Observé al jurado abandonando la sala y no pude interpretar la expresión de ninguno de sus miembros. Miré a la espalda de Golantz. Los tres hombres de la familia Rilz me estaban observando con mirada acerada desde la galería del público.
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Cisco me llamó a casa a las diez en punto. Dijo que estaba cerca, en Hollywood, y que podía pasar enseguida. Me anticipó que ya tenía noticias sobre el jurado número siete.
Después de colgar, le dije a Patrick que iba a salir a la terraza para reunirme en privado con Cisco. Me puse un jersey porque el aire era frío, cogí la carpeta que había usado en el tribunal antes y salí a esperar a mi investigador.
Sunset Strip brillaba como el fuego de un horno sobre el lomo de las colinas. Había comprado la casa en un año de bienes por la terraza y la vista de la ciudad que ofrecía. Nunca dejaba de embelesarme, ni de día ni de noche. Nunca dejaba de cargarme de energía y decirme la verdad; la verdad de que cualquier cosa era posible y cualquier cosa podía ocurrir, buena o mala.
– Eh, jefe.
Salté y me volví. Cisco había subido por la escalera y había aparecido detrás de mí sin que yo lo oyera siquiera. Debía de haber subido la colina por Fairfax y luego había apagado el motor para bajar en punto muerto hasta mi casa. Sabía que me enfadaría si despertaba al vecindario con sus tubos de escape.
– No me asustes así, tío.
– ¿Por qué estás tan nervioso?
– Simplemente no me gusta que la gente me salga desde atrás. Siéntate aquí.
Le señalé la pequeña mesa y sillas situadas bajo el alero del tejado y enfrente de la ventana del salón. Eran muebles de exterior incómodos que casi nunca usaba. Me gustaba contemplar la ciudad desde la terraza y enchufarme, y la única manera de hacerlo era de pie.
La carpeta que yo había traído estaba sobre la mesa. Cisco acercó una silla y estaba a punto de sentarse cuando se detuvo y limpió con la mano la capa de polvo de contaminación que había en la silla.
– Tío, ¿no limpias nunca esto?
– Llevas téjanos y camiseta, Cisco. Siéntate y listo.
Él lo hizo y yo también, y vi que miraba por la ventana la sombra traslúcida en el salón. La televisión estaba encendida y Patrick estaba mirando un canal por cable de deportes extremos. La gente iba dando volteretas en el aire en motos de nieve.
– ¿Eso es un deporte? -preguntó Cisco.
– Para Patrick supongo.
– ¿Cómo te va con él?
– Va. Sólo va a quedarse un par de semanas. Habíame del número siete.
– Al grano. Muy bien.
Metió la mano en el bolsillo trasero y sacó un pequeño diario.
– ¿Tienes alguna luz aquí?
Me levanté, fui a la puerta delantera y metí la mano en el interior para encender la luz de la terraza. Miré la tele y vi al personal médico atendiendo a un conductor de moto de nieve que aparentemente no había logrado completar su giro en el aire y tenía un trineo de ciento y pico kilos encima.
Cerré la puerta y me senté frente a Cisco, que estaba estudiando algo en su libreta.
– Bien -dijo-. El jurado número siete. No he tenido mucho tiempo con esto, pero tengo unas cuantas cosas que quería traerte de inmediato. Se llama David McSweeney y creo que casi todo lo que puso en su hoja de testigo es falso.
La hoja de testigo era el formulario de una página que cada jurado cumplimenta como parte del proceso voir dire. Las hojas llevan el nombre, profesión y zona de residencia por código postal del potencial jurado, así como una lista de preguntas básicas diseñadas para ayudar a los abogados a formarse opiniones respecto a si quieren a ese individuo. En este caso el nombre había sido eliminado, pero el resto de la información figuraba en la hoja que le había dado a Cisco como punto de partida.
– Dame algunos ejemplos.
– Bueno, según el código postal que aparece en la hoja, vive en Palos Verdes, pero eso no es cierto. Lo seguí desde el tribunal y fue directamente a un apartamento cerca de Beverly detrás de la CBS.
