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– No lo sé. Para relajarse, quizá. No es lo mismo tocar ante el público que para uno mismo.

Salvador no pudo disimular un gesto de incredulidad ante la conjetura del italiano.

– Vamos a ser racionales: su novia ya había terminado de tocar, puesto que no estaba prevista su intervención en la segunda parte. ¿Cuál habría sido la conducta más lógica?

– Suponiendo que al comportamiento de las mujeres se le pueda encontrar alguna lógica -dijo Rescaglio buscando en su interlocutor una complicidad que halló inmediatamente-, lo que solía hacer a veces Ane era irse a la cafetería del Auditorio a tomar un refresco. Generalmente una cerveza, porque le encantaba.

– ¿Eso es todo?

– Después regresaba al camerino, para esperar allí a sus fans, que no podían ir a visitarla hasta el final de concierto.

– ¿Siempre se quedaba hasta que terminaba el programa?

– No siempre. Cuando sabía que en el Auditorio no había amigos, familiares o personas a las que le interesaba ver, a veces se marchaba de la Sala de Conciertos nada más terminar la primera parte. Y en muchas ocasiones, lo que hacía era entrar en ella como una espectadora más, para disfrutar de la segunda mitad desde el patio de butacas. En el caso concreto del concierto de Bartok, que es lo que se habría interpretado esa noche, es lo que pensaba hacer, ya que a ella le encantaba este músico. Uno de los mayores éxitos de su carrera lo obtuvo precisamente con la grabación de su Concierto n.° 2, que se llevó el Grand Prix du Disque hace dos años.

– ¿Habían quedado ustedes en verse después del concierto?

– Sí, pensábamos ir a cenar.

– ¿Los dos solos?

– Sí.

– ¿Puedo saber dónde?

– Ni yo mismo lo sabía. Fue la asistente personal de Ane la que hizo la reserva.

– ¿Cuál es el nombre de esa persona?

– Carmen Garralde. También es de Vitoria, como Ane, y ejerce de road manager,de agente artístico y de no sé cuántas cosas más. Tiene…, quiero decir, tenía mucho poder.

– Poder ¿en qué sentido?

– Si Carmen decía a Ane que no se tocaba en tal lugar o con tal director, ella la obedecía siempre.

– ¿Por qué no estaba en el Auditorio la noche del concierto?

– Supongo que porque sabía que iría yo a buscarla luego al camerino, y a mí prefería evitarme. Debió de quedarse en casa esa noche.

– Pero no tiene confirmación de que así fuera, ¿no es cierto?

– No, no la tengo.

– ¿Cuál era el motivo del distanciamiento entre ustedes dos?

Rescaglio guardó silencio durante un instante y luego dijo:

– Yo era de la opinión que Ane tenía que tener en su mano las riendas de su carrera y no delegar tanto en Carmen. Ésta, lógicamente, me percibía como una amenaza en su relación con Ane. Y además…

El italiano dejó la frase a medias, pero Salvador pudo apreciar claramente un mohín de disgusto en su expresión. El policía le invitó a que rematara la frase.

– ¿Y además…?

– Carmen es homosexual. Y siempre se ha sentido fuertemente atraída por mi novia.

– Entiendo. ¿Y su novia era consciente de que ejercía esa atracción sobre ella?

– Ane siempre me decía que no dijera tonterías, que Carmen era como su madre. Pero yo percibía que había algo enfermizo en esa relación. Algo perverso.

Salvador había extraído hacía rato de la americana una pequeña libreta en la que iba anotando los puntos más importantes de la declaración del italiano. Hubo un largo silencio, durante el cual Salvador estuvo escribiendo bajo la mirada atenta de Rescaglio. Luego, saliendo de su ensimismamiento, el inspector le preguntó dónde podía localizar a Carmen Garralde y el violonchelista le explicó que la mujer se alojaba en el ático que Ane había comprado en Madrid, en la zona conocida como Las Vistillas.

– Es un piso maravilloso, desde el que se ve media ciudad -apostilló Rescaglio.

