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Y sin embargo en esos mismos días ella vivía una pasión tumultuosa y a la vista de todos con Sofía Parnok, una poetisa de segundo rango.

El reencuentro en Berlín fue difícil. El tiempo los había cambiado. Eran otros y desde entonces lo siguieron siendo hasta el fin. Serguéi descubrió que en el poco tiempo que Marina pasó en Alemania esperándolo, mantenía relaciones amorosas con alguien más. Se lo escribió a un amigo común, el poeta Voloshin, en cuya casa de campo en Yalta se conoció la pareja. En esa carta decía que había descubierto que Marina tenía un amante; ofenderse por eso no tenía sentido, siete años habían pasado sin verse y en todo ese tiempo ella había sido libre como lo habían convenido al casarse. Le escribía por algo más serio, anunciarle que primero había pensado disolver el matrimonio, y decidido abandonar a Marina. Lo enfermaban sus estúpidos amoríos, que el último amante, del que ella decía estar apasionada como nunca, era un hombre deleznable, un Casanova de segunda categoría; que su pasión de joven por ella había desaparecido, que había pensado dejarla sola, pero reflexionando más tarde decidió sacrificarse, pues sabía que Marina era débil y no lograría sobrevivir esas malas experiencias sin ayuda suya. Marina, por su cuenta, le escribía a una amiga que le era imposible vivir con Serguéi, que su sola presencia le corroía el alma. Pero sabía que sin ella él perecería, "después de todo, vine desde tan lejos para reunirme con Serguéi. Sin mí se acabaría, por la sencilla razón de que es incapaz de manejar por sí mismo su vida". Ambos se convencieron de haberse sacrificado el uno por el otro para salvar su matrimonio. Para Marina la crisis fue intensa, grave, salió de ella destrozada en alma y cuerpo, pero como era sabido, cada uno de esos desastres invariablemente potenciaban sus poderes creativos. A partir de entonces, el matrimonio revistió otra forma. Efrón perdió cara ante sus compañeros en Praga; la cercanía del amante de Marina le resultaba extremadamente violenta, habían sido amigos desde jóvenes, ambos oficiales en el Ejército Blanco, y en Praga estudiaban juntos en la Facultad de Filología. A partir de entonces se inicia la intimidad entre padre e hija. Un pacto tácito de solidaridad para toda la vida.

No deja de ser paradójico que, desaparecidos todos, y de la manera atroz como se consumó el fin, el legado literario de Marina Tsvietáieva perdure gracias a esa hija tan alejada de ella en los quince últimos años de su vida, y que ella haya puesto toda la energía que le restaba después de sufrir quince años de castigo, para ordenar su archivo, reunirlo y clasificar los textos inéditos y su correspondencia. No se convirtió en una vida vicaria, sino triunfante. En sus últimos veinte años, Ariadna fue la madre de Marina, su conductora, el ama de su destino. Sin ella, no la podríamos leer.

