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– ¿Y bien, señor? -inquirió Devaux, con cierto tono áspero en su voz.

– Bueno… señor… yo… sí, lo tengo.

– Pues entonces será mejor que se lo cuelgue en su cadera de babor.

– ¿Cómo dice, señor? -dijo el joven, frunciendo el ceño sin entender.

Devaux se rió de la expresión sorprendida de Drinkwater.

– El capitán lo asciende a tercer teniente provisional, con efecto inmediato. Puede usted trasladar su cofre y efectos personales a la cámara de oficiales…

Devaux observó el efecto de estas noticias en el rostro de Drinkwater. La boca del muchacho se abrió y luego se cerró. Pestañeó con incredulidad y, después, sonrió. Por último, alcanzó a darle las gracias.

La Cyclops permaneció anclada junto a la escuadra de Arbuthnot durante los meses de mayo y junio. En ese tiempo, la principal tarea de Drinkwater fue conseguir un nuevo abrigo de velarte en una sastrería de Nueva York. La fragata había reclutado en los barcos de guardia los hombres suficientes hasta completar su dotación, pero había poco que hacer. Entonces, el 12 de julio, comenzaron a cambiar las cosas. Llegó el almirante Graves, un amable y generoso, aunque simplón incompetente que habría de ser decisivo para perder la guerra. Después, llegó la gabarra de Rodney, la Swallow, con la noticia de que el almirante De Grasse había salido de las Antillas con una flota francesa rumbo a la bahía de Chesapeake. Graves decidió ignorar el aviso a pesar de su importancia. En mayo, lord Cornwallis había abandonado las Carolinas y se había unido al general Philips en Virginia. Si De Grasse interrumpía la comunicación de Cornwallis con Nueva York, éste quedaría aislado. Los capitanes y oficiales fueron de barco en barco, rumiando la incapacidad del almirante para comprender simples cuestiones estratégicas. Cornwallis se replegaba hacia el mar para que la flota lo apoyase, pero la flota estaba en Nueva York…

Una vez más, se expresó en voz alta la opinión de que al ejecutar a Byng, sus señorías habían perdido el juicio más de lo que era habituaclass="underline" habían fusilado al hombre incorrecto.

Llegó otro mensaje con el Pegasus, en el que se exhortaba a Graves a navegar rumbo sur y unirse a sir Samuel Hood, a quien Rodney había cedido el mando por su deficiente estado de salud. Pero la flota continuó lánguidamente anclada.

A principios de agosto, Clinton decidió pasar a la acción, no contra Virginia sino contra Rhode Island, donde se ubicaban las tropas francesas y los buques de guerra. El almirante Graves ordenó que se dirigieran varios navíos a Sandy Hook, para prepararse. Uno de ellos fue la Cyclops.

En ese momento, el guardiamarina Morris dejó la fragata.

Cuando la Cyclops abandonó el río Galuda, a la dotación le resultó muy difícil luchar contra los elementos, vigilar a los prisioneros o, simplemente, sobrevivir. Los tenientes que seguían vivos se arrastraban de guardia en guardia, al igual que ayudantes y guardiamarinas. Drinkwater y Morris estaban en guardias distintas y las preocupaciones del trabajo y del sueño no le permitían a nadie el lujo de contemplar objetivamente los acontecimientos de las semanas anteriores. Sin embargo, no resultaría del todo cierto afirmar que se había olvidado todo lo ocurrido. Más bien, todo cuanto habían vivido se situaba a un nivel justo por encima del subconsciente, por lo que ejercía su influencia sobre la conducta pero sin llegar a dominarla. Drinkwater estaba especialmente afectado. Los horrores que había visto y la culpa que le atenazaba por su participación en la muerte de Threddle vulneraban su autoestima. Además, también sabía cómo había muerto Sharpies y le pesaba como una losa sobre su alma.

Aunque Sharpies había matado a Threddle, Drinkwater sabía que se había visto abocado a ello. Sin embargo, la ejecución del marinero realizada por Morris a sangre fría era otra cuestión.

Para Drinkwater, era un asunto de ley, o bien, y se estremecía siempre que pensaba en ello, un motivo de venganza.

Cuando la Cyclops llegó a Nueva York, tuvo mucho tiempo, demasiado, para que su cabeza diera vueltas a las posibles causas, efectos y consecuencias.

A la hora del rancho de los guardiamarinas, era inevitable tener cierto contacto con Morris y ya se habían producido algunas situaciones potencialmente problemáticas. Drinkwater siempre las había evitado abandonando la camareta, pero esto le había dado a Morris la impresión de que ejercía cierto poder sobre Nathaniel.

Morris había llegado al rancho algo tarde el mismo día en que Drinkwater supo de su ascenso.

– ¿Y qué está tramando ahora nuestro valiente Nathaniel?

Se hizo el silencio. Entonces, entró White y dijo:

– Le he llevado su capote y chubasquero a la cabina, Nat… hmm, señor.

Nathaniel le contestó con una sonrisa:

– Gracias, Chalky.

– ¿Cabina? ¿Señor? ¿Qué paparruchadas son esas?

Morris se estaba poniendo rojo al entender de qué se trataba. Nathaniel no contestó, continuó empaquetando su cofre. White no pudo resistir la ocasión de molestar al matón que le había hecho sufrir, y más teniendo en cuenta que tenía un poderoso aliado en la persona del tercer teniente provisional.

– El señor Drinkwater -declamó con gravedad- ha sido ascendido a tercer teniente provisional.

Morris le fulminó con la mirada al tiempo que asimilaba las noticias. Dio media vuelta y se encaró, furioso, con Nathaniel.

– No es verdad. Por qué tú, cabroncete presumido, no has servido lo suficiente como para ser teniente. Supongo que otra vez le habrás estado lamiendo el culo al primer teniente… Ya me encargaré yo de ti… -y así siguió durante varios minutos con la misma cantinela.

Drinkwater sintió que de nuevo le atenazaba aquella furia fría que le había hecho comportarse con brutalidad con el teniente francés herido de La Creole. Era el legado permanente de aquella horrenda marcha tierra adentro, y habría de marcar su conducta en situaciones de enfrentamiento físico. Al igual que la influencia de su madre viuda le había convertido en blanda arcilla en manos de la malevolencia de Morris, todo cuando había vivido en el Galuda había templado el amordazado hierro que escondía su alma.

– Tenga cuidado, señor -exclamó con un tono de voz bajo y amenazante- tenga cuidado con lo que dice… Olvida usted que poseo el certificado para ser ayudante del segundo oficial, que es mucho.más de lo que usted ha conseguido. También se olvida de que tengo pruebas en mi haber que le podrían llevar a la horca, de conformidad con dos artículos de las Ordenanzas Militares.

Morris palideció y Drinkwater pensó, durante un momento, que se iba a desmayar. Al fin, habló.

– ¿Y qué pasaría si cuento lo que pasó con Threddle?

Drinkwater sintió que su propio corazón daba un vuelco al recordarlo, pero consiguió mantener la cabeza fría. Dirigiéndose al pequeño White, que observaba el intercambio entre los dos guardiamarinas con los ojos muy abiertos, dijo:

– Chalky, si tuvieras que escoger entre las pruebas que yo aportase y las pruebas de Morris, ¿a quién creerías?

El niño sonrió, complacido por el cariz que estaba tomando su venganza:

– Las tuyas, sin duda, Nat.

– Gracias. Y ahora, quizás Morris y tú seríais tan amables de llevar el cofre a mi cabina.