvo haciendo?
– Mi trabajo consistió en supervisar la documentación de la escena del crimen y la recopilación de cualquier prueba en la casa. También estábamos trabajando en los teléfonos y ordenadores, confirmando las identidades y buscando el historial de las partes implicadas.
– ¿Qué averiguó?
– Averiguamos que ninguno de los Elliot tenía antecedentes ni ningún arma registrada legalmente. Averiguamos que la otra víctima, Johan Rilz, era de nacionalidad alemana y al parecer no tenía antecedentes ni poseía armas. Averiguamos que el señor Elliot era director de un estudio y tenía mucho éxito en la industria del cine, cosas así.
– ¿En algún momento algún miembro de su equipo redactó órdenes de registro en el caso?
– Sí, lo hicimos. Procedimos con suma precaución. Redactamos y un juez firmó una serie de órdenes de registro para que contáramos con la autoridad para continuar la investigación y seguirla allí donde nos llevara.
– ¿Es inusual dar tales pasos?
– Quizá. Los tribunales han concedido a las fuerzas del orden mucha libertad de acción para recoger pruebas, pero determinamos que por las partes implicadas en este caso daríamos un paso extra. Solicitamos las órdenes de registro aunque podríamos no necesitarlas.
– ¿Para qué eran concretamente las órdenes de registro?
– Teníamos órdenes para la casa de Elliot y para los tres coches: el del señor Elliot, el de su esposa y el Porsche del garaje. También teníamos órdenes que nos daban permiso para llevar a cabo tests al señor Elliot y su ropa para determinar si había disparado algún arma en las últimas horas.
El fiscal continuó guiando a Kinder a través de la investigación hasta que terminó con la escena del crimen e interrogó a Elliot en la comisaría de Malibú. Esto preparó la presentación de una cinta de vídeo de la primera entrevista con Elliot. Era una cinta que había visto varias veces durante la preparación del juicio. Sabía que no era destacable en términos de contenido de lo que Elliot le dijo a Kinder y a su compañero, Roland Ericsson. Lo que era más importante para la fiscalía en la cinta era la actitud de Elliot: no parecía alguien que acababa de descubrir el cuerpo desnudo de su mujer muerta con un agujero de bala en el centro de la cara y otros dos en el pecho. Parecía tan calmado como un atardecer de verano, y eso hacía que pareciera un asesino a sangre fría.
Se colocó una pantalla de vídeo delante de la tribuna del jurado y Golantz reprodujo la cinta, deteniéndola con frecuencia para formular a Kinder alguna pregunta y luego empezando de nuevo. La entrevista grabada duraba diez minutos y no era inquisitiva; era un simple ejercicio en el cual los investigadores cerraban la versión de Elliot. No había preguntas duras. A Elliot le preguntaban ampliamente sobre lo que hizo y cuándo. Terminaba con Kinder presentando una orden judicial a Elliot y explicando que ésta autorizaba al departamento del sheriff a testar sus manos, brazos y ropa en busca de residuos de disparo.
Elliot sonrió ligeramente al responder.
«Adelante, caballeros -dijo-. Hagan lo que tengan que hacer.»
Golantz miró el reloj situado en la pared de atrás de la sala y a continuación usó el mando a distancia para congelar la imagen de la media sonrisa de Elliot en la pantalla de vídeo. Ésa era la imagen que quería que los jurados se llevaran consigo. Quería que pensaran en la sonrisa de «píllame si puedes» mientras se dirigían a sus casas en medio del tráfico de las cinñî en punto.
– Señoría -dijo-. Creo que ahora sería un buen momento para levantar la sesión. Voy a seguir una nueva dirección con el agente Kinder a partir de aquí y quizá deberíamos empezar mañana por la mañana.
El juez accedió, levantando la sesión hasta el día siguiente y advirtiendo una vez más a los jurados que evitaran los informes de los medios sobre el juicio.
Me puse de pie junto a la mesa de la defensa y observé a los jurados dirigiéndose a la sala de deliberación. Estaba convencido de que la fiscalía había ganado el primer día, pero eso era de esperar. Todavía teníamos armas. Miré a mi cliente.
– Walter, ¿qué tiene en marcha esta noche? -pregunté.
– Una pequeña cena-fiesta con amigos. Han invitado a Dominick Dunne. Luego voy a ver el primer corte de una película que mi estudio está produciendo con Johnny Depp haciendo de detective.
– Bueno, llame a sus amigos y a Johnny y cancélelo. Va a cenar conmigo. Tenemos trabajo.
– No lo entiendo.
– Sí, sí que lo entiende. Se ha estado escabullendo desde que empezó el juicio. Eso estaba bien, porque no quería saber lo que no necesitaba saber. Ahora es diferente. Estamos en pleno juicio, hemos pasado la fase revelación de pruebas, y he de saberlo todo, Walter. Así que esta noche vamos a hablar, o mañana por la mañana tendrá que buscarse otro abogado.
Vi que su cara enrojecía con furia contenida. En ese momento supe que podía ser un asesino, o al menos alguien que podía ordenar un crimen.
– No se atreverá -dijo.
– Póngame a prueba.
Nos miramos un momento y vi que su rostro se relajaba.
– Haga sus llamadas -dije finalmente-. Iremos en mi coche.
41
Puesto que yo había insistido en la reunión, Elliot insistió en el lugar. Con una llamada de treinta segundos nos consiguió un reservado en el Water Grill, al lado del hotel Biltmore, y tenía un martini esperándolo en la mesa cuando llegamos allí. Al sentarnos, pedí una botella de agua sin gas y unos limones en rodajas.
Me senté frente a mi cliente y lo observé estudiando el menú de pescado fresco. Durante mucho tiempo había querido estar en la inopia respecto a Walter Elliot. Normalmente, cuanto menos sabes de tu cliente, más capacitado estás para defenderlo. Pero ya habíamos pasado ese momento.