– ¿Sigues ahí? -le preguntó Roberto, que no sabía a qué se debía el prolongado silencio que mantenía Lupot al otro lado de la línea.
– Sí, me he quedado pensando en tu idea de acudir a la policía. No lo descarto, pero prefiero decidirlo cuando llegue a España, tomando con vosotros un buen vaso de Ribera del Duero.
– Me parece buena idea. Primero hay que ver cómo evoluciona la investigación. Igual agarran mañana mismo al culpable y resulta que tiene el violín en el maletero del coche.
– ¿Sabes una cosa? Cuando pregunté a Ane en qué se había inspirado para la talla, dónde había obtenido la fotografía, se mostró muy reservada, no quiso aportarme información.
– ¿Estás pensando en lo mismo que yo?
– No creo en lo paranormal, ya me conoces.
– No te pongas racionalista y cartesiano. Acepta por lo menos que hay objetos que traen, como se dice aquí en España, mal fario. Y si se confirma que es el instrumento de Ginette Neveu, no hay más remedio que llegar a la conclusión de que ese violín no es normal.
– Me niego a aceptarlo.
– Arsène, ese Stradivarius sólo habría tenido, hasta la fecha, dos propietarias conocidas: Neveu y Larrazábal. Las dos mujeres, las dos han muerto de muerte violenta. Eso no puede ser casualidad.
– Una de las muertes fue accidental, ¿por qué han de estar relacionadas?
– ¿Y quién te ha dicho a ti que lo de Azores fue un accidente?
– ¿Adónde quieres ir a parar? Me estás poniendo nervioso.
Lupot se dio cuenta de que estaba tiritando. Pero no porque la conversación le infundiera temor, sino porque la temperatura en la habitación desde la que hablaba había bajado tres o cuatro grados en la última media hora. Dio un sorbo a su copa de Armagnac para entrar en calor y dijo:
– Tengo que dejarte; aquí en el taller empieza a hacer un frío de bigote.
– Espera. ¿Sabes que hay algunos especialistas que afirman que el Triángulo de las Bermudas incluye las Azores?
– Detesto este tipo de supersticiones y te advierto que voy a colgar.
– Mándame a paseo si quieres, pero antes escucha bien lo que te voy a decir. Yo no soy ni un tarado ni un enfermo. Nunca he creído en el ocultismo ni en la nigromancia. Sin embargo, conozco que hay fenómenos que no admiten una explicación científica o racionalista: como la maldición de los Kennedy, por ejemplo; o como los extraños accidentes que ocurrieron durante y después del rodaje de la película El exorcista. Ese violín está maldito, Arsène. Puedes creerme.
9
Madrid, una hora después del crimen
El lugar elegido por Elena Calderón para tomar un bocado, antes de retirarse a casa después de aquel fatídico concierto, fue la cafetería Intermezzo, que estaba detrás del Auditorio Nacional y servía buenas tapas y a buen precio. Georgy, el tuba, pidió sólo una cerveza y se marchó a los cinco minutos, tras protagonizar un curioso incidente con un perro que estaba esperando a su dueño en la calle, ya que no se permitía la entrada de animales a aquel local. Como si se tratara de un vehículo mal aparcado, el ruso preguntó en voz alta de quién era el perro, y cuando la propietaria se identificó, el ruso le rogó que lo apartara de la puerta, a cuyo pomo exterior estaba atada la correa.
– Tiene una fobia enfermiza a los perros -explicó Elena a Perdomo, mientras los ánimos se empezaban a caldear en la cafetería, al negarse la señora a desatar al animal. El ruso acabó saliéndose con la suya, pero sólo después de que el resto de los clientes convencieran a la mujer de que era el único modo de librarse de aquel pelmazo.
A Perdomo le había dado la impresión, durante los minutos que habían permanecido juntos en la escena del crimen, de que las relaciones entre el director titular de la orquesta, Joan Lledó, y Elena Calderón eran sumamente tirantes. Apenas se habían mirado, y aunque se habían dirigido la palabra una vez, lo habían hecho con monosílabos. Lo primero que se le pasó por la cabeza era que Calderón y Lledó habían tenido una relación sentimental en el pasado y que ésta había terminado de mala manera. Tras ordenar las consumiciones en la barra, el inspector decidió empezar a indagar en la cuestión con una pregunta genérica. Aunque antes de hacerlo, tuvo buen cuidado de dar unas monedas a su hijo Gregorio, para que fuera a jugar al pinball y les dejara conversar con más libertad. Por fin, preguntó:
– ¿Cuánto tiempo lleva de titular el señor Lledó en la orquesta?
– Unos tres años. Yo entré muy poco después.
– Hay algo que no entiendo. Si Lledó dirige la Orquesta Nacional, ¿qué hacía Agostini el otro día en el podio?
– Lledó es el titular de la orquesta y el director artístico, pero Arjona prefirió montar el concierto de Hispamúsica con un director invitado.
– ¿Y Lledó no tiene derecho de veto?
– En teoría sí, porque es el director artístico. Pero los músicos de la Nacional tenemos muchísimo poder, le hubiéramos montado una buena si llega a decir que no a dos megaestrellas como Larrazábal y Agostini.
– ¿Qué tipo de relación mantenía Lledó con la víctima?
– Dicen que se moría por tocar con ella. Pero ya nunca podrá ser.
– ¿Le considera un buen director?
Elena Calderón tardó unos segundos en responder, pero al final lo hizo sin rodeos, entrando directamente en materia:
– Arrastro un contencioso profesional con el señor Lledó desde hace muchos meses y no sería imparcial a la hora de valorarle como director. Sé que graba discos (en sellos medianejos, todo hay que decirlo), que le llaman como director invitado con cierta frecuencia; si me apura, le diría que técnicamente es bastante competente pero le falta flexibilidad, y lo que es absolutamente fundamental en un verdadero músico: imaginación.
– ¿Imaginación? ¿Cómo se aplica la imaginación a la música?
– Todas las piezas de música cuentan una historia. Si uno tiene en la cabeza una historia mientras está tocando, eso influye en la manera de tocarla. En cambio, para Lledó, las notas son simplemente eso: notas. Aunque es muy exhibicionista cuando está en el podio, en el fondo dirige de forma encorsetada y triste.
– ¿Puedo preguntarle en qué términos está planteado su conflicto laboral con Lledó? -prosiguió Perdomo, que por el momento no tenía pensado apear el tratamiento de usted a la atractiva trombonista.
– Sí que puede. No sé si sabrá que las plazas en la orquesta se ganan sobre todo gracias a las audiciones. El currículo cuenta, desde luego, y hay que superar las pruebas físicas, pero lo más importante es seducir al tribunal que te juzga en la prueba de ingreso.
– ¿Y el señor Lledó no se dejó seducir por usted? -preguntó Perdomo antes de darle un bocado monumental a su montado de lomo.