Usó el teléfono móvil para llamar a Jack, y la secretaria le pasó la comunicación de inmediato. Por un instante había temido que no quisiera atenderla.
– Estoy en casa. He venido a recoger mis cosas -explicó-, y la llave no abre. Doy por sentado que has cambiado la cerradura. ¿Podemos pasar por la oficina para recoger la llave nueva? Te la devolveré más tarde. -Era un pedido razonable y, aunque le temblaban las manos, lo hizo con voz amable y serena.
– ¿Qué cosas? -preguntó él con aparente perplejidad-. Tú no tienes nada en mi casa.
– Solo quiero recoger mi ropa, Jack. No me llevaré nada más. -También pensaba llevarse la ropa que tenía en Virginia-. Naturalmente, también quiero mis joyas. Eso es todo. Puedes quedarte con el resto.
– Ni la ropa ni las joyas eran tuyas -dijo él con voz glacial-, sino mías. Tú no tienes nada más que lo que sea que lleves puesto, Maddy. Todo lo demás es mío. Yo lo pagué. Me pertenece.
Igual que cuando le decía que ella le pertenecía. Sin embargo, Maddy tenía las joyas y la ropa de siete años en esa casa y no había razón alguna para que no se las llevase. A menos que Jack quisiera vengarse.
– ¿Qué piensas hacer con ellas? -preguntó con serenidad.
– Hace dos días que envié las joyas a una casa de subastas. Y mandé sacar tu ropa de casa el mismo día que me dijiste que te ibas. Di órdenes de que la destruyeran.
– Mientes.
– No. Pensé que no querrías que nadie usara tu ropa, Mad -dijo como si le hubiese hecho un gran favor-. En mi casa ya no hay nada que sea tuyo. -Ni siquiera las joyas representaban una inversión importante para él. No le había regalado ninguna excesivamente cara, solo alguna que otra alhaja bonita, de manera que no sacaría una fortuna de la venta.
– ¿Cómo has podido hacer una cosa así?
Era un cabrón. Maddy seguía ante la puerta de la casa, atónita ante la mezquindad de Jack.
– Te lo dije, Mad. No me joderás. Si quieres marcharte, tendrás que pagar por ello.
– Lo he estado haciendo desde que te conocí, Jack -repuso con calma, aunque estaba temblando. Se sentía como si acabaran de robarle. Su única posesión ahora era la ropa que le había comprado Bill.
– Todavía no has visto nada -advirtió Jack con un tono tan malicioso que ella se asustó.
– Bien -respondió.
Cortó la comunicación y volvió a casa de Bill. Este estaba trabajando y la miró con sorpresa al verla llegar tan pronto.
– ¿Qué ha pasado? ¿Jack ya te había hecho las maletas?
– Podría decirse que sí. Dice que no queda nada mío. Cambió la cerradura, así que no pude entrar. Lo llamé y me dijo que puso las joyas en venta y mandó destruir mi ropa y demás efectos personales.
Era como si un incendio hubiese acabado con todo lo que tenía. No le quedaba nada. Era un acto cruel y mezquino.
– El muy cabrón. Olvídalo, Maddy. Puedes comprar cosas nuevas.
– Supongo que sí. -Pero se sentía agraviada. Y resultaría muy caro comprar un guardarropa nuevo.
A pesar de lo afectada que estaba por lo que le había hecho Jack, pasó un fin de semana agradable con Bill. Trató de prepararse para el inevitable encuentro con Jack el lunes, cuando se reincorporase al programa. Sabía que sería difícil trabajar para él, pero le gustaba su empleo y no quería dejarlo.
– Creo que deberías renunciar -sugirió Bill con sensatez-. Hay muchas cadenas que querrían contratarte.
– Por el momento, preferiría dejar las cosas como están -dijo ella, quizá con menos sensatez.
Bill no discutió. Entre el atentado y el robo de sus pertenencias por parte de quien pronto sería su ex marido, Maddy ya había sufrido suficientes situaciones traumáticas en una semana.
