– Mi marido acaba de tomar una «decisión ejecutiva». -Miró a Greg con manifiesta rabia. Él era como un hermano para ella.
– Vaya. ¿Estoy despedido? -Greg bromeaba. Sus índices de popularidad eran casi tan altos como los de ella, pero con Jack, nadie podía estar seguro de su posición. Era capaz de tomar decisiones súbitas, aparentemente irracionales y no negociables. Pero, que él supiera, Greg le caía bien a Jack.
– No es tan dramático, gracias -se apresuró a tranquilizarlo Maddy-. Le dijo a la primera dama que yo participaría en su Comisión sobre la Violencia contra las Mujeres sin molestarse en consultarme antes.
– Creí que te gustaban esas cosas -dijo Greg arrellanándose en el sillón situado delante del escritorio mientras ella se sentaba elegantemente en su silla.
– Esa no es la cuestión, Greg. Me gusta que me consulten. Soy una adulta.
– Seguramente pensó que querrías hacerlo. Ya sabes lo tontos que son los hombres. Olvidan pasar por todos los pasos entre la a y la z y dan ciertas cosas por sentadas.
– Sabe cuánto detesto que haga eso. -Pero los dos sabían también que Jack tomaba muchas decisiones por ella. Las cosas habían sido siempre así. Él insistía en que sabía qué era lo mejor para Maddy.
– Lamento ser yo quien te dé la noticia, pero acabamos de enterarnos de otra «decisión ejecutiva» que debió de tomar ayer. Se filtró desde el monte Olimpo poco antes de que tú llegaras. -Greg no parecía complacido. Era un afroamericano apuesto con un estilo de vestir informal, largas piernas y porte elegante. De pequeño había querido ser bailarín, pero había acabado en el mundo del periodismo y amaba su trabajo.
– ¿De qué hablas? -Maddy parecía preocupada.
– Ha eliminado una sección entera del programa. Nuestro comentario político de las siete y media.
– ¿Qué? A la gente le encanta esa sección. Y a nosotros nos gusta hacerla.
– Quiere más noticias fuertes a las siete y media. Han dicho que es una decisión basada en los índices de audiencia. Quieren que probemos esta nueva estrategia.
– ¿Por qué no nos consulto?
– ¿Desde cuándo nos consulta algo, Maddy? Vamos, nena, tú lo conoces mucho mejor que yo. Jack Hunter toma sus decisiones sin consultar a las celebridades que aparecen en la pantalla. No es precisamente una noticia de última hora.
– Mierda -dijo con furia y se sirvió una taza de café-. Muy bonito. Así que desde ahora nada de comentarios, ¿no? Es una reverenda estupidez.
– Yo pensé lo mismo, pero papá sabe lo que hace. Han dicho que si la gente protesta, quizá vuelvan a poner la sección en el informativo de las cinco. Pero por el momento, no harán nada.
– Genial. Dios, al menos podría habérmelo advertido a mí.
– Como hace siempre, ¿no, Pocahontas? Dame un respiro. Afrontémoslo: somos simples mandados.
– Sí, supongo que sí.
Maddy rumió su rabia en silencio durante un minuto y luego se puso a trabajar con Greg, discutiendo a qué mujer congresista de la lista entrevistarían en primer lugar. Eran casi las once cuando terminaron, y Maddy salió a hacer recados y a comer un bocadillo. Regresó a su despacho a la una y reanudó su trabajo con las entrevistas. Permaneció ante su escritorio durante toda la tarde y a las cuatro, cuando entró en la sala de peluquería y maquillaje, se encontró con Greg y charlaron de las noticias de esa tarde. De momento no había ninguna importante.
– ¿Ya le has abierto la cabeza a Jack por lo que hizo con nuestra sección de comentarios? -preguntó él con una sonrisa.
– No, pero lo haré más tarde, cuando lo vea.
Nunca lo veía durante el día, pero casi siempre se marchaban del trabajo juntos. A menos que él tuviera que asistir a alguna reunión, en cuyo caso Maddy se iba a casa sola y lo esperaba allí.
