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– Entonces, ¿qué está pasando con esto, Mick? No me digas que ese fiscal cabrón puso un durmiente en el jurado.

Sopesé un momento decírselo, pero no lo hice.

– En este momento es mejor que no te lo diga.

– Abajo el periscopio.

Significaba que estábamos tomando el submarino, compartimentando para que si alguno de nosotros provocaba un agujero no se hundiera toda la embarcación.

– Es mejor así. ¿Has visto a este tipo con alguien? ¿Algún asociado conocido de interés?

– Lo seguí al Grove esta noche y se reunió con alguien para tomar un café en Marmalade, uno de los restaurantes que hay allí. Era una mujer. Parecía una cosa casual, como si se encontraran el uno con la otra de un modo no planeado y se sentaran a ponerse al día. Aparte de eso, no tengo de momento asociados conocidos. Sólo llevo con este tipo desde las cinco, cuando el juez soltó al jurado.

Asentí. Me había conseguido mucho en poco tiempo. Más de lo que preveía.

– ¿Cómo de cerca estuviste de él y la mujer?

– No muy cerca. Me dijiste que tomara precauciones.

– Entonces, ¿no puedes describirla?

– Sólo he dicho que no me acerqué, Mick. Puedo describirla. Incluso tengo una foto suya en mi cámara.

Tuvo que levantarse para meter su manaza en uno de los bolsillos delanteros de sus téjanos. Sacó una cámara pequeña y negra de las que no llaman la atención y volvió a sentarse. La encendió y miró la pantallita de atrás. Clicó algunos botones en la parte superior y me la pasó por encima de la mesa.

– Empiezan aquí y puedes ir pasando hasta que veas a la mujer.

Manipulé la cámara y pasé una serie de fotos digitales que mostraban al jurado número siete en varios momentos de la tarde. En las últimas tres fotos estaba con una mujer en Marmalade. Ella tenía el cabello negro azabache suelto y le ensombrecía la cara. Los fotos también eran muy malas porque se habían tomado desde larga distancia y sin flash.

No reconocí a la mujer. Le pasé la cámara a Cisco.

– Vale, Cisco, lo has hecho bien. Ahora puedes dejarlo.

– ¿Dejarlo sin más?

– Sí, y vuelve a esto.

Le pasé la carpeta por encima de la mesa. Él asintió y sonrió malévolamente al cogerla.

– ¿Qué le has dicho al juez en el aparte?

Había olvidado que Cisco se encontraba en la sala, esperando a iniciar su seguimiento del jurado número siete.

– Le dije que me había dado cuenta de que habías investigado su historial con una búsqueda en inglés, así que la rehíce incluyendo francés y alemán. Incluso volví a imprimir el artículo el domingo para tener una fecha nueva.

– Genial. Pero quedo como un tarado.

– Tenía que decir algo. Si le hubiera dicho que lo encontraste hace una semana y que me lo había guardado desde entonces, no estaríamos teniendo esta conversación. Probablemente estaría en el calabozo por desacato. Además, el juez cree que el tarado es Golantz por no encontrarlo antes que la defensa.

Eso pareció aplacar a Cisco. Levantó la carpeta.

– Bueno, ¿qué quieres que haga con esto? -preguntó.

– ¿Dónde está el traductor que usaste con la impresión?

– Probablemente en su residencia en Westwood. Es una estudiante de intercambio que encontré en Internet.

– Bueno, llámala y recógela porque vas a necesitarla esta noche.

– Me da la sensación de que a Lorna no le va a gustar. Es una francesa de veinte años.

– Lorna no habla francés, así que lo entenderá. ¿Cuántas horas de diferencia hay con París, nueve?

– Sí, nueve o diez, no recuerdo.

– Vale, entonces quiero que vayas a buscar a la traductora y que a medianoche te pongas con los teléfonos. Llama a los gendarmes o como se llamen que trabajaron ese caso de drogas y consíguele a uno de ellos un pasaje de avión aquí. Al menos nombra a tres de ellos en el artículo. Puedes empezar con eso.

– ¿Así? ¿Crees que uno de esos tipos va a querer subirse a un avión por nosotros?