23 de mayo

Sí, otra vez en Leningrado. Contra todo lo previsto el tiempo es magnífico, perfectamente luminoso y casi tibio. Me instalaron en el Europeiski, el hotel imperial donde estuve alojado la última vez hace siete u ocho años, para estar presente en la inauguración de la muestra de Orozco en el Ermitage. A media mañana hice una visita de cortesía a la Unión de Escritores de la ciudad, un palacio bellísimo con interiores rococó que combina fatal con los muebles de oficina soviética y sobre todo con las funciones de ese cementerio. En ningún momento pude acercarme a un tema actual. Se me ocurre que de Moscú habrán informado lo mal que me porté allí y que hayan dado instrucciones para que en la reunión con escritores locales me mantengan callado. Los escritores que me recibieron sólo hablaron de literatura (por así decirlo) y tan sólo sobre la importancia del paisaje en la narrativa rusa. Hablaban y gesticulaban con brío; aún no terminaba uno su monólogo, cuando ya otro salía en su relevo, un juego de preguntas y respuestas. Alguien hacía una pregunta retórica y artificiosa como ¿no es, acaso, la literatura rusa soviética la que más ha enaltecido a la naturaleza, desde la revolución hasta nuestros días?, cuando el de enfrente respondía: Pero, claro, desde luego, el bosque, el río y el mar son los temas que nosotros más cultivamos, también el desierto, la estepa, la tundra, lagos tan grandes que parecen océanos, todo lo tenemos y a todo le cantamos. Y sólo faltaba que aparecieran balalaikas y se pusieran a cantar en honor de cada una de esas conformaciones de la costra terrestre y también, de paso, de la fauna y los minerales; y entre tanto bebíamos café, comíamos galletas, postres; y cuando los platos se vaciaron, se pusieron de pie, me agradecieron la visita, me acompañaron al portón y cuando me di cuenta estaba ya en la calle. Por la tarde, una obra de teatro rusa contemporánea sobre problemas familiares, la incomunicación entre generaciones; me aburrió tanto que aproveché el intermedio para escabullirme. Me lancé a la calle y caminé, caminé, caminé durante varias horas. ¡Qué esplendor! ¡Vaya!¡Nada tan espléndido, intenso y trágico como esta ciudad! ¡Qué melancolía! Un trozo del paseo lo hice conversando con un periodista uzbeko, a quien conocí en la librería de lance de la calle Gorki. Hablamos, hasta donde me daba el ruso, de literatura y de ciudades. Se asombró de que conociera su país: Tashkent, Samarcanda, Bujara. Tampoco él quiso hablar sobre la actualidad política y social del país, y desvió las pocas preguntas que aventuré, como si no tuviera el menor interés por lo que sucedía en esos días, lo que significa que los movimientos actuales no le resultaran gratos, o que fuera excesivamente cauto y, al no conocerme de nada, lo mejor sería mantenerse en silencio para evitar un conflicto en su trabajo, por ejemplo. Llegué a mi cuarto hace una media hora. Leí unas cuantas páginas de La nave blanca, de Chinguiz Aitmatov, y subrayé algunas líneas: "Se dice, y no en vano, que la gente no perdona a quien no se sabe hacer respetar. El no lo sabía… Era un buenazo, y a primera vista se le notaba esa ingrata calidad humana". Luego entresaqué de una revista italiana otra cita de un diario de Canetti. El día que la escribió cumplía cincuenta y cinco años: "Quiero aprender otra vez a hablar, a los cincuenta y cinco años: no se trata de aprender una nueva lengua, sino de hablar. Desprenderme de los prejuicios, aun cuando no quede otra cosa importante. Volver a leer los grandes libros, los haya leído o no. Escuchar a la gente, sin desear vencerla, sobre todo a la que nada tiene que enseñar. Dejar de pensar en el miedo como medio de consumación. Combatir a la muerte, sin dejar de llevarla en la boca durante todo el tiempo. Con un único lema: valor y honradez…" Yo, el que transcribe esos pensamientos, cumpliré dentro de tres años los cincuenta y cinco… los que tenía Canetti cuando escribió esas palabras… Aprender el lenguaje, aprender a hablar, y aprender que no tiene uno que desear ser respetado… que la vida es otra cosa mucho más misteriosa y más sencilla… por ahí debe estar el camino. Me esforzaré en el intento, con valor y honradez, hasta donde pueda. ¡Ojalá!