Cisco señaló al sur en la dirección general de Beverly Boulevard y Fairfax Avenue, donde se hallaba el estudio de la cadena de televisión CBS.
– Pedí a un amigo que investigara la matrícula de la furgoneta que llevó a casa desde el tribunal y correspondía a David McSweeney, de Beverly, la misma dirección a la que lo vi llegar. Luego pedí a mi hombre que comprobara su carné de conducir y me mandara una foto. La miré en mi teléfono y McSweeney es nuestro tipo.
La información era intrigante, pero estaba más preocupado por la forma en que Cisco estaba llevando a cabo su investigación del jurado número siete. Ya habíamos quemado una fuente en la investigación de Vincent.
– Cisco, joder, tus huellas van a quedar en todo esto. Te dije que no quería retrocesos con esta historia.
– Tranquilo, tío. No hay huellas. Mi contacto no va a ir voluntariamente a decir que hizo una búsqueda para mí. Es ilegal que un poli haga una búsqueda externa, perdería su empleo. Y si alguien va a mirarlo, aún no tenemos que preocuparnos porque no usa su terminal ni su identificación cuando hace esto para mí. Gorrea la contraseña de un antiguo teniente. Así que no hay huellas, ¿vale? No hay pistas. Estamos seguros con esto.
Asentí a regañadientes. Polis robando a otros polis. ¿Por qué no me sorprendía?
– Muy bien -dije-. ¿Qué más?
– Bueno, para empezar tiene antecedentes y marcó la casilla del formulario en la que dice que nunca lo habían detenido.
– ¿Por qué lo detuvieron?
– Dos detenciones. Agresión con arma letal en el noventa y siete y conspiración para cometer fraude en el noventa y nueve. Sin condenas, pero eso es lo que sé por ahora. Cuando abra el tribunal puedo conseguir más, si quieres.
Quería saber más, sobre todo por qué las detenciones por fraude y asalto con arma letal podían no resultar en condenas, pero si Cisco sacaba los registros del caso, entonces tendría que mostrar su identificación y eso dejaría un rastro.
– No si has de firmar la retirada de archivos. Déjalo por el momento. ¿Tienes algo más?
– Sí, te estoy diciendo que creo que es todo falso. En la hoja dice que es ingeniero de Lockheed. Por lo que puedo decir, no es verdad. Llamé a Lockheed y no hay ningún David McSweeney en el directorio telefónico. Así que a no ser que el tipo tenga un trabajo sin teléfono…
Levantó las palmas de las manos como para decir que no había otra explicación que el engaño.
– Sólo he estado en esto esta noche, pero todo aparece como falso y eso probablemente incluye el nombre del tipo.
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno, no conocemos oficialmente su nombre, ¿no? Estaba tachado en el formulario.
– Sí.
– Así que seguí al jurado número siete y lo identifiqué como David McSweeney, pero ¿quién dice que es el mismo nombre que tacharon en la hoja? ¿Me entiendes?
Pensé un momento y asentí.
– Estás diciendo que McSweeney podría haber pirateado el nombre de un jurado legítimo y quizás incluso sus citaciones judiciales y se presenta como esa persona en el tribunal.
– Exactamente. Cuando recibes una citación y apareces en el control de jurados de ventanilla, lo único que hacen es comprobar tu carné de conducir con la lista. Son oficinistas que cobran poco, Mick. No sería difícil pasarles un carné de conducir falso, y los dos sabemos lo fácil que es conseguirlo.
Asentí. La mayoría de la gente quiere librarse del deber de jurado. Aquél era un plan para cumplir con éclass="underline" conciencia cívica llevada al extremo.
Cisco dijo:
– Si de algún modo pudieras conseguirme el nombre que tiene el tribunal para el número siete, lo comprobaría, y apuesto a que hay un tipo en Lockheed que se llama así.
Negué con la cabeza.
– No hay forma de que pueda conseguir eso sin dejar rastro.
Cisco se encogió de hombros.