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– ¿Es ésta la ropa que llevaba ese día?

– No. Son duplicados exactos de lo que llevaba incluido la talla y el fabricante.

– Muy bien, ¿qué descubrió al analizar los ocho discos?

– He preparado un gráfico para que el jurado pueda seguir la explicación.

Presenté el gráfico como prueba documental de la defensa. Golantz había recibido una copia esa mañana. Esta vez se levantó y protestó, argumentando que la recepción tardía de ese gráfico violaba las normas de revelación. Le dije al juez que el gráfico se había compuesto la noche anterior después de mis reuniones con la doctora Arslanian el sábado y el domingo. El juez aceptó la protesta del fiscal, diciendo que la dirección de mi examen de la testigo era obvia y bien preparada y que por consiguiente debería haber trazado el gráfico antes. La protesta se aceptó y la doctora Arslanian tendría que volar sola. Había sido una apuesta, pero no lamentaba el movimiento. Prefería que mi testigo hablara con los jurados sin red a que Golantz hubiera estado en posesión de mi estrategia con antelación a su implementación.

– Muy bien, doctora, aún puede referirse a sus notas y al gráfico. Los miembros del jurado tendrán que seguir su explicación. ¿Qué averiguó de su análisis de los ocho discos SEM?

– Descubrí que los niveles de residuo en los diferentes discos diferían en gran medida.

– ¿Cómo es eso?

– Bueno, los discos A y B, que procedían de las manos de Elliot, tenían los mayores niveles de residuos hallados. Desde ahí había una gran caída en los niveles de residuos: las muestras C, D, E y F tenían niveles muy inferiores, y no había ninguna lectura de residuos en los discos G y H.

Una vez más usó un puntero para ilustrar.

– ¿Qué le decía eso, doctora?

– Que los residuos de disparo en las manos y ropa del señor Elliot no eran consecuencia de haber disparado un arma.

– ¿Puede ilustrar por qué?

– Primero, las lecturas similares de ambas manos indican que el arma se disparó sosteniéndola con las dos manos.

Se acercó al maniquí y le levantó las manos, formando una V al unir las manos por delante. Dobló la mano y los dedos en torno a la pistola de madera.

– Sin embargo, un agarre a dos manos también habría resultado en mayores niveles de residuos en las mangas de la chaqueta en particular y el resto de la ropa.

– Pero los discos procesados por el departamento del sheriff no muestran eso, ¿verdad?

– Cierto. Muestran lo contrario. Aunque una disminución respecto a los niveles de las manos era esperable, no era esperable que fuera de esa magnitud.

– Así pues, en su experta opinión, ¿qué significa?

– Una exposición de transferencia compuesta. La primera exposición se produjo cuando fue colocado con las manos y brazos a su espalda en el coche cuatro-alfa. Después de eso, el material quedó en manos y brazos, y parte de éste se transfirió en una segunda vez a las piezas frontales de su chaqueta por el movimiento normal de manos y brazos. Esto habría ocurrido continuamente hasta que le quitaron la ropa.

– ¿Y las lecturas nulas de la camisa que llevaba bajo la chaqueta?

– No las contamos porque la chaqueta podría haber estado abrochada cuando se efectuaron los disparos.

– En su experta opinión, doctora, ¿hay alguna forma de que el señor Elliot pudiera haber mostrado este patrón de residuos en manos y ropa por disparar un arma de fuego?

– No.

– Gracias, doctora Arslanian. No hay más preguntas.

Volví a mi silla y me incliné para susurrarle al oído a Walter Elliot.

– Si no acabamos de darles duda razonable, entonces no sé lo que es eso.

Elliot asintió y me dijo en otro susurro:

– Los mejores diez mil dólares que he gastado nunca.

Sinceramente, creía que yo tampoco lo había hecho tan mal, pero lo dejé estar. Golantz solicitó al juez la pausa de media tarde antes de empezar con el contrainterrogatorio de la testigo y el juez accedió. Me fijé en lo que me pareció una mayor carga de energía en el bullicio de la sala después del receso. Shami Arslanian sin duda había dado impulso a la defensa.

