– No está -dijo abruptamente.
– ¿Qué es lo que no está?
– Su portátil. La policía me dijo que el asesino se llevó su maletín del coche. Lo guardaba todo en su portátil.
– ¿Se refiere a su calendario? ¿No tenía una copia en papel?
– Eso tampoco está, se llevaron su portafolios. Estaba en el maletín.
La mujer tenía la mirada perdida. Di un golpecito encima de la pantalla del ordenador de su escritorio.
– ¿Y este ordenador? -pregunté-. ¿No hacía copia de su calendario en ningún sitio?
No dijo nada, así que volví a preguntar.
– ¿Jerry hacía copia de su calendario en algún otro sitio? ¿Hay alguna forma de acceder a ella?
La mujer finalmente me miró y me dio la sensación de que disfrutaba con la respuesta.
– Yo no actualizaba el calendario, lo hacía él. Lo guardaba todo en su portátil y mantenía una copia en papel en el viejo portafolios que llevaba. Pero han desaparecido las dos cosas. La policía me ha hecho buscar en todas partes aquí, pero ha desaparecido.
Asentí con la cabeza. El calendario que faltaba iba a suponer un problema, pero no era insuperable.
– ¿Y los expedientes? ¿Tenía alguno en el maletín?
– Creo que no. Guardaba todos los expedientes aquí.
– Bueno. Lo que vamos a tener que hacer es sacar todos los casos activos y reconstruir el calendario a partir de los archivos. También necesitaré ver todos los libros de contabilidad y talonarios de cheques de la cuenta de fideicomiso y la operativa.
Me miró con cara de pocos amigos.
– No se va a llevar su dinero.
– No se… -Me detuve, respiré hondo y empecé de nuevo con un tono calmado pero directo-. Para empezar, le pido disculpas. He empezado por el final. Ni siquiera conozco su nombre. Empecemos otra vez, ¿cómo se llama?
– Wren.
– ¿Wren? ¿Wren qué?
– Wren Williams.
– Muy bien, Wren, deje que le explique algo. No es su dinero, es el dinero de sus clientes y hasta que ellos digan lo contrario, sus clientes son ahora los míos. ¿Lo entiende? Oiga, le lie dicho que soy consciente de la agitación emocional del día y del shock que está experimentando. Yo también lo estoy expelí mentando en parte. Pero ha de decidir ahora mismo si está conmigo o contra mí, Wren. Porque si está conmigo, necesito que me consiga las cosas que le he pedido, y voy a necesitar que trabaje con mi gerente de casos en cuanto ella llegue aquí. Si está contra mí, entonces necesito que se vaya a su casa inmediatamente.
Wren Williams negó lentamente con la cabeza.
– Los detectives me han dicho que me quede hasta que ellos hayan terminado.
– ¿Qué detectives? Sólo quedaban un par de agentes uniformados allí cuando he llegado.
– Los detectives de la oficina del señor Vincent.
– ¿Ha dejado…?
No terminé. Pasé al otro lado del mostrador y me dirigí hacia las dos puertas de la pared del fondo. Elegí la de la izquierda y la abrí.
Entré en la oficina de Jerry Vincent. Era grande y opulenta y estaba vacía. Giré en redondo hasta que me descubrí mirándome en los ojos saltones de un gran pez montado en la pared sobre una credencia de madera oscura situada junto a la puerta por la que había entrado. El pez era de un verde hermoso, con el vientre blanco. Su cuerpo estaba arqueado como si se hubiera congelado en el preciso instante en que había salido del agua, y tenía la boca tan abierta que podría haber metido el puño por ella.
Clavada en la pared, debajo del pez, había una placa de latón. Decía:
Si hubiera mantenido la boca cerrada
no estaría aquí
«Un lema de vida», pensé. La mayoría de los acusados en casos penales acaban en prisión por bocazas. Pocos logran salir hablando. El mejor consejo que he dado nunca a un cliente es que mantuviera la boca cerrada: no hables con nadie de tu caso, ni siquiera con tu mujer. Te reservas la opinión. Te acoges a la Quinta y sobrevives para luchar al día siguiente.
