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– No sufra. Tarde o temprano aparecerá.

Sin embargo, ambos se preguntaban si la encontrarían viva.

Entretanto, Maddy estaba acurrucada, abrazando al niño. Hacía horas que Anne no le hablaba. No sabía si seguía viva, pero todos sus esfuerzos por hacerla hablar habían fracasado. Maddy no tenía idea de qué hora era ni de cuánto tiempo llevaban allí. Finalmente, el niño empezó a llorar otra vez y su madre lo oyó.

– Dile que lo quiero… -murmuró Anne, sobresaltando a Maddy. Su voz sonaba espectral.

– Tienes que aguantar para decírselo tú misma -respondió Maddy, esforzándose por parecer optimista. Pero ya no lo era. Le costaba respirar, y también ella había perdido el sentido varias veces.

– Quiero que lo cuides -dijo Anne. Y tras una pausa añadió-: Te quiero, Maddy. Gracias por acompañarme. Si no te hubiera tenido a mi lado, habría estado mucho más asustada.

Maddy estaba muy asustada a pesar de la compañía de Anne y el niño, pero las lágrimas resbalaron por sus mejillas cuando se inclinó para besar en la mejilla a la joven herida, pensando en Lizzie.

– Yo también te quiero, Annie… Te quiero mucho… Te recuperarás. Saldremos de aquí. Quiero que conozcas a mi hija.

Anne asintió, como si le creyera, y sonrió en la oscuridad. Aunque no podía verla, Maddy intuyó su sonrisa.

– Mi madre solía llamarme Annie cuando aún me quería -dijo la chica con tristeza.

– Estoy segura de que todavía te quiere. Y también querrá a Andy cuando lo conozca.

– No quiero que se quede con ella -dijo la joven con voz firme y clara-. Quiero que tú te hagas cargo de mi niño. Prométeme que lo querrás.

Maddy tuvo que contener el llanto para responder; sabía que no podían permitirse el lujo de desperdiciar aire y energía llorando. Cuando iba a contestar, oyó voces a lo lejos, voces que pronunciaban su nombre.

– ¿Puede oírnos, Maddy? ¿Maddy? ¿Maddy Hunter? ¿Anne? ¿Pueden oírnos?

Habría querido dar gritos de júbilo, pero se limitó a responder en voz bien alta:

– ¡Los oímos! ¡Los oímos! Estamos aquí. -Mientras las voces se aproximaban, se dirigió a la joven-: Ya vienen a rescatarnos, Annie… Aguanta. Dentro de unos minutos, estaremos fuera.

Pero a pesar del ruido, Annie había vuelto a dormirse, y el bebé comenzó a llorar a voz en cuello. Estaba cansado, hambriento y asustado. Igual que Maddy.

Las voces continuaron acercándose hasta que sonaron a escasos centímetros de Maddy. Esta se identificó, describió lo mejor que pudo el agujero donde estaba y la situación de Anne -teniendo cuidado de no asustarla- y añadió que se encontraba bien y que tenía al niño en brazos.

– ¿El pequeño está herido? -preguntó una voz. Querían determinar qué clase de equipo de salvamento necesitaban.

– No lo sé. Me parece que no. Y yo tampoco. -Aunque tenía un gran chichón en la frente y le dolía horrores la cabeza. La madre del niño era otra historia.

A pesar de que ya los habían localizado, tardaron una hora y media en rescatarlos. Tenían que mover la tierra y el cemento muy despacio, pues temían provocar otro derrumbamiento. Maddy soltó un grito de alivio y dolor cuando un potente rayo de luz le dio en los ojos a través de un agujero del tamaño de un plato de postre. No pudo contener las lágrimas y le contó a Annie lo que ocurría, pero no obtuvo respuesta.

