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…y la fortuna otra

Marzo-abril de 1781

Si la dotación del buque de Su Majestad, Cyclops, esperaba encontrarse una espectacular línea de costa donde atracar, se llevaron una gran decepción. El litoral de las Carolinas era bajo y boscoso. Blackmore, el navegante, encontró enormes dificultades para localizar un lugar resguardado. Al final, la chalupa dio con el estuario del río Galuda en su reconocimiento de la costa.

Llegó la tarde antes de que la brisa marina le permitiera a Hope gobernar sin temor la fragata por las someras aguas.

Los sondadores soltaron los escandallos por las cadenas de proa de cada amura y la chalupa, que artillaba un cañón de proa del cuatro, sondeaba el canal gobernada por el teniente Skelton. Tras ella aguardaba cautelosa la fragata, largadas las gavias, la cangreja y las velas de estay, cercana a la costa.

El río Galuda discurría hacia el Atlántico entre dos pequeños cabos coronados por canteras. Estas dos lenguas de tierra gemelas giraban hacia el norte allí donde la corriente del río se desviaba, también, rumbo norte a causa de la corriente del Golfo. En este punto, había una barra sobre la cual la fragata tendría que navegar con sumo cuidado.

Una vez en el estuario, las riberas estaban cubiertas por un denso bosque, salpicado por arroyos y marismas a medida que el río serpenteaba hacia el interior. Sólo en la desembocadura del río, se elevaba ligeramente el terreno y alcanzaba una altura de unos treinta pies sobre el nivel del agua. Aquí, se habían cortado los árboles y construido el fuerte Frederic.

Precisamente, la atención de la Cyclops se dirigió hacia el fuerte, una vez superada la barra. El recinto dentado de la fortificación apenas era visible por encima de los árboles que lo rodeaban. Tampoco se divisaba la bandera británica en su notoria asta desnuda.

– ¿Disparamos un cañonazo, señor? -preguntó Devaux.

– No -respondió Hope. La tensión imperante emborronaba el recuerdo de su anterior discrepancia. La Cyclops se arrastraba lentamente y seguía la cantinela de los sondadores. La fragata tenía ahora los cabos de través y seguía su curso hacia el río principal; poco a poco, el fuerte se fue también descubriendo por el través. No había ni un alma, a la vista y hasta se podía respirar la desolación del abandono.

– ¡Está abandonado! ¡Cielo santo!

– Nos acercaremos a la enramada, señor Devaux -dijo el capitán, ignorando aquel arranque de Devaux-, haga el favor de ocuparse de ello.

La chalupa se acercó al costado de la fragata y pronto descendió una brigada de marineros y de infantes de marina. Drinkwater vio cómo se alejaban del navío.

Un pequeño embarcadero de madera, para uso de la guarnición, facilitó el desembarco. Wheeler avanzó con su sable desenvainado y sus hombres, desplegados en orden abierto. Drinkwater los observaba avanzar, corriendo agachados. Los marineros iban detrás, formando una falange irregular. Desde la chalupa, el cañón del cuatro los cubría.

La ocupación del fuerte Frederic se llevó a cabo sin un solo disparo. El fuerte estaba vacío; no quedaban ni hombres, ni munición ni provisiones de ningún tipo. No había pistas tampoco sobre a dónde o cuando se había marchado la guarnición. Sin embargo, sí había una atmósfera siniestra, como sucede con ciertos lugares desiertos que hizo estremecerse incluso a los más aguerridos.

Devaux, que había dirigido la brigada de reconocimiento, se dirigió a Wheeler:

– Si se va a detener aquí, será mejor que ocupemos este lugar.

Wheeler se mostró de acuerdo y dijo:

– Podemos situar cañones giratorios aquí y… veamos, allí también. Los infantes de marina pueden encargarse de ello. ¿Mantendrá una embarcación de guardia en todo momento?

Devaux sonrió a aquella figura de abrigo escarlata, con su gorjal brillando al sol. Wheeler estaba nervioso. Devaux miró alrededor mientras pensaba: «Este asunto traerá derramamiento de sangre; ni a Wheeler ni a mí nos gusta un ápice, se lo diré a Hope. Sí, desde luego, mantendremos la guardia. No dejaría ni a un perro solo en un lugar así…». Wheeler se estremeció a pesar del cálido sol. No creía en las premoniciones, pero recordó otro río de aquel país. Wheeler había perdido a su padre en el Monongahela.

