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Esperaba que Golantz acudiera en defensa del jurado. Por lo que a él respectaba, el número siete era un jurado azul.

Yo acudí en mi propia defensa.

– Está hablando de que se trata de una estratagema de la defensa, y yo protesto.

El juez levantó rápidamente las manos en un gesto de calma.

– Tranquilos los dos. Todavía no he hablado con el número siete. He pasado el fin de semana pensando en cómo proceder con esto al venir al tribunal hoy. Lie departido con un par de jueces más sobre la cuestión y estaba completamente preparado para sacar el tema a relucir con los abogados presentes esta mañana. El único problema es que el jurado número siete no se ha presentado hoy. No está aquí.

Eso nos dio que pensar tanto a Golantz como a mí.

– ¿No está aquí? -dijo Golantz-. ¿Ha enviado agentes a…?

– Sí, he enviado agentes a su casa, y su esposa les dijo que estaba en el trabajo, pero no sabía nada de ningún tribunal ni juicio ni nada por el estilo. Fueron a Lockheed, encontraron al hombre y lo trajeron aquí hace unos minutos. No era él. No era el jurado número siete.

– Señoría, me estoy perdiendo -dije-. Pensaba que había dicho que lo encontraron en el trabajo.

El juez asintió.

– Lo sé. Esto está sonando cómo Quién está en la primera de Laurel y Hardy.

– Abbott y Costello -apunté.

– ¿Qué?

– Abbott y Costello. El gag de Quién está en la primera era suyo.

– Lo que sea. La cuestión es que el jurado número siete no era el jurado número siete.

– Todavía no lo sigo, señoría -dije.

– Teníamos al número siete en el ordenador como Rodney L. Banglund, ingeniero de Lockheed, residente en Palos Verdes. Pero el hombre que ha estado aquí sentado durante dos semanas en el asiento número siete no es Rodney Banglund. No sabemos quién es y ahora ha desaparecido.

– Ocupó el lugar de Banglund, pero Banglund no lo sabía -apuntó Golantz.

– Aparentemente -intervino el juez-. Ahora están interrogando a Banglund, el verdadero, pero cuando ha estado aquí no me ha parecido que supiera nada de esto. Dijo que nunca recibió una citación judicial.

– ¿Así que su citación fue pirateada y usada por esta persona desconocida? -pregunté.

El juez asintió.

– Eso parece. La cuestión es por qué, y esperemos que el departamento del sheriff dé con la respuesta.

– ¿Qué ocurre con el juicio? -inquirí-. ¿Tenemos un juicio nulo?

– No. Vamos a sacar al jurado, les explicamos que el jurado número siete ha sido excusado por razones que no han de conocer, colocamos al primer suplente y empezamos desde aquí. Entre tanto, el departamento del sheriff se asegura discretamente de que no hay nadie más en esa tribuna que no sea exactamente quien dice ser. ¿Señor Golantz?

Golantz asintió pensativamente antes de hablar.

– Todo esto es muy asombroso -dijo-. Pero creo que la fiscalía está preparada para continuar, siempre y cuando descubramos que todo esto termina con el jurado número siete.

– ¿Señor Haller?

Hice un gesto de aprobación. La sesión había ido según mis expectativas.

– Tengo testigos de lugares tan lejanos como París en la ciudad y estoy preparado para seguir. No quiero un juicio nulo. Mi cliente no quiere un juicio nulo.

El juez selló el trato con un asentimiento.

– Muy bien, volvamos a entrar y empecemos en diez minutos.

En el camino por el pasillo hasta la sala Golantz me susurró una amenaza.

– No es el único que va a investigar esto, Haller.

– ¿Sí? ¿Qué se supone que significa?

– Significa que cuando encontremos a ese cabrón también vamos a descubrir lo que ha estado haciendo en el jurado. Y si hay algún vínculo con la defensa, entonces voy a…

Empujé la puerta que daba a la sala. No necesitaba oír el resto.

– Bien hecho, Jeff -le dije al entrar en la sala.