Salvador se impacientó al ver que el bolígrafo con el que estaba tomando notas escribía con dificultad y comenzó a sacudirlo como si fuera un termómetro; incluso llegó a echarle vaho en la punta antes de hacer su siguiente pregunta.

– Señor Rescaglio, usted no quiso ver anoche -me parece que con buen criterio- el cadáver de su novia. He de informarle que en el pecho tenía, escrita con sangre, una palabra en árabe.

– ¡Dios mío! -dijo el violonchelista, llevándose las manos a la cara en señal de horror-. Entonces, ¿la han torturado?

– No lo creo; el forense opina que primero la estrangularon y luego escribieron en su cuerpo, en caracteres árabes, la palabra Iblis. ¿Sabe lo que significa?

– No tengo ni la menor idea.

– Iblis es el demonio de los mahometanos. Tenemos razones para sospechar que una célula fundamentalista islámica, o quizá un asesino aislado, pudo acabar con la vida de su novia. Como sabe, la inquina de los terroristas de Al-Qaeda contra los españoles, especialmente tras el juicio del 11-M, es creciente. ¿Sabe si Ane había recibido algún tipo de amenaza en los últimos meses?

– No, me lo hubiese comentado.

– ¿No conoce a nadie que tuviera razones para matarla?

– Suntori Goto era su gran rival en el escenario. Pero ¿tanto como para matarla?

– ¡Una japonesa! Esto se está poniendo cada vez más internacional. Pero de momento, no nos apartemos de la pista más evidente, que es la islámica. ¿Pudo hacer su novia algo que despertara la ira de los musulmanes más fanáticos? No es necesario que quemara en público una foto de Bin Laden, basta con unas declaraciones poco oportunas o incluso un titular de prensa tergiversado.

– No tengo constancia de nada de eso. Sin embargo, ahora que saca el tema… No, olvídelo, es demasiado anecdótico.

– Por favor, señor Rescaglio, cualquier detalle puede ser importante para la investigación. ¿Qué iba a decirme?

– Uno de los cuatro trombonistas de la ONE, el sueco Ove Larsson, es bastante amigo mío. Le encanta el chelo y le he dado alguna clase. Pues bien, hace cosa de un par de meses me contó que había visto en la televisión sueca a un grupo de jóvenes fundamentalistas islámicos que en Goteborg (la segunda ciudad más importante del país) había tratado de impedir a musulmanes suecos, casi todos de origen somalí, que asistieran a un concierto. Ove también me dijo que hay una presión cada vez mayor sobre las mujeres árabes en toda Escandinavia para que se abstengan de tocar y de bailar, porque está prohibido.

– ¿Cómo dice? ¿La música también está prohibida por el islam? Creí que limitaban su fanatismo a no reproducir la figura humana (ya sabe, las famosas caricaturas que se publicaron en la prensa) y a no mencionar en vano el nombre de su profeta.

– Eso mismo pensaba yo, pero Ove me explicó que hay un movimiento muy conservador dentro de los musulmanes suníes, los salafistas, que han decretado que la música está prohibida por el Corán.

– Entiendo, pero ¿qué relación puede tener todo eso con su novia? Me está hablando de Escandinavia.

– Ane ha dado varios conciertos en los últimos meses en Suecia: Estocolmo, Malmö, Goteborg. Y su próximo disco lo iba a grabar con una orquesta muy particular. ¿Ha oído hablar de la Orquesta West-Eastern Divan?

A Rescaglio le bastó con ver la expresión de desconcierto del policía para comprender que aquella famosa orquesta, fundada por Daniel Barenboim en el 2002 para promover la concordia entre israelíes y palestinos y formada por músicos de ambas etnias, le era total mente desconocida.

– La orquesta mantiene una especie de escuela de verano en Sevilla, que se reúne todos los años. Ane estuvo allí la temporada pasada, dando unas clases magistrales de violín, y Barenboim la invitó a grabar con ellos una transcripción para violín y orquesta de Schelomo,que es una rapsodia hebrea de un compositor de origen judío llamado Ernest Bloch.