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Pensé en todo esto y me di cuenta de que había otra excepción a considerar. No tendría que informar de la pretendida manipulación del jurado si podía impedir que ese delito se produjera.

Me enderecé y miré a mi alrededor. Estábamos en Sunset, llegando a West Hollywood. Miré adelante y vi un cartel familiar.

– Patrick, aparca delante del Book Soup. Quiero entrar un momento.

Patrick aparcó el Lincoln junto al bordillo delante de la librería. Le dije que esperara allí y salté a la acera. Entré por la puerta delantera de la tienda y fui hacia las estanterías. Aunque me encantaba la librería, no estaba allí para comprar. Necesitaba hacer una llamada y no quería que Patrick la oyera.

El pasillo de misterio estaba demasiado lleno de clientes. Fui más al fondo y encontré una rincón vacío donde había libros ilustrados de gran formato apilados pesadamente en estantes y mesas. Saqué el móvil y llamé a mi investigador.

– Cisco, soy yo. ¿Dónde estás?

– En casa. ¿Qué pasa?

– ¿Está Loma ahí?

– No, ha ido al cine con su hermana. Volverá dentro de…

– Está bien. Quería hablar contigo. Quiero que hagas algo y puede que no quieras hacerlo. Si es así, lo entiendo. En cualquier caso, no quiero que hables de esto con nadie, ni siquiera con Lorna.

Hubo una vacilación antes de que respondiera.

– ¿A quién mato?

Los dos nos echamos a reír y eso alivió parte de la tensión que se había ido incrementando durante la noche.

– Podemos hablar de eso después, pero esto podría ser igual de arriesgado. Quiero que sigas de cerca a alguien por mí y que descubras todo lo que puedas sobre él. El problema es que si te pillan probablemente nos retirarán las licencias a los dos.

– ¿Quién es?

– El jurado número siete.

43

En cuanto volví a la parte trasera del Lincoln, empecé a lamentar lo que estaba haciendo. Estaba caminando por una fina línea gris que podía conducirme a grandes problemas. Por un lado, es perfectamente razonable para un abogado investigar un informe de mala conducta o manipulación del jurado. Pero por otro, esa investigación sería vista como manipulación en sí misma. El juez Stanton había tomado medidas para asegurar el anonimato del jurado; yo acababa de pedir a mi investigador que las trastocara. Si nos estallaba en la cara, Stanton estaría más que ofendido y haría algo más que mirarme con ceño. No era una infracción que se saldase con una donación a Make-A-Wish. Stanton se quejaría al Colegio de Abogados, a la presidenta del Tribunal Superior y hasta al Tribunal Supremo si conseguía que lo escucharan. Haría lo que estuviera en su mano para que el juicio de Elliot fuera mi último juicio.

Patrick subió por Fareholm y metió el coche en el garaje de debajo de mi casa. Salimos y subimos por la escalera hasta la terraza delantera. Eran casi las diez en punto y estaba agotado después de una jornada de catorce horas, pero mi adrenalina se disparó cuando vi a un hombre sentado en una de las sillas de la terraza, con el rostro silueteado por las luces de la ciudad que tenía a mi espalda. Estiré un brazo para impedir que Patrick avanzara, como un padre impide que su hija cruce la calle sin mirar.

– Hola, abogado.

Bosch. Reconocí la voz en el saludo. Me relajé y dejé que Patrick continuara. Entramos en el porche y abrí la puerta para dejar pasar a Patrick. Volví a cerrarla y me acerqué al detective.

– Bonita vista -dijo-. ¿Defendiendo a escoria sacó para esta casa?

Estaba demasiado cansado para el baile con él.

– ¿Qué está haciendo aquí, detective?

– Supuse que se dirigiría a casa después de la librería -contestó-. Así que me adelanté y lo esperé aquí.

– Bueno, he terminado por hoy. Puede pasar la voz a su equipo si es que de verdad hay un equipo.