Mientras Maddy hablaba con sus salvadores el agujero fue agrandándose. Cinco minutos después, pasó por él al bebé y vio lo sucio que estaba cuando lo alumbraron con una linterna. Tenía sangre seca en la carita debido a un pequeño corte en la mejilla, pero sus ojos estaban muy abiertos, y a Maddy le pareció un niño precioso. Lo besó antes de entregarlo a un hombre con fuertes manos que se lo llevó de inmediato. Pero quedaban otros cuatro para rescatarlas a ella y a Annie. Media hora después, habían abierto un boquete lo bastante grande para que Maddy saliera reptando. Antes de marcharse, tocó la mano de Annie. Estaba callada y dormida, lo que quizá fuese una bendición. Sería difícil sacarla de allí, pero dos de los hombres comenzaron a intentarlo mientras Maddy avanzaba a gatas hacia la abertura del túnel. Una vez allí, la levantaron en brazos y la transportaron a través de un infernal bosque de escombros y retorcidos tubos de acero. Antes de que se diera cuenta, salieron a la luz del sol.

Eran las diez de la mañana, de manera que había pasado catorce horas atrapada entre las ruinas del centro comercial. Trató de averiguar si Andy estaba bien, pero la situación eran tan caótica que nadie la oyó. Aún estaban sacando gente y había cadáveres cubiertos con mantas, personas llorando mientras aguardaban noticias de sus familiares y trabajadores de los equipos de rescate hablando a gritos. De repente, en medio de ese caos, vio a Bill. Estaba casi tan sucio como ella debido a sus esfuerzos por ayudar a la gente. Al ver a Maddy, se echó a llorar y la cogió de los brazos del hombre que la llevaba. Lo único que podía hacer era llorar y abrazarla. No tenía palabras para explicar lo que había sentido, la magnitud de su miedo, su terrible angustia. Tardarían años en contarse mutuamente lo que habían vivido, pero ahora tenían este momento inolvidable de amor y alivio.

– Gracias a Dios -murmuró Bill mientras la entregaba a unos enfermeros.

Maddy parecía milagrosamente intacta y, olvidando a Bill por un instante, aunque todavía cogida firmemente de su mano, se volvió hacia uno de los trabajadores del equipo de salvamento.

– ¿Dónde está Annie? ¿Se encuentra bien?

– Están tratando de sacarla -dijo con tono sombrío. Esa noche había visto demasiadas tragedias, igual que todos los demás. Pero cada superviviente era una victoria. Cada uno de ellos era una bendición por la que todos habían rezado.

– Dígale que la quiero -dijo Maddy con vehemencia.

Y se volvió a mirar a Bill con ojos llenos de amor. Por un aterrador instante se preguntó si lo sucedido era un castigo por haberse enamorado de él. Pero enseguida apartó esa idea como si fuese otra piedra tratando de aplastarla; no se lo permitiría, como no había permitido que las paredes de su pequeña cueva se derrumbaran sobre Annie y Andy. Ahora le pertenecía a Bill. Tenía derecho a su amor. Había sobrevivido por esto. Por él. Y por Lizzie. Cuando la metieron en la ambulancia, Bill subió con ella sin pensarlo dos veces. Mientras se alejaban, vio por la ventanilla trasera que Rafe los miraba, llorando. Se sentía feliz por los dos.

Capítulo21

Cuando Maddy llegó al hospital, la pusieron en la unidad de traumatología, junto con el resto de las personas rescatadas en el centro comercial. Enseguida preguntó por el bebé, y le dijeron que estaba bien. Los médicos se sorprendieron de que ella no tuviese ningún hueso roto ni heridas internas; solo una pequeña contusión y algunos arañazos y hematomas sin importancia. Bill no podía creer que hubiese sido tan afortunada. Sentado a su lado, le explicó lo que sabía de lo ocurrido. La única información de que disponían hasta el momento era que la bomba había sido colocada por un grupo terrorista. Unos locos. Habían matado a más de trescientas personas, casi la mitad de las cuales eran niños. Maddy se estremeció ante semejante atrocidad.

Le contó a Bill lo que había sentido al ver que el techo se derrumbaba sobre ella y mientras había permanecido atrapada con Annie y el bebé. Esperaba que ambos sobrevivieran. Estaba preocupada por Annie, aunque no tanto como Bill lo había estado por ella. Dijo que había sido tan terrible como lo vivido con Margaret, y Maddy, comprensiva, le respondió que nadie debería pasar por una situación así dos veces en la vida.

Conversaron durante unos minutos, hasta que los médicos anunciaron que querían hacer a Maddy algunas pruebas más, solo por precaución. Entonces convinieron que Bill debía irse por si aparecía Jack. No quería causarle más problemas a Maddy.