Se desembarazó de aquel sentimiento opresivo. Comenzó a gritar sus órdenes a Hagan y a los marineros para que el fuerte Frederic estuviese bien defendido.

La Cyclops era un hervidero. Como «medida de precaución», Devaux hizo que los mastelerillos se abatiesen para que no pudiesen ser avistados por encima de los árboles. En el fuerte Frederic, se montaron tres cañones y tres piezas giratorias y se encargó a Wheeler, abandonados ya sus recelos, que los capitanease. Abrazó su cometido con entusiasmo y en poco tiempo se habían organizado las guardias, y las patrullas salieron en dirección a los cercanos bosques. El único pesar de Wheeler fue que Hope le prohibió izar la insignia británica en el fuerte.

– Es probable que tengamos que abandonar esta posición apresuradamente. No tengo intención de que parezca que se rinde un fuerte británico -dijo Hope a modo de explicación, y Wheeler tuvo que contentarse con ello.

Para prevenir un ataque procedente del mar, se envió a la chalupa a patrullar en las inmediaciones de la barra, gobernada por un guardiamarina y un ayudante del segundo oficial. Las demás embarcaciones se emplearon en transportar hombres y suministros a tierra.

Veinticuatro horas después de su llegada no habían entrado en contacto con nadie, amigo ni enemigo, y Hope decidió enviar una brigada de reconocimiento tierra adentro. Se aseguró un esprín a la cadena del ancla de la fragata, para que los costados pudiesen escorar hacia la ribera, corriente arriba o abajo. Sin embargo, el capitán esperaba que los problemas surgieran del mar y en todo momento había un vigía estacionado en el tope del palo mayor. Desde allí, se observaba permanentemente a la chalupa.

En la segunda noche tras su llegada, la Cyclops se había situado en una posición defensiva y se hicieron las últimas preparaciones al desplegar las redes de abordaje. Se extendieron desde los pasamanos del barco hasta una araña asegurada a los penoles inferiores. A la puesta de sol, con la roja insignia revoloteando en la popa de la Cyclops, los enfermos, que descansaban en cubierta para que tomasen el aire, fueron trasladados de nuevo abajo, pues las picaduras de los mosquitos hicieron imposible que allí permaneciesen. Pero los insectos que infestaban las orillas boscosas del río Galuda abordaron la fragata imperturbables. Los inquietos quejidos tanto de los enfermos como de los sanos, que habían de soportar el tormento de las picaduras de aquellos parásitos, fluctuaban sobre la fragata y sobre la penumbrosa agua, interrumpiendo la siniestra tranquilidad del follaje circundante.

Así pasó la Cyclops dos noches, aguardando a recibir noticias de las fuerzas británicas, o de las leales al rey.

A la mañana siguiente, se relevó a Wheeler para que asumiese el mando del destacamento de infantes de marina. Debían secundar al teniente Devaux y a una cuadrilla de marineros cuya misión era tomar una isla para realizar mediciones. Era un desesperado intento de Hope por cumplir sus órdenes; si el profeta no iba a la montaña, entonces, habría que hacer algún esfuerzo para que la montaña fuese a Mahoma…

En esto pensaba el capitán mientras secaba su frente sudorosa. Se sirvió un vaso de grog y caminó hacia la parte posterior. Las brillantes aguas del Galuda borboteaban bajo la popa de la Cyclops, chasqueando en torno a las palas del timón, que se movía ligeramente con un levísimo crujido y un suave chirriar de las cadenas asidas a la rueda.

Casi fuera de su ángulo de visión, pudo ver que la brigada de reconocimiento formaba tras el desembarco. También vio que Wheeler enviaba un piquete de avanzadilla, liderado por Hagan, y que él mismo tomaba la iniciativa con otra brigada de infantes de marina. En una columna peor formada, vio al guardiamarina Morris seguir con una cuadrilla de marineros. El guardiamarina Drinkwater cerraba la retaguardia seguido por una fila india de infantes y su cabo. La vanguardia de la columna ya había desaparecido entre los árboles cuando vio que Devaux, tras intercambiar unas palabras con Keene, ahora el capitán del fuerte, miraba hacia el barco y luego se alejaba veloz, ansioso por ser el único oficial al mando.