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Había algas amarillas en el sedal pero el viejo sabía que eso no hacía más que aumentar la resistencia del bote, y el viejo se alegró. Eran las algas amarillas del Golfo -el sargazo- las que habían producido tanta fosforescencia de noche.

- Pez -dijo-, yo te quiero y te respeto muchísimo. Pero acabaré con tu vida antes de que termine este día.

“Ojalá”, pensó.

Un pajarito vino volando hacia el bote, procedente del norte. Era una especie de curruca que volaba muy bajo sobre el agua. El viejo se dio cuenta de que estaba muy cansado.

El pájaro llegó hasta la popa del bote y descanso allí. Luego voló en torno a la cabeza del viejo y fue a posarse en el sedal, donde estaba más cómodo.

- ¿Qué edad tienes? -preguntó el viejo al pájaro-. ¿Es este tu primer viaje?

El pájaro lo miro al oírlo hablar. Estaba demasiado cansado siquiera para examinar el sedal y se balanceó asiéndose fuertemente a él con sus delicadas patas.

- Estás firme -le dijo el viejo-. Demasiado firme. Después de una noche sin viento no debieras estar tan cansado. ¿A que vienen los pájaros?

“Los gavilanes -pensó- salen al mar a esperarlos.” Pero no le dijo nada de esto al pajarito que de todos modos no podía entenderlo y que ya tendría tiempo de conocer a los gavilanes.

- Descansa, pajarito, descansa -dijo-. Luego ve a correr fortuna como cualquier hombre o pájaro o pez.

Lo estimulaba a hablar porque su espalda se había endurecido de noche y ahora le dolía realmente.

- Quédate en mi casa si quieres, pajarito -dijo-. Siento que no pueda izar la vela y llevarte a tierra, con la suave brisa que se está levantando. Pero estás con un amigo.

Justamente entonces el pez dio una súbita sacudida; el viejo fue a dar contra la proa y hubiera caído por la borda si no se hubiera aferrado y soltado un poco de sedal.

El pájaro levantó el vuelo cuando el sedal se sacudió y el viejo ni siquiera lo había visto irse. Palpó cuidadosamente el sedal con la mano derecha y notó que su mano sangraba.

- Algo la ha lastimado -dijo en voz alta y tiró del sedal para ver si podía virar el pez. Pero cuando llegaba a su máxima tensión sujeto firme y se echó para atrás para tomar contrapeso.

- Ahora lo estás sintiendo, pez -dijo-. Y bien sabe Dios que también yo lo siento.

Miro en derredor a ver si veía el pájaro porque le hubiera gustado tenerlo de compañero. El pájaro se había ido.

“No te has quedado mucho tiempo -pensó el viejo-. Pero adonde vas a ser más difícil, hasta que llegues a la costa. ¿Cómo me habré dejado cortar por esa rápida sacudida del pez? Me debo de estar volviendo estúpido. O quizás sea que estaba mirando al pájaro y pensando en él. Ahora prestaré atención a mi trabajo y luego me comeré el bonito para que las fuerzas no me fallen.”

- Ojalá estuviera aquí el muchacho y tuviese un poco de sal -dijo en voz alta.

Pasando la presión del sedal al hombro izquierdo y arrodillándose con cuidado lavó la mano en el mar y la mantuvo allí, sumergida, por más de un minuto, viendo correr la sangre y deshacerse en estela y el continuo movimiento del agua contra su mano al moverse el bote.

- Ahora va mucho más lentamente -dijo.

Al viejo le hubiera gustado mantener la mano en el agua salada por más tiempo, pero temía otra súbita sacudida del pez y se levantó y se afianzó y levantó la mano contra el sol. Era sólo un roce del sedal lo que había cortado su carne. Pero era en la parte con que tenía que trabajar. El viejo sabía que antes de que esto terminara necesitaría sus manos y no le gustaba nada estar herido antes de empezar.

- Ahora -dijo cuando su mano se hubo secado- tengo que comer ese pequeño bonito. Puedo alcanzarlo con el bichero y comérmelo aquí tranquilamente.

Se arrodilló y halló el bonito bajo la popa con el bichero y lo atrajo hacia sí evitando que se enredara en los rollos de sedal. Sujetando el sedal nuevamente con el hombro izquierdo y apoyándose en el brazo izquierdo saco el bonito del garfio del bichero y puso de nuevo el bichero en su lugar. Plantó una rodilla sobre el pescado y arrancó tiras de carne oscura longitudinalmente desde la parte posterior de la cabeza hasta la cola. Eran tiras en forma de cuña y las arrancó desde la proximidad del espinazo hasta el borde del vientre. Cuando hubo arrancado seis tiras les tendió en la madera de la popa, limpio su cuchillo en el pantalón y levantó el resto del bonito por la cola y lo tiró por sobre la borda.

- No creo que pueda comerme uno entero -dijo, y cortó por la mitad una de las tiras. Sentía la firme tensión del sedal y su mano izquierda tenía calambre. La corrió hacia arriba sobre el duro sedal y la miró con disgusto.

- ¿Qué clase de mano es esta? -dijo-. Puedes coger calambre, si quieres. Puedes convertirte en una garra. De nada te va a servir.

“Vamos -pensó, y miró al agua oscura y al sesgo del sedal-. Cómetelo ahora y le dará fuerza a la mano. No es culpa de la mano, y llevas muchas horas con el pez. Pero puedes quedarte siempre con él. Cómete ahora el bonito.”

Cogió un pedazo y se lo llevó a la boca y lo masticó lentamente. No era desagradable.

“Mastícalo bien -pensó-, y no pierdas ningún jugo. Con un poco de limón o lima o con sal no estaría mal.”

- ¿Cómo te sientes, mano? -preguntó a la que tenía calambre, y que estaba casi rígida como un cadáver-. Ahora comeré un poco para ti.

Comió la otra parte del pedazo que había cortado en dos. La masticó con cuidado y luego escupió el pellejo.

- ¿Cómo va eso, mano? ¿O es demasiado pronto para saberlo? Cogió otro pedazo entero y lo masticó.

“Es un pez fuerte y de calidad -pensó-. Tuve suerte de engancharlo a él, en vez de un dorado. El dorado es demasiado dulce. Este no es nada dulce y guarda toda la fuerza.”

“Sin embargo, hay que ser prácticos -pensó-. Otra cosa no tiene sentido. Ojalá tuviera un poco de sal. Y no sé si el sol secará o pudrirá lo que me queda. Por tanto será mejor que me lo coma todo aunque no tengo hambre. El pez sigue tirando firme y tranquilamente. Me comeré todo el bonito y entonces estaré preparado.”

- Ten paciencia, mano -dijo-. Esto lo hago por ti.

“Me gustaría dar de comer al pez -pensó-. Es mi hermano. Pero tengo que matarlo y cobrar fuerzas para hacerlo.” Lenta y deliberadamente se comió todas las tiras en forma de cuña del pescado.