– Tuvo que ser eso. No creo que esta clase de gente simplemente te deje cambiar de idea y retirarte de algo así.
– ¿Qué clase de gente? ¿La organización?
– No lo sé. Esa clase de gente, quien haga esta clase de cosas.
– ¿Le dijo a alguien que Jerry iba a aplazar el caso?
– No.
– ¿Está seguro?
– Claro que estoy seguro.
– Entonces, ¿a quién se lo contó Jerry?
– No lo sé.
– Bueno, ¿con quién hizo el trato Jerry? ¿A quién sobornó?
– Eso tampoco lo sé, no me lo dijo. Sí insistió en que era mejor que no conociera nombres. Lo mismo que le digo a usted.
Era un poco tarde para eso. Tenía que terminar la conversación y quedarme solo para pensar. Miré mi plato de pescado sin tocar y me pregunté si podía llevármelo para Patrick o si alguien se lo comería en la cocina.
– Mire -dijo Elliot-, no es por ponerle más presión, pero si me condenan estoy muerto.
Lo miré.
– ¿ La organización? Asintió con la cabeza.
– Si detienen a alguien se convierte en un lastre, y normalmente lo eliminan antes de que llegue a juicio. No se arriesgan a que intente llegar a un acuerdo. Pero yo todavía controlo su dinero. Si me eliminan, lo pierden todo. Archway, las propiedades inmobiliarias, todo. Así que esperan y observan. Si salgo libre, entonces volvemos a la normalidad y aquí no ha pasado nada. Si me condenan, soy demasiado lastre y no duraré ni dos noches en prisión. Llegaran a mí allí.
Siempre es bueno saber cuáles son las apuestas, pero posiblemente habría pasado sin el recordatorio.
– Estamos tratando con una autoridad mayor aquí -continuó Elliot-. Va más allá de cuestiones como la confidencialidad abogado-cliente. Es un pequeño cambio, Mick. Las cosas que le he contado esta noche no pueden ir más allá de esta mesa; ni al tribunal ni a ninguna otra parte. Lo que le he contado aquí podría matarle en un santiamén. Como a Jerry. Recuérdelo.
Elliot había hablado como si tal cosa y concluyó la afirmación vaciando tranquilamente el vino de su copa. Pero la amenaza estaba implícita en cada palabra que había pronunciado. No tendría problemas en recordarlo.
Llamó al camarero y pidió la cuenta.
42
Estaba agradecido de que a mi cliente le gustara el martini antes de cenar y el chardonnay durante la cena. No estaba seguro de que hubiese obtenido lo que obtuve de Elliot sin el alcohol suavizando el camino y soltándole la lengua. No obstante, después no quería correr el riesgo de que lo detuvieran por conducir ebrio en medio de un juicio de homicidio, e insistí en que no condujera hasta su casa. Pero Elliot insistió en que no iba a dejar su Maybach de 400.000 dólares toda la noche en un garaje del centro, así que le pedí a Patrick que nos llevara al coche y luego yo llevé a Elliot mientras Patrick nos seguía.
– ¿Este coche le costó cuatrocientos mil? -le pregunté-. Me da miedo conducirlo.
– Un poco menos, a decir verdad.
– Sí, bueno, ¿no tiene ningún otro coche? Cuando le dije que no cogiera la limusina no esperaba que viniera a su juicio por homicidio en uno de éstos. Piense en la impresión que deja en el jurado, Walter. Esto no pinta bien. ¿Recuerda lo que me dijo el día que nos conocimos? ¿Lo de ganar también fuera del tribunal? Un coche así no le va a ayudar en eso.
– Mi otro coche es un Carrera GT.
– Genial. ¿Cuánto cuesta?
– Más que éste.
– Mire, ¿por qué no usa uno de mis Lincoln? Tengo uno que incluso lleva una matrícula que dice INCNT. Puede usarlo.
– No hace falta. Tengo acceso a un modesto Mercedes. ¿Está bien?
– Perfecto. Walter, a pesar de lo que me ha dicho esta noche, voy a hacerlo lo mejor posible por usted. Creo que tenemos una buena oportunidad.
– Entonces, cree que soy inocente.
Vacilé.