– ¿Qué le hace pensar lo contrario?

– No lo sé. No he visto a nadie. Espero que no me esté embaucando, Bosch. Me juego el cuello con esto.

– Después del juicio ha cenado con su cliente en el Water Grill. Los dos pidieron filete de lenguado y los dos levantaron la voz en ocasiones. Su cliente bebió abundantemente, lo que provocó que usted lo llevara a casa en su coche. En su camino de vuelta desde allí entró en el Book Soup e hizo una llamada que obviamente no quería que oyera su chófer.

Me quedé impresionado.

– Muy bien, pues, no importa. Entendido: están ahí fuera. ¿Qué quiere, Bosch? ¿Qué está pasando?

Bosch se levantó y se me acercó.

– Iba a preguntarle lo mismo -dijo-. ¿Por qué estaba Walter Elliot tan sulfurado y molesto esta noche en la cena? ¿Y a quién ha llamado usted desde la parte de atrás de la librería?

– Para empezar, Elliot es mi cliente y no voy a decirle de qué hemos hablado. No voy a cruzar esa línea con usted. Y por lo que respecta a la llamada en la librería, estaba pidiendo piz-za porque, como usted y sus colegas pueden haber visto, no he cenado esta noche. Quédese si quiere una porción.

Bosch me miró con esa media sonrisa suya y una expresión de complicidad en sus ojos oscuros.

– Entonces, ¿así es como quiere hacerlo, abogado?

– Por ahora.

No hablamos durante unos segundos. Sólo nos quedamos allí de pie, esperando la siguiente pulla ingeniosa. No se nos ocurrió y decidí que realmente estaba cansado y hambriento.

– Buenas noches, detective Bosch.

Entré y cerré la puerta, dejando a Bosch en la terraza.

44

El martes, mi turno con el detective Kinder no llegó hasta tarde, después de que el fiscal pasara varias horas más extrayendo los detalles de la investigación en el interrogatorio directo. Este hecho jugaba a mi favor. Pensé que el jurado -y Julie Favreau me lo confirmó mediante un mensaje de texto- se estaba aburriendo con las minucias del testimonio y recibiría de buen grado una nueva línea de preguntas.

El testimonio directo se había referido principalmente a las labores de investigación que se produjeron después de la detención de Walter Elliot. Kinder describió en extenso cómo había hurgado en el matrimonio del acusado, el hallazgo de que el contrato prematrimonial había vencido recientemente y los esfuerzos que hizo Elliot en las semanas anteriores a los crímenes para determinar cuánto dinero y control de Archway Studios perdería en un divorcio. Mediante un cronograma, Kinder pudo establecer a través de las afirmaciones de Elliot y los movimientos documentados que el acusado no tenía coartada creíble para la hora estimada en que se cometieron los crímenes.

Golantz también se tomó su tiempo para preguntar a Kinder sobre cabos sueltos y ramas de la investigación que resultaron ser secundarias. Kinder describió las numerosas pistas infundadas que se examinaron diligentemente, la investigación de Johan Rilz en un intento por determinar si había sido el principal objetivo del asesino y la comparación del doble homicidio con otros casos similares y no descubiertos.

En general, Golantz y Kinder parecían haber hecho un trabajo concienzudo para colgarle a mi cliente los crímenes de Malibú, y a media tarde el joven fiscal estaba lo suficientemente satisfecho para decir:

– No hay más preguntas, señoría.

Por fin era mi turno, y había decidido ir a por Kinder en un contrainterrogatorio que se concentraría en sólo tres áreas de su testimonio directo para finalmente sorprenderlo con un inesperado puñetazo en el estómago. Me acerqué al atril para llevar a cabo mi interrogatorio.

– Detective Kinder, sé que lo oiremos del forense en un momento posterior del juicio, pero ha testificado que le informaron después de la autopsia de que la hora de la muerte de la señora Elliot y el señor Rilz se calculaba entre las once y el mediodía del día de los crímenes.