Las noticias de las cinco marcharon bien, y ella y Greg se quedaron conversando, como de costumbre, mientras esperaban el momento de volver a salir en antena. Terminaron a las ocho, y Jack apareció mientras ella salía del plató. Maddy saludó a Greg, se quitó el micrófono, cogió su bolso y salió con Jack. Habían prometido pasar un momento por una fiesta en Georgetown.
– ¿Qué demonios ha pasado con nuestra sección de comentarios? -preguntó mientras viajaban a toda velocidad hacia Georgetown.
– Los sondeos demuestran que la gente se había aburrido de ella.
– Tonterías, Jack, les encantaba.
– Eso no es lo que oímos -repuso él con firmeza, impasible ante el comentario de Maddy.
– ¿Por qué no me lo comentaste esta mañana? -Aún parecía indignada.
– La noticia debía llegarte por los canales apropiados.
– Ni siquiera me consultaste. Habría sido un detalle, ¿sabes? Creo que has tomado una decisión equivocada.
– Ya veremos qué dicen los índices de audiencia.
Ya estaban en la fiesta de Georgetown y se separaron, perdiéndose entre la multitud. Maddy no volvió a ver a Jack hasta dos horas después, cuando él fua a buscarla y le preguntó si quería marcharse. Los dos lo estaban desando; había sido un día muy largo y la noche anterior, debido a la cena en la Casa Blanca, también se habían acostado tarde.
No hablaron mucho en el trayecto a casa, pero Jack le recordó que al día siguiente iría a comer a Camp David con el presidente.
– Te veré en el avión a las dos y media -dijo con aire distraído.
Todos los fines de semana iban a Virginia, donde Jack había comprado una granja un año antes de conocer a Maddy. Él adoraba ese lugar, y ella había acabado por acostumbrarse a él. Tenía una casa laberíntica y cómoda, rodeada por kilómetros de tierra. Había cuadras y algunos purasangre. Pero a pesar del bonito paisaje, Maddy siempre se aburría durante su estancia allí.
– ¿No podríamos quedarnos en la ciudad este fin de semana? -preguntó con esperanza mientras entraban en la casa, después de que Charles los dejase en la puerta.
– No. He invitado al senador McCutchins y a su esposa a pasar el fin de semana con nosotros. -Tampoco se lo había dicho.
– ¿Otro secreto? -preguntó Maddy, irritada. Detestaba que él no la consultase en situaciones semejantes. Lo mínimo que podía hacer era avisarle que tendrían visitas.
– Lo lamento, Maddy, he estado muy ocupado. Esta semana he tenido muchas cosas en la cabeza. Hay problemas en la oficina. -Ella sospechó que estaba preocupado por la reunión en Camp David. Sin embargo, habría podido avisarle que los McCutchins pasarían el fin de semana con ellos. Jack lo admitió con una sonrisa tierna-. Ha sido una falta de consideración por mi parte. Lo siento, pequeña.
Resultaba difícil seguir enfadada con él cuando hablaba de esa manera. Era un hombre encantador, y cuando ella empezaba a enfurecerse con él, descubría que era incapaz de hacerlo.
– Está bien, solo me habría gustado saberlo.
No se molestó en decirle que no soportaba a Paul McCutchins. Jack lo sabía. El senador era un gordinflón prepotente y arrogante, y su esposa le tenía terror. Siempre estaba demasiado nerviosa para decir más de un par de palabras cuando Maddy la veía, y parecía asustada de su propia sombra. Hasta sus hijos se veían nerviosos.
– ¿Llevarán a los niños?
Tenían tres hijos pálidos y lloricas de cuya compañía jamás disfrutaba Maddy, a pesar de lo mucho que le gustaban los niños. Pero no los de los McCutchins.
– Les dije que no lo hicieran -respondió Jack con una sonrisa-. Sé que no los aguantas, y no te culpo. Además, asustan a los caballos.
– Algo es algo -dijo Maddy.
Había sido una semana ajetreada, y estaba cansada. Esa noche se durmió en brazos de Jack, y ni siquiera lo oyó levantarse a la mañana siguiente. Cuando bajó a desayunar, él estaba vestido y leyendo el periódico.