– Probablemente se acuchillarán por la espalda para conseguir el puesto. Diles que volarán en primera clase y que los pondremos en el hotel donde se hospeda Mickey Rourke.

– Sí, ¿qué hotel es ése?

– No lo sé, pero me han dicho que Rourke es famoso allí. Creen que es un genio o algo así. Da igual, mira, lo que te estoy diciendo es que les digas lo que quieran oír. Gasta lo que tengas que gastar. Si quieren venir dos, traes a dos, y los probaremos y pondremos al mejor en el estrado. Tú trae a alguien aquí. Esto es Los Angeles, Cisco. Todos los polis del mundo quieren ver este sitio y luego volver y contarle a todo el mundo qué y a quién vieron.

– Vale, meteré a alguien en un avión. Pero ¿y si no puede venir ahora mismo?

– Entonces que venga lo antes posible y házmelo saber. Puedo alargar las cosas en el tribunal. El juez quiere acelerarlo todo, pero puedo frenar si hace falta. Probablemente lo más que puedo alargarme es hasta el martes o el miércoles. Trae a alguien aquí para entonces.

– ¿Quieres que te llame esta noche cuando lo tenga organizado?

– No. Necesito mi bendito descanso. No estoy acostumbrado a pasar el día alerta en el tribunal y estoy agotado. Me voy a acostar. Llámame por la mañana.

– Vale, Mick.

Se levantó y lo mismo hice yo. Me dio un golpecito en el hombro con la carpeta y se la guardó en la parte de atrás de la cintura del pantalón. Bajó los escalones y yo me acerqué hasta el borde de la terraza para mirarlo mientras se subía a su montura junto al bordillo, ponía punto muerto y empezaba a deslizarse silenciosamente por Fareholm hacia Laurel Canyon Boulevard.

Entonces levanté la mirada a la ciudad y pensé en los movimientos que estaba haciendo, en mi situación personal y mi engaño profesional delante del juez en el tribunal. No lo ponderé demasiado tiempo y no me sentí culpable de nada. Estaba defendiendo a un hombre al que creía inocente de los crímenes de los que se le acusaba, aunque cómplice en la razón de que hubieran ocurrido. Tenía un durmiente en el jurado cuya situación estaba directamente relacionada con el asesinato de mi predecesor. Y tenía a un detective observándome al que le ocultaba cosas y de quien no podía estar seguro de que considerara mi seguridad por encima de su propio deseo de resolver el caso.

Tenía todo eso y no me sentía culpable ni temeroso de nada. Me sentía como un tipo dando una vuelta en el aire con un trineo de ciento y pico kilos. Podría no ser un deporte, pero era endemoniadamente peligroso e hizo lo que yo no había podido hacer en más de un año. Me sacudió el óxido y puso la adrenalina en la sangre.

Me dio un impulso imparable.

Por fin oí el sonido de los tubos de escape de la Harley de Cisco. Había llegado hasta Laurel Canyon antes de encender el motor. El motor rugió profundamente y Cisco se adentró en la noche.

QUINTA PARTE. Pide la Quinta

47

El lunes por la mañana llevaba puesto el traje de Corneliani. Me encontraba junto a mi cliente en la sala y estaba preparado para empezar a presentar su defensa. Jeffrey Golantz, el fiscal, estaba sentado a su mesa, preparado para frustrar mis esfuerzos. Y la galería del público, detrás de nosotros, volvía a estar a tope. Pero el estrado del juez estaba vacío. Stanton permanecía recluido en su despacho y llevaba casi una hora de retraso sobre la hora señalada por él mismo de las nueve en punto. Algo había ido mal o algo había surgido, pero todavía no nos habían informado. Habíamos visto a agentes del sheriff escoltando a un hombre al que no reconocí hasta el despacho del juez y luego volviéndolo a sacar, pero no había oído ni una palabra de lo que estaba ocurriendo.

– Eh, Jeff, ¿qué opina? -pregunté finalmente a través del pasillo.

Golantz me miró. Llevaba un bonito traje negro, pero lo había venido llevando en días alternos y ya no parecía impresionante. Se encogió de hombros.