Выбрать главу

Drinkwater se estremeció. La breve tibieza invernal fue sustituida por una brisa fresca, ahora convertida en temporal. Una vez más, miró a la flota española. Estaban más cerca. Entonces vio dos columnas de humo blanco surgir de la aleta española. Los cañones habían enmudecido. Miró con ojos interrogantes a Tregembo.

– ¿Qué ha…? -Entonces, el marinero le señaló algo.

A estribor, escondido a los ojos del guardiamarina por el mástil, el Resolution, un setenta y cuatro cañones recién carenado, estaba superando a la fragata. El estado del tiempo favorecía ahora a los buques más pesados. El Resolution se adelantaba a los españoles y tras él, el Edgar y el Defence, acosaban al enemigo. Antes de que el sol se escondiese tras un banco de nubes, los últimos rayos cayeron sobre el Resolution.

La claridad, casi horizontal, acentuó hasta el más mínimo detalle de la escena. Encabritándose al oeste, el mar, de un intenso añil, no cejaba en su arrebato, arrancando reflejos dorados cuando chocaba contra el sol, haciendo que el buque de guerra pareciese casi en calma. El casco del Resolution era oscuro y amenazantes sus baterías de babor cuando superó a la Cyclops a apenas dos cables de distancia. Sus velas se desplegaron, impulsando al gran navío hacia adelante y transmitiendo su fuerza a los mástiles y jarcia, hasta que el gigantesco casco de roble y el peso de su artillería y de los setecientos cincuenta hombres a bordo surcó el mar a diez nudos.

Drinkwater alcanzaba a ver las coronillas de los artilleros de la cubierta superior y una fila roja y plateada de infantes de marina en la toldilla. A popa y en la cofa, destacaban las enseñas de guerra, que señalaban acusadoras al enemigo. Los cañones de proa ladraron otra vez. Esta vez no hubo columna blanca. El catalejo de Devaux dio un gran giro.

– ¡Les ha alcanzado! -gritó.

En el castillo de proa se oyó una ovación, a la que se unieron los hurras de la dotación de la Cyclops, cuando vieron al Resolution rumbo a la batalla. Drinkwater vitoreó con furia con los demás hombres de la cofa. Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Tregembo quien, entre sollozos, exclamó:

– Malditos cabrones.

Drinkwater no estaba seguro de quiénes eran los cabrones aunque, en aquel momento, tampoco parecía importar demasiado. Probablemente, ni Tregembo lo supiera, pues no hacía sino expresar su impotencia. Un sentimiento de furia formidable embargó a cada uno de aquellos hombres: los de leva, los borrachos, los maleantes y delincuentes. Allí estaban los deshechos de la sociedad del siglo XVIII, obligados a compartir un minúsculo casco, sometidos a una disciplina inflexible, navegando hacia una mortal tormenta de hierro y acero. Conmovidos por una emoción que no alcanzaban a comprender o a controlar, la visión de la superioridad del Resolution les había arrancado del pecho aquellos vítores desesperados. Gracias a este fervor espontáneo, los hacedores de guerras siempre habían embaucado a sus guerreros, transformándolos en héroes. Y así, la fascinación de las acciones de guerra infectaba a estos hombres con la furia combativa que tan bien se ajustaba a los intereses de los señores de la política.

Quizás a esto último se refería el casi analfabeto Tregembo.

– ¡Silencio! ¡Silencio absoluto! -aullaba Hope desde el alcázar. Los vítores se apagaron y los hombres, sonrientes, se sentían ahora avergonzados por su estallido de emoción.

Apenas audible por la distancia que les separaba, llegó desde el Resolution una aclamación y Drinkwater cayó en la cuenta de que, desde el buque de setenta y cuatro cañones, también la Cyclops debía de tener un aspecto magnífico. Un crudo escalofrío de orgullo le recorrió la espalda.

Antes de que la noche aislase al almirante de su flota, Rodney emitió una última orden a sus capitanes, «Entablar combate cercano», animando a perseguir a los españoles hasta las últimas consecuencias. Las dos flotas se dirigían a sotavento, hacia los bajíos cercanos. A las cinco de la tarde era casi noche cerrada. El viento era ya un temporal y nubes sombrías surcaban el cielo. La luna estaba saliendo, una luna llena amarilla que brillaba entre las nubes, arrojando una luz intermitente sobre la siniestra escena.

A la puesta de sol, el Resolution, el Edgar y el Defence habían casi alcanzado a los buques españoles de retaguardia, con quienes intercambiaron andanadas al superarlos para cortarles el paso a sotavento, en su rumbo hacia Cádiz.

– ¡Preparen la batería de babor! -Drinkwater miró en esa dirección. La Cyclops se vio velozmente transformada. Había terminado la espera, los condestables dieron rienda suelta a la tensión acumulada aprestándose a su tarea. La fragata británica había alcanzado a los españoles.

El enemigo estaba cerca de la amura de babor de la Cyclops. Bajo Drinkwater, resonó un cañonazo y apareció una brecha en la gavia mayor de los españoles.

Devaux llegó corriendo a popa junto con el trozo de abordaje de babor. Gritaba órdenes a los tenientes que manejaban los cañones de la cubierta inferior. Se unió a Hope en el alcázar desde donde estudiaron al enemigo. Por fin, el capitán llamó a uno de los guardiamarinas.

– Mis saludos para el teniente Keene. Cuando dispare su andanada, que apunte hacia la jarcia…

El muchacho se abrió paso bajo cubierta. Hope quería inmovilizar a los españoles antes de que ambos barcos, distraídos por la furia de la batalla, se acercasen a sotavento donde yacía la costa española. En el litoral, los bajíos de San Lucar aguardaban a los barcos de ambas naciones.

– Señor Blackmore -exclamó el capitán, requiriendo a su oficial de derrota.

– ¿Señor?

– ¿A qué distancia están los bancos de arena de San Lucar?

– A tres o cuatro millas, señor -respondió tras considerarlo un segundo.

– Muy bien. Envíe a uno de sus ayudantes a la verga de la juanete. Quiero que se me avise en cuanto se divise el bajío.

Allá se dirigió un ayudante del segundo oficial. En su camino hacia la jarcia, Drinkwater lo detuvo con una pregunta.

– Al viejo le preocupan los bancos de arena -le informó el ayudante.

– ¡Oh! -exclamó Drinkwater, mirando al horizonte, pero no pudo ver más que una tambaleante masa de nubes negras y plateadas atravesar la luna, que al precipitarse contra el mar hicieron crecer la espuma humeante en la cresta de las olas.

El chirriar de las cureñas reveló donde se estaban ubicando los hombres de la batería de babor para atacar al enemigo. La fragata española adelantaba a la Cyclops, pero cuando el buque español se acercó por el través, la distancia era de unos dos cables.

– ¡Preparados!

La orden llegó hasta la oscura cubierta de cañones. En la cofa del trinquete, Drinkwater comprobó su cañón. Bajo el pujamen de la gavia, podía ver la toldilla española. Tregembo giró el cañón y lo apuntó hacia donde creía que se hallarían los oficiales españoles. El resto de los marineros amartillaron sus mosquetes y apuntaron a la cofa del palo mesana, pues sabían que desde allí los soldados españoles apuntarían a sus propios oficiales.

La fragata española estaba ya a sólo dos grados por delante. En la penumbra de la cubierta de cañones, el teniente Keene, a cargo de la batería de babor de a doce, miró hacia el cañón más alejado de su batería. Cuando apuntase hacia la popa del enemigo, la andanada alcanzaría sin duda la fragata española.