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– ¿Es sólido? -pregunté-. Holder es una juez, ¿sabe? Será mejor que lo tengan bien remachado.

– Es sólido. McSweeney nos lo ha dado todo. Tenemos registros telefónicos, transferencias. Incluso grabó al marido de Holder durante parte de las conversaciones.

Asentí. Sonaba como el típico paquete federal. Una razón por la cual nunca trabajaba en casos federales cuando ejercía era que cuando el gobierno hacía un caso normalmente se quedaba hecho. Las victorias para la defensa eran raras. La mayoría de las veces te aplastaban como una apisonadora.

– No sabía que Carlin estuviera metido en esto -dije.

– Está en el centro. Está relacionado con la juez desde hace tiempo y ella lo usó para conectar con Vincent. Este lo usó para entregar el dinero. Luego, cuando Vincent empezó a sentir un sudor frío porque el FBI estaba husmeando, Carlin se enteró y se lo dijo a la juez. Holder pensó que la mejor manera era desembarazarse del eslabón más débil y ella y su marido enviaron a McSweeney a ocuparse de Vincent.

– ¿Cómo se enteró? ¿Wren Williams?

– Sí, eso creemos. Carlin se la cameló para controlar a Vincent. No da la impresión de que supiera lo que estaba pasando. No es lo bastante lista.

Asentí y pensé en cómo encajaban todas las piezas.

– ¿Y McSweeney? ¿Sólo hizo lo que le ordenaron? La juez le decía que matara a alguien y él simplemente lo hacía.

– Para empezar, McSweeney era un estafador antes de ser un asesino, así que no creo ni por un momento que nos esté diciendo toda la verdad. Pero dice que la juez puede ser muy persuasiva. De la forma en que ella se lo explicó, o caía Vincent o caían todos. No había elección. Además, le prometió incrementar su parte después de que terminara el juicio y ganaran el caso.

– Entonces, ¿cuáles son los cargos?

– Conspiración para cometer asesinato, corrupción, y eso es sólo la primera ola. Habrá más después. No era la primera vez. McSweeney nos dijo que había estado en cuatro jurados en los últimos siete años. Dos absoluciones y dos nulos. Tres tribunales diferentes.

Silbé mientras pensaba en algunos de los grandes casos que habían terminado con absoluciones desconcertantes o jurados sin veredicto en años recientes.

– ¿Robert Blake?

Bosch sonrió y negó con la cabeza.

– Ojalá -dijo-. O.J. también. Pero no trabajaban entonces. Esos casos los perdimos nosotros solos.

– No importa. Esto va a ser enorme.

– Lo más grande que he tenido.

Cruzó los brazos y miró por encima del hombro a la vista.

– Aquí tiene Sunset Strip y yo tengo Universal -dijo. Oí que la puerta se abría y al mirar por encima del hombro vi a Hayley asomándose.

– ¿Papá?

– Dime, Hay.

– ¿Pasa algo?

– Todo está bien. Hayley, éste es el detective Bosch. Es policía.

– Hola, Hayley -dijo Bosch.

Creo que fue la única vez que le vi una sonrisa auténtica.

– Hola -saludó mi hija.

– Hayley, ¿te has comido los cereales? -pregunté.

– Sí.

– Vale, entonces puedes ver la tele hasta que sea hora de salir.

Mi hija desapareció en el interior de la casa y cerró la puerta. Miré el reloj. Todavía tenía diez minutos antes de que tuviéramos que salir.

– Es una niña muy guapa -dijo Bosch.

Asentí.

– He de hacerle una pregunta -añadió-. Usted puso todo esto en marcha, ¿no? Envió esa carta anónima al juez.

Pensé un momento antes de responder.

– Si digo que sí ¿voy a convertirme en testigo?

Al fin y al cabo no me habían llamado al jurado de acusación federal. Con McSweeney contándolo todo, aparentemente no me necesitaban. Y ahora no quería cambiar eso.

– No, es sólo para mí -dijo Bosch-. Sólo quiero saber si hizo lo correcto.

Consideré no decírselo, pero en última instancia quería que lo supiera.

– Sí, fui yo. Quería a McSweeney fuera del jurado y luego ganar el caso limpiamente. No esperaba que el juez Stanton cogiera la carta y consultara con otros jueces al respecto.