24 de mayo

Amanecí con un mal humor del carajo. Aún no acabo de saber si iré a Georgia, y de ser así, cuándo y por cuántos días. Hice un largo recorrido por las partes del viejo Leningrado. Advierto que no sé nada de la ciudad, o muy poco. Me pasa lo mismo cuando vuelvo a Roma, en donde viví unos meses en plena juventud, a Venecia, a donde he ido en muchas ocasiones, y a Praga, donde resido desde hace tres años. Me emociono al llegar y me quedo atónito ante el esplendor de esas ciudades deslumbrantes, me doy cuenta de que sigo enamorado de ellas, pero descubro también que estoy muy lejos de conocerlas, que no he logrado traspasar el umbral, que a duras penas voy acercándome a ellas, y a veces ni eso. Se me ha vuelto una necesidad inaplazable releer Petersburgo, de Andréi Bély, tal vez la novela rusa más importante de este siglo. Mann la leyó en su juventud y esa lectura lo marcó para siempre. Detestaba entonces que la novela no se hubiera quedado en Stendhal, Tolstoi o Fontane. Eran extraordinarios, quién podía dudarlo, pero en Bély encontraba una forma paródica, casi secreta. Las escenas cumbres, los climax violentos en que abunda el relato están bañados de una suave sorna que casi nadie percibió en su tiempo. Él sí, y comenzó a estudiar la construcción de situaciones que pudieran combinar el pathos con la caricatura. Las manchas de la tuberculosis en los pulmones de Mme. Chauchet contempladas en una radiografía por Hans Castorp y el espasmo verbal, la riquísima retórica con que ese joven nos pone al tanto de su pasión amorosa a través de esas manchas, son un ejemplo. Me gustaría leer las otras novelas de Bély: Las palomas de plata y Kotik Letaev, la más experimental, un monólogo intrauterino que lucha, a través de balbuceos, por alcanzar algún sentido, y más aún, empaparme de la literatura asombrosa de principio de siglo al final de los diez y los veinte: Ajmátova, Rozánov, Kuzmín, Tsvietáieva, Mándelstam, Tiniánov, Pasternak, Platónov y Jléknikov, para algunos este último es el poeta formalmente más radical de la época. Tanto Sklovski como Ripellino, que lo han estudiado a conciencia, están acordes en que es el auténtico transformador de la lírica rusa, que la libera del simbolismo y la dirige a la vanguardia, al futurismo concretamente. Por la tarde, una excursión agradable a la casa museo de Repin, pintor de fin de siglo; los rostros que conocemos de las grandes figuras del XIX se los debemos a éclass="underline" Tolstoi, Turguéniev, toda la flota. La casa está en la península de Karelia, a unos cuantos pasos de la frontera de Finlandia. Me aburrí en la excursión, seguí rumiando mi pesar de haberme distanciado de los rusos. Hay sólo un libro mío que no me hace ruborizar, Vals de Mefisto, tal vez porque cuando lo escribí, el dilatado periodo que viví en Moscú me había sumergido de tiempo completo en esas aguas. Y en la noche en el Teatro Mali, un Eugenio Oneguin perfecto. De Tchaikovski lo único que realmente me interesa son sus óperas. Orquesta, voces, dirección musical y de escena, escenografía, todo resultó notable en esa ópera maestra. Salí del teatro refrescadísimo. Feliz por descubrir que mi amor a la ópera no se ha extinguido, como a veces había temido. ¡Qué bodrios tuve que soportar en México en los últimos años! Recuerdo unos Puritanos de Donizetti, que me llevó a ver Luz del Amo en Bellas Artes para tranquilizarme la noche anterior a mi examen de regularización en el Servicio Exterior, y aún se me repiten los escalofríos al recordar tal función. Pero también en Praga puede uno conocer esas amarguras: por abulia, por desolación, por haraganería, la ópera se ha convertido en algo tedioso, salvo cuando llega una figura internacional importante, entonces los cantantes y la orquesta dan de sí todo lo que pueden y la mejoría es evidente. En el intermedio se oía tanto finés como ruso. Se me antoja ferozmente salir a la calle. Pero me contengo. Pienso en las ciudades: en Praga, en Moscú y en Leningrado. Praga es una de las ciudades más hermosas del mundo, de todos es sabido, la más hermética. Pero la desesperanza de sus habitantes crea una atmósfera gris que todo lo permea y se le introduce a uno hasta la médula. Moscú tiene maravillas, las iglesias del Kremlin, San Basilio, antiguos barrios, pero también grandes zonas de arquitectura horrenda. Las monumentales torres que construyó el estalinismo son verdaderos espantos, la megalomanía del hormigón y el cemento armado. Una arquitectura que evidencia un desprecio absoluto a los sueños, a cualquier juego. Sin embargo la ciudad está viva, por todas partes se siente su respiración. En el mismo momento en que escribo esto habrá millares de moscovitas enfrentados abiertamente, discuten, se solidarizan, querrán asesinarse. Leningrado, la ciudad de Pedro, es también una maravilla, mucho más que eso, ¿no es cierto? Pero en estos dos días no he sentido su palpitación. Claro, allá tengo amigos, o conocidos, y aquí ninguno y eso hace una diferencia capital. Pero allá si se toca un tema político, hasta los desconocidos dicen lo que les parece. Son partidarios o enemigos de algo. Aquí cuando he tratado cautamente de hablar de lo que pasa en el país encuentro evasión, silencios, corteses cambios de tema…