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– ¡Señor Blackmore!

– ¿Señor?

– Gobierne el barco, envíe a un hombre a las cadenas y un suboficial al timón. Hágale llegar al sondador la orden de que quiero que realice sus mediciones en silencio -dijo Hope, enfatizando sus últimas palabras, justo cuando llegaba Keene-. Usted, vaya a ver cómo está la cubierta, señor Keene, no quiero oír ni una sola palabra… ni una sola, ¿me entiende?

– Sí, entendido señor.

Drinkwater regresó corriendo y dijo:

– El esprín ya está cortado, señor.

– Bien hecho.

Hope se frotó las manos con una gran sonrisa, como un escolar que prepara una travesura.

– Vamos tras ellos, señor Drinkwater -le confió, señalando hacia la oscuridad, donde les esperaba La Creole-. Estará esperando que lleguemos sometidos al mando de su brigada de asedio, pero les daremos una sorpresita, ¿verdad muchacho? -dijo Hope sonriendo.

– ¡Sí, señor!

– Bien, apresúrese y encuentre a Devaux, dígale que capitanee la batería de babor y que ordene subir a los gavieros a sus puestos… ¡ah! Y que ponga hombres en las brazas.

Drinkwater salió disparado con el mensaje.

Blackmore dejaba que el viento y la corriente arrastrasen a la fragata río abajo, confiando en que les ayudaría el discurrir del agua. Cuando la fragata dejó atrás los boscosos cabos, ajustó el curso y tensó las vergas. A Drinkwater se le ordenó situarse a proa y estar ojo avizor en busca de La Creole.

Forzó sus ojos en la noche. Veía pequeños círculos de luz bailando en su campo de visión. Elevó la mirada ligeramente sobre el horizonte y, de inmediato, apareció un punto más oscuro a estribor. Se acercó el desconchado catalejo al ojo.

¡Era La Creole! ¡Y estaba anclada!

A toda prisa, volvió a popa y dijo:

– Está a dos grados a estribor, señor, y anclada.

– Muy bien, señor Drinkwater -y luego, a Blackmore-: un grado a estribor.

La voz de Blackmore contestó:

– Un grado a estribor, señor. Según creo, acabamos de dejar atrás la barra…

– Excelente. Señor Drinkwater, ate usted un cable al ancla de proa.

La Cyclops se deslizaba hacia el mar. La Creole era apenas visible contra el falso amanecer. Hope pretendía cruzar por la popa de La Creole, enfilarla y ponerse a sotavento. Cuando virase a estribor y se abarloase con el barco enemigo, echarían el ancla. Era su última ancla, exceptuando el ligero anclote, y se la estaba jugando. Explicó a sus oficiales de mayor rango lo que pretendía.

Drinkwater encontró a dos ayudantes del contramaestre y a un grupo de marineros agotados templando un cabo de ocho pulgadas, atado a la anilla del ancla de proa. I.os dos barcos se estaban acercando con rapidez.

– ¡Vosotros, rápido! -los apremió entre susurros. Los hombres lo miraron resentidos. Después de lo que pareció una eternidad, el cable estaba asegurado.

Cuando regresaba para informar de que el ancla estaba preparada, Drinkwater pasó al lado de los prisioneros. Con las prisas, los habían atado a la bita del palo trinquete y, de pronto, tuvo una idea. Si estos hombres gritaban, la ventaja de la Cyclops se iría por la borda. Entonces, se le ocurrió algo más.

Ordenó a los infantes de marina que los vigilaban que los llevasen bajo cubierta, a todos excepto al oficial francés que gruñía, tendido. Drinkwater aún tenía la espada de aquel hombre en la mano. Cortó el cabo que lo ataba a la bita.

– ¡Eh, usted, arriba! -le ordenó.

– Merde -gruñó el hombre.

Drinkwater le colocó la espada al cuello y dijo:

– ¡Arriba!

El hombre se levantó trabajosamente, bamboleándose por el mareo. El guardiamarina lo empujó hacia popa y ordenó al último infante de marina que allí quedaba que fuese a la cubierta inferior y que le abriese el cuello al primero que emitiese ni tan siquiera un quejido. Su propia ferocidad despiadada habría de sorprenderle más tarde pero, en aquel momento, parecía que aquello era lo único que podía satisfacer su insaciable afán de seguir con vida.