No vi a Stallworth y esperaba que el agente hubiera salido al pasillo como le había ordenado y estuviera aguardando. Elliot se me echó encima cuando llegué a la mesa de la defensa.

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué pasa?

Le hice un gesto para señalarle que bajara la voz. Entonces le susurré a él.

– El jurado número siete no se ha presentado hoy y el juez lo ha investigado y ha visto que es falso.

Elliot se irguió y pareció como alguien al que acabaran de clavarle un abrecartas de cinco centímetros en la espalda.

– Dios mío, ¿qué significa eso?

– Para nosotros nada. El juicio continúa con un jurado suplente en su lugar. Pero habrá una investigación de quién era el número siete y, Walter, ojalá que no termine en su puerta.

– No veo cómo podría pasar. Pero ahora no podemos continuar. Ha de parar esto. Consiga un juicio nulo.

Miré la expresión suplicante de mi cliente y me di cuenta de que nunca había tenido fe en su propia defensa. Sólo había contado con el durmiente en el jurado.

– El juez se ha negado a un juicio nulo. Vamos con lo que tenemos. -Elliot se frotó la boca con una mano temblorosa- No se preocupe, Walter. Está en buenas manos. Vamos a ganar esto justa y limpiamente.

Justo entonces el alguacil pidió orden en la sala y el juez subió las escaleras al estrado.

– Buenos días, seguimos con el caso California versus Elliot -dijo-. Que pase el jurado.

48

EL primer testigo de descargo era Julio Muñiz, el videógrafo freelance de Topanga Canyon que se anticipó al resto de los medios locales y llegó por delante del grupo a la casa de Elliot el día de los crímenes. Establecí rápidamente con mis preguntas cómo se ganaba la vida Muñiz. No trabajaba para ninguna cadena ni canal de noticias local. Escuchaba los escáneres policiales desde su casa y su coche y se enteraba de las direcciones de escenas de crímenes y situaciones policiales activas. Respondía a estas escenas con su cámara de vídeo y grababa películas que luego vendía a las cadenas locales que no habían cubierto la noticia. En relación con el caso Elliot, éste empezó para él cuando oyó una llamada a un equipo de homicidios y acudió a la dirección con su cámara.

– Señor Muñiz, ¿qué hizo al llegar allí? -pregunté.

– Bueno, saqué mi cámara y empecé a grabar. Me fijé en que había alguien en la parte de atrás del coche patrulla y pensé que probablemente era un sospechoso, así que lo grabé y luego filmé a los agentes tendiendo cintas de la escena del crimen delante de la propiedad, esa clase de cosas.

A continuación, presenté la cinta digital que Muñiz usó ese día como prueba documental número uno de la defensa y desenrollé la pantalla de vídeo y el reproductor delante del jurado. Puse la cinta y le di al play. Previamente lo había preparado para que empezara en el punto en que Muñiz empezaba a grabar fuera de la casa de Elliot. Al reproducirse la cinta, observé a los jurados prestando mucha atención. Yo estaba familiarizado con el vídeo, pues lo había visto varias veces: mostraba a Walter Elliot sentado en el asiento trasero del coche patrulla. Como el vídeo se había grabado en picado, la designación 4A pintada en el techo del vehículo era claramente visible.

El vídeo saltaba del coche a las escenas de los agentes acordonando la zona y luego volvía al coche patrulla. Esta vez mostraba cómo los detectives Kinder y Ericsson sacaban del vehículo a Elliot, le quitaban las esposas y lo conducían al interior de la casa.

Usando un mando a distancia detuve la imagen y rebobiné hasta el punto en que Muñiz se había acercado a Elliot en el asiento de atrás del coche patrulla. Empecé a pasar el vídeo hacia delante otra vez y congelé la imagen para que el jurado viera a Elliot inclinado hacia delante porque tenía las manos esposadas a la espalda.

– Muy bien, señor Muñiz, deje que lleve su atención al techo del coche patrulla. ¿Qué ve pintado ahí?