En quince minutos vería lo que Golantz tenía en su arsenal para poner en duda la credibilidad de mi testigo y su testimonio, pero no imaginaba que tuviera mucho. De haber tenido algo, no habría pedido un receso. Se habría levantado y se habría lanzado a por ella.

Después de que el juez y el jurado hubieran abandonado la sala y los observadores se dirigieran hacia el pasillo, me acerqué a la mesa de la acusación. Golantz estaba escribiendo preguntas en un bloc. No me miró.

– ¿Qué? -dijo.

– La respuesta es no.

– ¿A qué pregunta?

– A la que iba a hacer de que mi cliente aceptara un convenio declaratorio. No nos interesa.

Golantz rio.

– Muy gracioso, Haller. Así que ha tenido una testigo impresionante. El juicio dista mucho de haber terminado.

– Y tengo a un capitán de policía francés que va a testificar mañana que Rilz delató a siete de los hombres más peligrosos y vengativos que jamás ha investigado. Dos de ellos salieron de prisión el año pasado y desaparecieron; nadie sabe dónde están. Quizá estuvieron en Malibú este invierno.

Golantz dejó el bolígrafo en la mesa y finalmente me miró.

– Sí, hablé ayer con su inspector Clouseau. Está muy claro que va a decir lo que usted quiera que diga, siempre que le haga volar en primera clase. Al final de la declaración, sacó uno de esos planos de las estrellas y me preguntó si podía enseñarle dónde vive Angelina Jolie. Es un testigo serio el que se ha traído.

Le dije al capitán Pepin que dejara el plano. Al parecer no me escuchó. Necesitaba cambiar de tema.

– Bueno, ¿dónde están los alemanes? -pregunté.

Golantz miró a su espalda para asegurarse de que los familiares de Johan Rilz no estaban allí.

– Les dije que tenían que estar preparados para su estrategia de construir una defensa cagándose en la memoria de su hijo y hermano -explicó-. Les avisé que iba a tomar los problemas de Johan en Francia hace cinco años y usarlos para describirlo como un gigoló alemán que seducía clientes ricos, hombres y mujeres, en todo Malibú y la costa oeste. ¿Sabe lo que me dijo el padre?

– No, pero me lo va a decir.

– Dijo que ya habían tenido suficiente de justicia americana y que se volvían a casa.

Traté de pensar en alguna respuesta ingeniosa y cínica, pero no se me ocurrió nada.

– No se preocupe -dijo Golantz-. Ganemos o perdamos, les llamaré y les diré el veredicto.

– Bien.

Lo dejé allí y salí al pasillo para buscar a mi cliente. Lo vi en el centro de una nube de periodistas. Sintiéndose envalentonado después del éxito del testimonio de la doctora Arslanian, ya estaba trabajando al gran jurado: la opinión pública.

– Todo este tiempo se han concentrado en mí y el verdadero asesino ha estado en libertad.

Un bonito y conciso corte de voz. Era bueno. Estaba a punto de abrirme paso entre la multitud para agarrarlo cuando me interceptó Dennis Wojciechowski.

– Ven conmigo -dijo.

Salimos al pasillo y dejamos atrás la multitud.

– ¿Qué pasa, Cisco? Me estaba preguntando dónde te habías metido.

– He estado ocupado. Tengo el informe de Florida. ¿Quieres oírlo?

Le había contado lo que me había dicho Elliot sobre la llamada organización. La historia de Elliot me había parecido suficientemente sincera, pero a la luz del día me recordé a mí mismo el lugar común más simple -todo el mundo miente- y le dije a Cisco que viera qué podía hacer para confirmarlo.

– Cuenta -dije.

– Usé a un detective privado de Fort Lauderdale con el que había trabajado antes. Tampa está al otro lado del estado, pero quería usar a un tipo al que conociera y del que me fiara.