– Creo que no le disparó a su mujer y a Rilz. No estoy seguro de que eso lo convierta en inocente, pero digámoslo de esta forma: no creo que sea culpable de los cargos que se le imputan. Y eso es lo único que necesito.
Elliot asintió con la cabeza.
– Quizás es lo máximo que puedo pedir. Gracias, Mickey.
Después de eso no hablamos mucho mientras yo me concentraba en no romper el coche, que valía más que las casas de la mayoría de la gente.
Elliot vivía en Beverly Hills, en una propiedad vallada en los llanos del sur de Sunset. Pulsó un botón del techo del coche que abría la verja de acero y entramos, con Patrick justo detrás de mí en el Lincoln. Salimos y le di a Elliot sus llaves. Me preguntó si quería entrar a tomar otra copa y yo le recordé que no bebía. El me dio la mano y yo me sentí extraño al estrechársela, como si estuviéramos sellando algún tipo de pacto sobre lo que me había revelado antes. Le di las buenas noches y entré en la parte trasera de mi Lincoln.
La caja de cambios de mi cerebro estuvo trabajando durante todo el trayecto hasta mi casa. Patrick había hecho un rápido estudio de mis matices y parecía saber que no era el momento de interrumpir con charla banal. Me dejó trabajar.
Me senté apoyado contra la puerta, mirando por la ventanilla pero sin ver el mundo de neón que pasaba. Estaba pensando en Jerry Vincent y en el trato que había hecho con una parte desconocida. No era difícil adivinar cómo lo habían hecho. La cuestión de quién era otra historia.
Sabía que el sistema de jurados se basaba en una selección aleatoria en múltiples niveles. Esto ayudaba a asegurar la integridad y la composición social transversal de los mismos. La reserva inicial de cientos de ciudadanos convocados a cumplir con el deber de jurados se sacaba cada semana de los registros de votantes, así como de registros de servicios públicos. Los jurados escogidos de este grupo más grande para el proceso de selección del jurado en un juicio específico se realizaban una vez más de manera aleatoria: esta vez por parte de un ordenador del tribunal. La lista de esos potenciales jurados se entregaba al juez que presidía el juicio, y los doce primeros nombres o códigos numéricos de la lista eran llamados para ocupar los asientos en la tribuna en la ronda inicial de voir diré. Una vez más, el orden de nombres o números en la lista estaba determinado por selección aleatoria generada por ordenador.
Elliot me había dicho que después de que se fijara una fecha para el juicio en su caso, una parte desconocida se acercó a Jerry Vincent y le dijo que habían colocado un durmiente en el jurado. La pega era que no podía haber aplazamientos. Si el juicio se aplazaba, el durmiente no podría moverse con él. Todo ello me decía que su parte desconocida tenía acceso completo a todos los niveles de los procesos aleatorios del sistema judiciaclass="underline" las convocatorias iniciales para presentarse a cumplir con el deber como jurado en un tribunal específico en una semana específica; la selección aleatoria del venire del juicio; y la selección aleatoria de los primeros doce jurados que iban a la tribuna.
Una vez que el durmiente estaba en la tribuna, dependía de él mantenerse allí. La defensa sabría no eliminarlo con una recusación perentoria, y por aparecer como favorable a la acusación evitaría ser recusado por la fiscalía. Era lo bastante simple, siempre y cuando la fecha del juicio no cambiara.
Mostrarlo de este modo me dio una mejor comprensión de la manipulación implicada y de quién podría haberla ingeniado. También me proporcionó una mejor comprensión del aprieto ético en el que me hallaba. Elliot me había reconocido varios delitos durante la cena, pero yo era su abogado y mantendría la confidencialidad de estas admisiones según los vínculos de la relación abogado-cliente. La excepción a esta regla era que yo estuviera en peligro por mi conocimiento o tuviera conocimiento de un delito que se había planeado, pero aún no había ocurrido. Sabía que Vincent había sobornado a alguien. Ese delito ya había ocurrido, pero el de la manipulación del jurado aún no se había producido. Éste no tendría lugar hasta que empezaran las deliberaciones, así que estaba obligado a informar de él. Elliot aparentemente no conocía esta excepción de las reglas de confidencialidad con el cliente o estaba convencido de que la amenaza de encontrarme con el mismo fin que Jerry Vincent me mantendría bajo control.