– Llamó a la presidenta del Tribunal Superior y le pidió consejo.

Asentí.

– Tuvo que ser eso lo que pasó -inferí-. La llamó sin saber que ella había estado detrás desde el principio. Luego ella avisó a McSweeney, le dijo que no se presentara en el tribunal y después lo usó para tratar de hacer limpieza.

Bosch asintió como si estuviera confirmando cosas que ya sabía.

– Y usted formaba parte de lo que había que limpiar. Ella debió de adivinar que le envió la carta al juez Stanton. Sabía demasiado y tenía que morir, como Vincent. No fue por la historia del periódico, fue por darle la nota al juez Stanton.

Negué con la cabeza. Mis propias acciones casi me habían llevado a la muerte en forma de una caída desde Mulholland.

– Creo que fui muy estúpido.

– Eso no lo sé. Todavía está en pie. Después de hoy, ninguno de ellos lo estará.

– Ahí queda eso. ¿A qué clase de trato llegó McSweeney?

– Sin pena de muerte y con reconsideración. Si todo el mundo es condenado, entonces probablemente le caerán quince. En el sistema federal eso significa que cumplirá trece.

– ¿Quién es su abogado?

– Tiene dos: Dan Daly y Roger Mills.

Asentí. Estaba en buenas manos. Pensé en lo que Walter Elliot me había contado: que cuanto más culpable eras, más abogados necesitabas.

– No es mal trato por tres asesinatos -dije.

– Un asesinato -me corrigió Bosch.

– ¿Qué quiere decir? Vincent, Elliot y Albrecht.

– Él no mató a Elliot y Albrecht. Esos dos no concuerdan.

– ¿Qué está diciendo? Los mató a ellos y luego trató de matarme a mí.

Bosch negó con la cabeza.

– Trató de matarle a usted, pero no mató a Elliot y Albrecht. Era un arma diferente. Además, no tenía sentido. ¿Por qué iba a tenderles una emboscada a ellos y luego tratar de hacer que usted pareciera un suicida? No está relacionado. McSweeney está limpio en Elliot y Albrecht.

Me quedé en desconcertado silencio un buen rato. Durante los últimos tres días había creído que el hombre que había matado a Elliot y Albrecht era el mismo que había tratado de matarme a mí y que estaba a buen recaudo en manos de las autoridades. De pronto, Bosch me estaba diciendo que había un segundo asesino suelto.

– ¿Tienen alguna idea en Beverly Hills? -pregunté al fin.

– Ah, sí, están convencidos de que saben quién lo hizo. Pero nunca presentarán cargos.

Los golpes seguían llegando. Una sorpresa detrás de otra.

– ¿Quién?

– La familia.

– ¿Se refiere a la familia con F mayúscula? ¿Crimen organizado?

Bosch sonrió y negó con la cabeza.

– La familia de Johan Rilz se ocupó de ello.

– ¿Cómo lo saben?

– Indentaciones. Las balas que sacaron de las víctimas eran nueve milímetros parabellum; casquillo de latón y fabricadas en Alemania. El Departamento de Policía de Beverly Hills sacó el perfil de la bala y lo equiparó con una Mauser C-96, también fabricada en Alemania. -Hizo una pausa para ver si tenía preguntas. Al no haberlas, continuó-. En el Departamento de Policía de Beverly Hills creen que es casi como si alguien mandara un mensaje.

– Un mensaje desde Alemania.

– Exacto.

Pensé en Golantz diciéndole a la familia Rilz cómo iba a arrastrar a Johan por el fango durante una semana. Se habían ido antes que ser testigos de eso. Y mataron a Elliot para evitarlo.

– Parabellum -dije-. ¿Sabe latín, detective?

– No fui a la facultad de derecho. ¿Qué significa?

– «Prepara la guerra.» Es parte de un dicho: «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». ¿Qué pasará ahora con la investigación?

Bosch se encogió de hombros.

– Conozco a un par de detectives de Beverly Hills que tendrán un bonito viaje a Alemania. Enviarán a su gente en clase business con asientos que se doblan en camas, darán los pasos necesarios y cumplirán con la diligencia debida. Pero si lo hicieron bien, no ocurrirá nunca nada.