El sonido inconfundible de un cajón de metal abriéndose y luego cerrándose de golpe me hizo volver. Al otro lado de la habitación había otras dos puertas. Ambas estaban abiertas aproximadamente un palmo y una de ellas daba a un cuarto de baño en penumbra. A través de la otra vi luz.
Me acerqué rápidamente a la sala iluminada y abrí la puerta del todo. Era la sala de archivos, un gran vestidor sin ventanas con filas de archivadores de acero a ambos lados. Había una pequeña mesita de trabajo apoyada contra la pared del fondo.
Vi a dos hombres sentados a la mesa de trabajo, uno mayor y el otro joven. Probablemente uno estaba allí para enseñar y el otro para aprender. Se habían quitado las chaquetas y las habían colgado en las sillas. Me fijé en las pistolas y las cartucheras y en las placas enganchadas a sus cinturones.
– ¿Qué están haciendo? -pregunté con brusquedad.
Los hombres levantaron la mirada de su lectura. Reparé en una pila de carpetas que había en la mesa entre ambos. Los ojos de los detectives se ensancharon momentáneamente por la sorpresa cuando me vieron.
– Policía de Los Ángeles -dijo el mayor-. Y supongo que debería hacerle la misma pregunta.
– Estos son mis archivos y van a tener que dejarlos ahora mismo.
El hombre más mayor se levantó y vino hacia mí. Otra vez empecé a sacar la orden judicial de mi chaqueta. -Me llamo…
– Sé quién es -dijo el detective-, pero todavía no sé lo que está haciendo aquí.
Le entregué la orden judicial.
– Entonces, esto debería explicarlo. La presidenta del Tribunal Superior me ha nombrado abogado sustituto de los clientes de Jerry Vincent. Eso significa que sus casos son ahora mis casos. Y no tiene derecho a estar aquí dentro mirando estos archivos; es una clara violación de los derechos de protección de mis clientes contra el registro e incautación ilegales. Estos expedientes contienen comunicaciones e información confidencial abogado-cliente.
El detective no se molestó en mirar los papeles. Rápidamente pasó a la firma y la fecha en la última página. No se mostró muy impresionado.
– Vincent ha sido asesinado -dijo-. El motivo podría estar en estos archivos. La identidad del asesino podría estar en uno de ellos. Hemos de…
– No, no han de hacerlo. Lo que han de hacer es salir de aquí ahora mismo.
El detective no movió ni un músculo.
– Considero esto parte de una escena del crimen. Es usted quien ha de marcharse.
– Lea la orden, detective. No me voy a ninguna parte. Su escena del crimen está en el garaje, y ningún juez de Los Ángeles le dejaría extenderla a esta oficina y estos archivos. Es hora de que se vaya y de que yo me ocupe de mis clientes.
No hizo ningún movimiento para leer la orden judicial ni para abandonar el local.
– Si me voy, cerraré este lugar y lo precintaré.
Odiaba meterme con la policía en disputas de a ver quién mea más lejos, pero en ocasiones no había alternativa.
– Si lo hace, conseguiré que lo desprecinten en una hora. Y usted estará ante la presidenta del Tribunal Superior explicando cómo ha violado los derechos de todos y cada uno de los clientes de Vincent. En función del número de clientes de que estemos hablando, eso podría ser un récord, incluso para el Departamento de Policía de Los Ángeles.
El detective me sonrió como si le hicieran cierta gracia mis amenazas. Levantó la orden judicial.
– ¿Dice que esto le da todos estos casos?
– Exacto, por ahora.
– ¿Todo el bufete?
– Sí, pero cada cliente decidirá si quiere quedarse conmigo o buscar a otra persona.
– Bueno, supongo que eso le pone en nuestra lista.
– ¿Qué lista?
– Nuestra lista de sospechosos.
– Eso es ridículo. ¿Por qué iba a estar en esa lista?
– Acaba de decírnoslo: ha heredado todos estos clientes de la víctima. Eso equivale a unas ganancias llovidas del cielo, ¿no? El está muerto y usted se queda con todo el negocio. ¿Cree que eso es móvil suficiente para el crimen? ¿Le importa decirnos dónde estuvo anoche entre las ocho y la medianoche?