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– Las agencias del orden normalmente no proporcionan los nombres de sus informantes confidenciales entre ellas como si tal cosa, ¿verdad?

– No.

– ¿Por qué?

– Porque podría poner en peligro a los informantes.

– Entonces ¿ ser un informante en un caso criminal puede ser peligroso?

– En ocasiones sí.

– Detective, ¿ha investigado alguna vez el asesinato de un informante confidencial?

Golantz se levantó antes de que Kinder pudiera responder y pidió al juez un aparte. El juez nos hizo una seña para que subiéramos. Yo cogí la carpeta del atril y seguí a Golantz. La estenógrafa se colocó al lado del estrado con su máquina. El juez acercó su silla y nos agachamos.

– ¿Señor Golantz? -instó el juez.

– Señoría, me gustaría saber adónde va esto, porque siento que me han engañado aquí. No había nada en ninguno de los documentos de revelación de la defensa que insinuara siquiera lo que el señor Haller está preguntando al testigo.

El juez hizo girar su silla y me miró.

– ¿Señor Haller?

– Señoría, si alguien está siendo engañado es mi cliente. Esto ha sido una investigación chapucera que…

– Guárdese eso para el jurado, señor Haller. ¿Qué tiene?

Abrí la carpeta y puse delante del juez una hoja impresa, situada cabeza abajo para Golantz.

– Lo que tengo es un artículo que se publicó en Le Parisién hace cuatro años y medio. Nombra a Johan Rilz como testigo de la acusación en un gran caso de drogas. Lo utilizó la Direction de la Police Judiciaire para hacer compras y conseguir información interna de la red de narcotráfico. Era un confidente, señoría y estos tipos de aquí ni siquiera lo miraron. Esto fue visión de túnel desde el…

– Señor Haller, una vez más guárdese sus argumentos para el jurado. Esto está en francés. ¿Tiene la traducción?

– Disculpe, señoría.

Saqué la segunda de tres hojas de la carpeta y la puse sobre la primera, otra vez en dirección al juez. Golantz estaba girando el cuello de un modo extraño al tratar de leerla.

– ¿Cómo sabemos que se trata del mismo Johan Rilz? -preguntó Golantz-. Es un nombre común allí.

– Puede que en Alemania, pero no en Francia.

– Entonces ¿cómo sabemos que es él? -inquirió esta vez el juez-. Es un artículo de periódico traducido. No es ningún tipo de documento oficial.

Saqué la última hoja de la carpeta y la coloqué encima.

– Esto es una fotocopia de un pasaporte de Rilz. Lo saqué del expediente de revelación de pruebas de la fiscalía. Muestra que Rilz salió de Francia hacia Estados Unidos en marzo de 2003, un mes después de que se publicara este artículo. Además, tenemos la edad. El artículo tiene su edad correcta y dice que estaba haciendo compras de drogas para la policía desde su negocio como decorador de interiores. Obviamente es él, señoría. Traicionó a mucha gente allí y los puso en prisión, luego vino aquí y empezó de nuevo.

Golantz empezó a negar con la cabeza de un modo desesperado.

– Sigue sin estar bien -dijo-. Esto es una infracción de las reglas de revelación y es inadmisible. No puede reservarse esto y luego dar un golpe bajo a la fiscalía.

El juez giró en su silla hacia mí y esta vez también me fulminó con la mirada.

– Señoría, si alguien se ha reservado algo es la fiscalía. Esto es material que la acusación tendría que haber encontrado y habérmelo entregado a mí. De hecho, creo que el testigo lo conocía y se lo reservó.

– Eso es una acusación grave, señor Haller -entonó el juez-. ¿Tiene pruebas de eso?