Llegó al alcázar.

– ¿Pero qué demonios…? -inquirió un atónito Hope, que se tranquilizó al ver tras aquel francés a uno de sus propios guardiamarinas, espada en mano.

– El ancla está preparada, señor. Pensé que este hombre nos ayudaría a despejar sospechas, señor. Puede gritarle al enemigo, señor, decirle que el barco es suyo…

– Una idea excelente, Drinkwater. Así que habla nuestra lengua, ¿eh? Debería, con esa dotación de rebeldes políglotas. Probablemente utiliza el francés para comunicarse con su comandante. Pínchelo un poco -dijo el capitán.

El hombre dio un respingo. Hope se dirigió a él en inglés, su voz extrañamente siniestra y brutaclass="underline"

– Escucha, perro francés. Tengo una vieja cuenta que saldar con los de tu raza. Mi hermano y el esposo de mi hermana murieron en Canadá y a mí me invade un deseo de venganza muy poco piadoso. Le dirás a tu comandante que el barco es tuyo y echarás el ancla a sotavento. Nada de jueguecitos. Tengo al mejor cirujano de la flota y él se encargará de ti, tienes mi palabra, pero… -Hope le echó una significativa mirada a Drinkwater y continuó- un solo paso en falso y será el último que des. ¿Entiendes, canaille?

El hombre se movió de nuevo con una mueca de dolor.

– Oui -asintió, respirando y apretando los dientes. Drinkwater lo ató a las cadenas principales. Hope dio media vuelta y dijo:

– Dígale al señor Devaux que las brigadas de cañones estén listas para pasar a la acción. Cuando se les dé la orden, quiero que abran las portas, saquen los cañones y disparen.

– Entendido, señor -dijo el mensajero antes de salir corriendo.

La Cyclops estaba a menos de cien yardas de La Creole, cruzando su popa de estribor a babor. Se oyó una llamada desde el enorme buque corsario.

– Bien, señor Drinkwater. Estimule a nuestro amigo.

El francés tomó aire.

– Ça va bien! Je suis blessé, mais la frégate est prise!

Se oyó una respuesta atravesar la corta distancia que separaba a los dos barcos:

– Bravo mon ami! Mais vôtre blessure?

El oficial francés le echó un vistazo a Drinkwater y tomó aliento:

– Affreuse! A la gorge!

Hubo un momento de silencio y luego una voz confundida que dijo:

– La gorge? Mon Dieu!

De La Creole llegó ahora un grito de entendimiento.

Hope maldijo y el francés, llevándose la mano izquierda al torso, pues el dolor de los pulmones era casi insoportable, miró triunfante a Drinkwater. Pero el guardiamarina no podía matarlo a sangre fría, ni siquiera acaba de comprender lo que había pasado…

No obstante, los acontecimientos se sucedieron a gran velocidad así que el dilema de Drinkwater no duró demasiado. El oficial francés se desmayó sobre el puente al tiempo que la dotación de La Creole corría hacia los cañones. Una racha de aire infló las gavias de la Cyclops, aumentando su velocidad, y, de pronto, la popa del corsario se acercaba de través.

– ¡Ahora Devaux! ¡Abra fuego, por lo que más quiera!

Se abrieron las portas, hubo un terrible chirrido al arrastrar la batería de estribor de cañones del doce para que asomasen sus bocas. Entonces, la colisión de costado los superó a todos e hizo balancearse a la fragata. En la oscuridad de la batería de cañones, Keene y Devaux saltaban fuera de sí, llevados por la emoción y la furia luchadora. Habían sobrecargado los cañones y, además, añadido botes de metralla. Por ello, la devastación causada a La Creole destruyó su resistencia de una sola andanada. Con el retroceso de los cañones, la Cyclops cabeceó hacia estribor. El impulso la abarloó al costado de La Creole y otra andanada penetró el casco de aquel barco que, en tiempos, fuera un inchimán. Unos cuantos valientes abrieron fuego desde el buque corsario de los americanos, pero los británicos tenían todo a favor.