Pero no estaba preparada para lo que sucedió el lunes, cuando se presentó en la cadena. Bill la dejó camino de la editorial, y ella entró en el vestíbulo con su tarjeta de identificación y una valerosa sonrisa en los labios. Cuando iba a pasar por el detector de metales, vio por el rabillo del ojo que el jefe de seguridad la estaba esperando. La llevó aparte y le dijo que no podía subir.
– ¿Por qué no? -preguntó ella, sorprendida. Se preguntó si estarían haciendo un simulacro de incendios o si habrían recibido una amenaza de bomba. Hasta consideró la posibilidad de que la amenaza fuese contra ella.
– No está autorizada a subir -dijo el hombre con brusquedad-. Son órdenes del señor Hunter. Lo siento, señora, pero no puede entrar en el edificio.
No se habían limitado a despedirla. También era persona non grata. Si el guardia le hubiese pegado, no la habría sorprendido más. Le habían dado un portazo en la cara. Se había quedado sin empleo, sin posesiones, sin suerte, y por un instante sintió el pánico que Jack deseaba hacerle sentir. Lo único que necesitaba era un billete de autocar a Knoxville.
Respiró hondo, salió a la calle y se dijo que Jack no podría destruirla, por mucho que lo intentase. Todo era un castigo por haberlo abandonado. Se recordó que no había hecho nada malo. Después de las cosas que había soportado, tenía derecho a la libertad. Pero ¿que pasaría si no encontraba otro trabajo? ¿Y si Bill se cansaba de ella? ¿Y si Jack tenía razón y ella no valía para nada? Sin saber lo que hacía, echó a andar en dirección a la casa de Bill. Llegó allí una hora después, completamente exhausta.
Bill, que ya había regresado, notó que estaba blanca como un papel. En cuanto lo vio, rompió a llorar y le contó lo sucedido.
– Tranquilízate -dijo él con firmeza-, tranquilízate, Maddy. Todo se arreglará. Ya no puede hacerte daño.
– Sí que puede. Acabaré en la calle, tal como decía él. Tendré que volver a Knoxville.
Era una idea absurda, pero le habían sucedido demasiadas desgracias en poco tiempo y estaba asustada. A pesar de que tenía dinero en el banco -había ahorrado parte de su sueldo sin contárselo a Jack- y Bill estaba a su lado, se sentía como una huérfana. Era exactamente lo que Jack había previsto. Sabía muy bien que se sentiría angustiada y aterrorizada, y eso era precisamente lo que deseaba. Ahora estaban en guerra.
– No irás a Knoxville. No irás a ninguna parte, excepto a ver a un abogado. Y no será uno de los que Jack tiene en plantilla.
Una vez que Maddy hubo recuperado la compostura, Bill llamó a un abogado, y fueron a verlo juntos esa misma tarde. Había cosas que no podría conseguir, como que Jack le devolviese la ropa, pero lo obligaría a cumplir con el contrato laboral. Jack tendría que compensarla por lo que había destruido, explicó; de ninguna manera iba a librarse de pagarle una indemnización y daños y perjuicios por echarla de la cadena. Mientras Maddy lo escuchaba atónita, el abogado mencionó la posibilidad de pedir una multa millonaria por incumplimiento de contrato. No estaba indefensa ni era una víctima, como había temido en un principio, Jack pagaría caro por lo que había hecho, y también saldría gravemente perjudicado por la publicidad que generaría el conflicto.
– Eso es lo que hay, señora Hunter. Su marido no podría haber hecho las cosas peor. Puede molestarla. Puede causarle disgustos, pero no saldrá bien parado de esta. Es un blanco fácil y una figura pública. Si no accede a darle una indemnización importante, un jurado lo condenará a pagar daños y perjuicios.
Maddy sonrió como una niña con una muñeca nueva. Cuando salieron del despacho del abogado, miró a Bill con una tímida sonrisa. Con él se sentía más segura que nunca.