– Señoría, la razón de que sepa todo esto es por accidente. El domingo estaba revisando el trabajo de preparación de mi investigador y me fijé en que había examinado todos los nombres asociados con este caso en un motor de búsqueda Lexis-Nexis. Había usado el ordenador y la cuenta que heredé con el bufete de Jerry Vincent. Comprobé la cuenta y me fijé en que la búsqueda por defecto era sólo para idioma inglés. Después de ver la fotocopia del pasaporte de Rilz en el archivo de revelación, y conociendo su historial en Europa, volví a realizar la búsqueda, esta vez incluyendo el francés y el alemán. Encontré este artículo de periódico en francés en dos minutos y me cuesta creer que hallara con tanta facilidad algo que todo el departamento del sheriff, la fiscalía y la Interpol desconocían. Así que, señoría, no sé si es prueba de nada, pero la defensa ciertamente se siente la parte agraviada aquí.

No podía creerlo. El juez hizo girar la silla hacia Golantz y lo fulminó con la mirada a él. Por primera vez. Yo moví el peso del cuerpo a mi derecha para que buena parte del jurado pudiera verlo.

– ¿Qué me dice de eso, señor Golantz? -preguntó el juez.

– Es absurdo, señoría. No nos hemos reservado nada, todo lo que hemos encontrado está en la carpeta de revelación. Y me gustaría preguntar por qué el señor Haller no nos alertó de esto ayer cuando acaba de admitir que lo descubrió el domingo y la impresión también lleva esa fecha.

Miré con cara de póquer a Golantz cuando respondí.

– Si hubiera sabido que hablaba francés se lo habría dado a usted, Jeff, y quizá podría habernos ayudado. Pero no tengo fluidez en francés y no supe lo que decía hasta que lo tradujeron. Me han dado la traducción diez minutos antes de empezar el contrainterrogatorio.

– Muy bien -terció el juez, rompiendo el duelo de miradas-. Sigue siendo una impresión de un artículo periodístico. ¿Qué va a hacer respecto a verificar la información que contiene, señor Haller?

– Bueno, en cuanto terminemos la sesión, pondré a mi investigador en ello para ver si puede contactar con alguien en la Police Judiciaire. Vamos a hacer el trabajo que el departamento del sheriff debería haber hecho hace seis meses.

– Obviamente nosotros también vamos a verificarlo -dijo Golantz.

– El padre de Rilz y dos hermanos están sentados en la tribuna. Quizá podría empezar por ahí.

El juez levantó la mano en un gesto para pedir calma, como si fuera un padre zanjando una disputa entre dos hermanos.

– Muy bien -dijo-. Voy a parar esta línea de contrainterrogatorio. Señor Haller, le permitiré que presente la fundación para ello durante la fase de la defensa. Entonces podrá volver a llamar al testigo, y si puede verificar el informe y la identidad le daré libertad para seguir este camino.

– Señoría, eso sitúa a la defensa en desventaja -protesté.

– ¿Cómo es eso?

– Porque ahora que el estado ha tenido conocimiento de esta información, puede tomar medidas para entorpecer mi verificación.

– Eso es absurdo -dijo Golantz.

Pero el juez hizo un gesto de asentimiento.

– Entiendo su preocupación y pongo sobre aviso al señor Golantz de que si hay cualquier indicación de eso, entonces me voy a… digamos que eso me inquietará bastante. Creo que hemos terminado aquí, caballeros.

El juez volvió a hacer rodar la silla a la posición original y los abogados regresaron a las suyas. En mi camino de regreso, miré el reloj situado en la parte posterior de la sala. Faltaban diez minutos para las cinco. Supuse que si podía entretenerme unos minutos más, el juez levantaría la sesión y los jurados tendrían la conexión francesa para cavilar durante la noche.

Me puse de pie junto al atril y pedí unos momentos al juez. Entonces actué como si estuviera estudiando mi bloc, tratando de decidir si había algo más que quisiera preguntarle a Kinder.

– Señor Haller, ¿cómo estamos? -preguntó finalmente el juez.

– Estamos bien. Y esperaré a explorar más concienzudamente las actividades en Francia del señor Rilz durante la fase de la defensa del juicio. Hasta entonces, no tengo más preguntas para el detective Kinder.

Regresé a la mesa de la defensa y me senté. El juez anunció entonces que la sesión se reanudaría al día siguiente.